Homilía en el día de Santa María, Madre de Dios, el 1 de enero de 2025, en la Eucaristía presidida por nuestro arzobispo Mons. José María Gil Tamayo, en la S.A.I Catedral.
Queridos sacerdotes concelebrantes;
Queridos hermanos y hermanas:
Feliz Año Nuevo. Este año Nuevo Jubilar que el Papa nos pide que caminemos en esperanza y que la esperanza sea como la música. Sea realmente lo que vaya marcando este camino de un año más en nuestra vida.
Y son varios los motivos que concurren este día, queridos hermanos. Por una parte, esta fiesta, esta solemnidad con la que comenzamos el año, nada más y nada menos que acudiendo a Santa María con el título más grande que tiene la Virgen. Por encima de todos los calificativos, la Virgen es la Madre de Dios. La “Theotokos”, la que nos ha dado a Jesús, el fruto bendito de su vientre.
De ella ha nacido el Salvador del mundo. En ella el Verbo se ha hecho carne. Ella ha sido asociada de manera especial al misterio de Cristo. Y la Iglesia, nada más comenzar el año, en este último día de la octava de la Navidad, quiere dirigirse a María para ponerse en bajo su protección. “Sub tuum praesidium confugimus”: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. Esa oración antigua cristiana, de las más antiguas, expresa el sentido de la Iglesia que agradece a María su generosidad. Que agradece a María el haber aceptado con humilde fe, considerándose a sí misma la esclava del Señor y convirtiéndose para todos nosotros en el modelo de lo que debemos ser, en la obediencia a la voluntad de Dios.
María, antes que concebir a Cristo en sus purísimas entrañas, nos dicen los Padres de la Iglesia, lo concibió en su corazón. Ella concibió la Palabra. Ella nos dio a luz. Fijaros que palabra más bonita, dar a luz. Nos dio la luz del mundo, Jesucristo, que se proclama a sí mismo precisamente la luz del mundo.
“Yo soy la luz del mundo. El que me sigue a mí no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Esa luz que le hemos dicho el Señor que resplandece sobre todos nosotros, esa luz que le hemos pedido precisamente que nos ilumine en este año que comienza, tomando pie de las palabras del libro, de los números del Antiguo Testamento, con quien han bendecidos los israelitas: “El Señor ilumine su rostro sobre ti y te conceda su paz”. Fijaros que oración más bonita, este deseo para todos nosotros en este año que comienza. Ilumine su rostro. El gran deseo para San Agustín era ver al que nos ve. Ver a Dios, ver aquel que está por encima de todo, aquel que da sentido a la historia, a la vida, a todo lo creado. Aquel de quien procedemos. Aquel que es el Señor del Universo.
Ver a Dios. Es precisamente el anhelo del ser humano. Queremos ver tu rostro, Señor. Pues ver a quien nos ve de continuo, porque en él nos movemos, existimos y somos. Toma pie estas palabras el propio apóstol Pablo en el discurso del Areópago.
Queridos hermanos, comenzar un año nuevo nos tiene que llevar por una parte, a mirar para atrás. Hemos terminado el año y nuestra primera actitud tiene que ser de pedirle al Señor perdón. Señor, perdónanos porque seguro que hay muchas cosas que no sabemos sabido hacer como tú quisieras. Seguro que ha habido en este año que ha transcurrido, pues, en nosotros, en nuestra sociedad, en nuestro mundo, muchas cosas que no están de acuerdo a tu idea y a tu querer sobre el mundo. Y que permites en esa libertad que le has dado al hombre y que muchas veces la usa mal.
Le pedimos perdón por tantos escenarios de guerras, de divisiones, de enfrentamientos, de atropellos de los derechos humanos, de pobreza, de dolor, de sufrimiento. Causados por el propio hombre. El daño a la naturaleza, el daño a tantos seres humanos. La división, la fractura entre unos y otros, los daños en las familias y también en nuestra vida personal. Porque como cristianos, muchas veces, Señor, van por delante nuestras palabras, nuestras buenas intenciones, pero luego no nos siguen las obras.
Le pedimos perdón, pero también le damos gracias porque nos ha dado un año más de vida. Nos ha concedido tantos dones, tantas cosas buenas, el don de la vida, la familia, los amigos, el trabajo, nuestras relaciones, la prosperidad. Hay tantas cosas que el Señor ha podido poner en nuestra vida como un don y muchas veces nos son desconocidas.
La salud. Tantas cosas por las que tenemos que dar gracias y que a veces, así nos ocurre, Señor, somos más pedigüeños que agradecidos. Y seguro que nos echa de menos cuando no hay agradecimiento en nosotros. Como echó de menos aquellos nueve leprosos a los que curó y solo volvió uno para darle gracias. Por tanto, gracias Señor, por un año más de vida.
Pero, al mismo tiempo te pedimos que nos ayudes. La tercera actitud, perdón, gracias, ayúdanos más. Ayúdanos más porque el escenario en el que vivimos en nuestro mundo no es fácil. Vivimos en un cambio de época, vivimos en unas tensiones manifiestas que, sí, las vemos en los telediarios, en las noticias. Pero están ocurriendo, no fuera de nuestra galaxia, sino en nuestra tierra.
Incluso a no muchos, miles o cientos de kilómetros con guerra abierta, con refugiados. O estamos viendo a nuestro alrededor personas que viven en una pobreza absoluta, que viven enganchados a la droga, que viven sin techo. Que viven en una fractura social, que viven también cerca de nosotros en una polarización, no física, pero sí de ideas, de comportamientos, de actitudes, de rechazo. De unos contra otros, de exclusión. Que hace que nuestro país viva en una tensión continua que lleva a esa polarización política y social que no tiene nunca buen augurio. Que no entra en los cauces y en la normalización de una libertad de opiniones que son necesarias para una construcción de un bien común en el que tenemos que concordar todos y es necesaria una paz, Señor.
Y paz también en las conciencias. No se puede tener paz cuando se vive en la frivolidad. No se puede tener paz social o paz en las familias, cuando no hay valores en los que sustentar la propia vida, cuando todo está en función de lo que me parece según convenga. Donde con todo se puede mercantilizar según la estrategia o según el beneficio.
Cuando los fundamentos de la familia se rompen. Los lazos se convierten en parciales o en temporales. Cuando lo más sagrado, que es el don de la vida, se sacrifica en beneficio de la propia comodidad. Cuando no se dan las circunstancias para un futuro mejor en los jóvenes. Cuando los mayores son descartados, cuando se facilita el final de la vida sin recurrir a los medios paliativos que harían soportable el dolor, el sufrimiento que no queremos para aquellos que más sufren.
Cuando todo esto se relativiza, cómo va a haber paz. Cuando se rompe lo más sagrado y todo está en función de lo que nos convenga o lo que hemos acordado, o de las mayorías que han decidido una cosa, ¿cómo vamos a asegurar un futuro, queridos hermanos?
Para nosotros, cuando en las conciencias da igual ocho que ochenta y las convicciones son pasajeras. Mire usted, si no le gusta, tengo otras. Cuando estamos al sol que más calienta o a la moda que más se lleva.
Cómo vamos a pretender tener una tranquilidad y una paz y una concordia en el respeto exquisito de los derechos de los demás, sin imposición ninguna. Pero al mismo tiempo, con las certezas que nos da unos principios firmes con los que sustentar la vida personal y la vida social.
Queridos hermanos, pidamos el don de la paz, el don de la paz para nuestro mundo, que está con heridas y con guerras abiertas. Que pueden tener consecuencias por los armamentos, por la magnitud de esos armamentos. Pueden ser y pueden tener unas consecuencias terribles para la humanidad. Y esto no es meter el miedo en el cuerpo, pero no podemos estar en las nubes, no podemos estar en el espectáculo, no podemos estar simplemente de espaldas a lo que ocurre realmente y que no es una cuestión de película de ciencia ficción.
Queridos hermanos, pidamos el don de la paz que empieza por esa paz que Cristo ha puesto en nuestros corazones, por esa paz de vivir como Dios manda. Por esa paz de unos principios sólidos a nivel personal, a nivel social y a nivel humanitario en la comunidad internacional. Por tanto, un año nuevo, la Paz y volvemos a la Virgen.
Ella es nuestra Madre. Que ella nos cuide y nos proteja, que ella, Reina la paz, nos albergue en su corazón de Madre y cuide a quienes más lo necesitan. Y sobre todo en nosotros, ponga siempre la ternura de Dios con la que hemos de mirar con misericordia y con cercanía a todos los demás en este año y siempre.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
1 de enero de 2025
S.A.I Catedral de Granada
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