Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en la celebración del Domingo de Resurrección, el 20 de abril de 2025, en la S.A.I Catedral.

Queridos sacerdotes concelebrantes,

Queridos seminaristas,

Queridos hermanos y hermanas,

Feliz Pascua de Resurrección. Cristo ha resucitado. Acabamos de escuchar la Palabra de Dios que nos expresa el testimonio de los apóstoles, el testimonio apostólico. En esas dos realidades, las del testimonio. Lo que vieron los testigos. Incluso el evangelistam la primacía de la noticia la tienen las mujeres. De tal manera que el Papa Francisco ha puesto en el misal un título a María Magdalena: apóstol de apóstoles. María Magdalena, esta mujer pecadora, arrepentida, perdonada por Jesús, es la que primero recibe el anuncio de la Resurrección. Y esta mujer va a anunciarlo a los apóstoles. Solo que en la mentalidad judía no valía el testimonio de las mujeres. Por eso el evangelista nos pone después corriendo a Pedro y a Juan para cerciorarse de la resurrección de Cristo, en el sepulcro vacío.

Porque la legislación judía necesitaba el testimonio de dos testigos, varones, por supuesto, de aquella mentalidad. Y por eso el evangelista los pone. Pero son las mujeres las primeras que anuncian la Resurrección. Son ellas las que están junto a Cristo al pie de la cruz, y son ellas las que reciben el primer regalo del anuncio de que Cristo resucitado.

Por eso, en ese himno, en ese pregón pascual, en esa secuencia que hemos escuchado, se le dice a María Magdalena: Dinos, María, ¿qué has visto en el camino? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles y sus testigos, sudarios y mortaja. Resucitó de veras, mi amor y mi esperanza.

Queridos amigos, la Resurrección de Cristo y la afirmación central del cristianismo… Porque Cristo ha resucitado, nuestra vida está abierta a la esperanza, a la eternidad, al cielo, a la vida eterna. Si Cristo no hubiese resucitado, nuestra fe sería, dice San Pablo, algo inútil, una tontería. Pero porque Cristo ha resucitado tiene sentido, esa plenitud de vida que anhelamos y que está más allá de la muerte.

Por eso San Pablo, en la Carta a los Colosenses, prevista también para este día, dice: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo. Buscad los bienes de allá arriba, no los de la tierra. Aspirad a los bienes de arriba. En nuestro mundo, queridos hermanos, tan metido de tejas para abajo, que cualquier pensamiento sobre la muerte, sobre la eternidad, parece una cosa de ficción.

Incluso hemos tapado la fiesta de todos los santos con una fiesta pagana americana total como los cigarrillos Winston. Hemos puesto el Halloween… que si una calabaza… Creemos que esto de la resurrección es una cosa de Walt Disney, que es un cuento. Los cristianos, los primeros cristianos, vivían esto de una manera especial, hasta el punto de que el primer escrito del Nuevo Testamento, la primera carta a los Tesalonicenses, es un aviso de San Pablo a los cristianos de Tesalónica en el siglo primero. Para decirles que no estén solo pensando en la Resurrección, en que va a venir el Señor inminentemente.

No sabemos el día ni la hora, pero lo que sí es cierto es que Cristo ha resucitado y que nuestros difuntos, nosotros, tenemos la esperanza de resucitar un día que esta carne nuestra que enterramos en debilidad un día, Dios la resucitará en fortaleza. Por eso los cementerios se llaman dormitorios, donde duermen los que esperan la resurrección. Y estos son convicciones cristianas profundas que hemos ido borrando del Credo. Aquello de creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna, amén… Forma parte del mensaje cristiano de manera esencial. La vida cristiana, la fe cristiana no termina con el Viernes Santo. No seguimos a un muerto ilustre que ha proclamado un mensaje que se nos pierde en la noche de los tiempos. Seguimos a Jesucristo, que está vivo, que ha resucitado, que lo confesamos sentado a la derecha del Padre, que ha de venir a juzgar a vivos y muertos.

Lo encontramos ya desde la primera predicación apostólica. Que realmente este es el día en que actuó el Señor. Que este Jesús de Nazaret, este siervo de Yahvé, que cargó con nuestros crímenes, con nuestros pecados. Este Jesús de Nazaret que conoció el sudor del trabajo, el cansancio, el desprecio. Que pasó por la cruz como un malhechor, que fue cosido y taladrado al a un instrumento de ignominia, es el Resucitado. Es el cordero degollado, como lo llaman el libro del Apocalipsis. Es aquel que es el que era y el que viene. Jesucristo, el Alfa y el Omega, el principio y el fin.

Por eso Jesús es lo central para un cristiano. Su vida es nuestro ejemplo. Su mensaje es nuestra tarea, es nuestra guía, es nuestros mandamientos. Sobre todo, el Sermón de la montaña, las bienaventuranzas. Queridos hermanos, nuestro mundo sería muy distinto si pusiéramos nuestro corazón no solo en bienes efímeros que no son necesarios. El cristianismo no es el opio del pueblo. No nos presenta un cielo para contentarnos que nos machaquen.

No, quiere el Señor que hagamos un mundo más justo, un mundo más fraterno, un mundo mejor, pero sin olvidarnos de los bienes de allá arriba. De que con la muerte no termina todo, de que el mal no tiene la última palabra. De que el esfuerzo por hacer el bien, las semillas de bondad que sembramos, no van a quedarse sin fruto.

Queridos hermanos, en la resurrección nos jugamos mucho. No pensemos solo de tejas para abajo, no pensemos solo en esa filosofía de comamos y bebamos que mañana moriremos. Apaga y vámonos. Tenemos que levantar el vuelo sin olvidarnos de hacer un mundo mejor. Porque el señor, para darnos la resurrección definitiva, nos va a juzgar de amor, nos va a juzgar si hemos vivido precisamente sus mandamientos, que se resumen en el amor a Dios y en el amor al prójimo.

Luego, queridos hermanos, como os decía, nos jugamos mucho con la resurrección. Nuestros difuntos no son un recuerdo que pervive y que el tiempo va borrando. No podemos obviar la muerte. No es una cuestión de ficción o de los telediarios, pero siempre lejano y que no los vemos. La muerte está presente en nuestra vida. El dolor, el sufrimiento, la enfermedad, el final.

Pero no es el final para un cristiano. Y esto nos lleva no a ser unos ilusos. No solo gente que está en una especie de nube, en un cruzamiento eterno de brazos, sino gente activa, gente comprometida, gente que quiere transformar el mundo con el espíritu del Evangelio.

No solo gente que quiere salvar su alma. Queremos salvar a todos, queremos salvarnos, vivir como Jesús nos pide. Y un día nosotros también participaremos de esa resurrección gloriosa. Eso es lo que da sentido a nuestra vida. Eso es lo que hace que los mártires entreguen su vida. Eso es lo que hace que los padres y madres de familia cristianos se desviven por sus hijos.

Eso es lo que hace a los santos. Y los echamos de menos, sobre todo cuando no están a nuestro lado y son esos santos, esas personas buenas de la puerta de al lado. Esas personas que con la fe en Cristo resucitado saben superar la enfermedad, saben hacer del dolor algo con lo que acompañar a Cristo, saben ser comprensivos, saben ver a Cristo en los otros. Saben, en definitiva, ser personas que viven conforme al mensaje de Jesús.

Vamos a pedirle a la Virgen María, a ella la felicita al pueblo cristiano. Alégrate, María, el Señor ha resucitado. Ella ya está en los cielos, en cuerpo y alma. Ella participa de manera plena de la resurrección de Cristo. Que ella también, como decimos en La salve, nos haga dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

20 de abril de 2025
S.A.I Catedral de Granada

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