Santa Francisca Romana

El 9 de marzo la Iglesia celebra la Fiesta de Santa Francisca Romana, viuda y posteriormente religiosa. Como monja perteneció a la Orden de San Benito, formando parte de las denominadas oblatas benedictinas. Durante su vida supo soportar algunas de las pruebas más grandes que puede sobrellevar una mujer: la muerte de sus hijos, quedar viuda y ver sus tierras expoliadas.

Beato Jeremías de Valaquia

Este hermano profeso capuchino, que nació en el seno de una familia campesina de Rumania, emigró a Nápoles. Desarrolló allí las virtudes aprendidas en el hogar durante su larga vida religiosa en el oficio de enfermero, en el que prodigó su entrega, ternura y amor a los más débiles y desamparados. Lo beatificó Juan Pablo II en 1983 y es el primer rumano elevado oficialmente al honor de los altares. Lo recordamos el 5 de marzo.

Juan Antonio Farina

El 4 de marzo celebramos la memoria de Juan Antonio Farina. Este obispo de la caridad, que vivió en una difícil situación histórica de la iglesia italiana del siglo XIX, tiene un auténtico valor de actualidad y posee aún hoy día la fecundidad espiritual de las personas “de proa” en la Iglesia y para la Iglesia del tercer milenio. Fue el fundador de las Hermanas Maestras de S. Dorotea Hijas de los Sagrados Corazones, que actualmente se encuentran en varias partes del mundo con actividades educativas, asistenciales y pastorales.

Beato Inocencio de Berzo Scalvinoni

El beato Inocencio de Berzo fue un religioso católico, quien vivió durante el siglo XIX. Fue presbítero de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos; se caracterizó por una vida de servicio y caridad, mostrando ejemplo de virtudes para con todos sus hermanos y con los fieles más necesitados. Luego se retiró a una vida de austeridad y penitencia para alcanzar la purificación espiritual que anhelaba. Recordamos su memoria el 3 de marzo.

San Rosendo

En Celanova, Galicia, San Rosendo (Rudesindus), antes obispo de Dumio, que cuidó de promover o instaurar la vida monástica en la misma región y, habiendo renunciado a la función episcopal, tomó el hábito monástico en el monasterio de Celanova, que después presidió como abad († 977).