El 1 de enero comienza un nuevo año civil y la Iglesia Católica lo inicia celebrando la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.
Con esto, la Iglesia Católica se encomienda, desde el primer día, a los cuidados maternales de María, Madre de Dios. La Virgen, quien tuvo la dicha de concebir, dar a luz y criar al Salvador, es también la que protege a todos sus hijos en Cristo, los asiste y acompaña durante su peregrinar en este mundo.
La celebración dedicada a “María, Madre de Dios” (Theotokos) es la más antigua que se conoce en Occidente. En las catacumbas de Roma -los subterráneos que sirvieron de refugio a la cristiandad primigenia y donde los cristianos se reunían para celebrar la Santa Misa- han sido halladas numerosas inscripciones y pinturas que dan cuenta de la antigüedad de esta celebración mariana.
Por otro lado, de acuerdo a un antiguo escrito del siglo III, los cristianos de Egipto ya se dirigían a María como “Madre de Dios”, usando las siguientes palabras: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios: no desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita”. Esta oración está recogida en la Liturgia de las Horas desde hace siglos.
Para el siglo IV, el título de “Madre de Dios” ya estaba incorporado en la oración de los fieles y se usaba con frecuencia tanto en la Iglesia de Oriente (Theotokos) como en la de Occidente (Mater Dei). Para ese entonces, era parte del sentir común de la cristiandad dirigirse a la Virgen María como “Madre de Dios”; o dicho en otras palabras, los cristianos habían hecho suyo aquel título mariano y lo consideraban parte integral de su devoción e identidad.
MARÍA, MADRE ELEVADA POR ENCIMA DE TODA CONTROVERSIA
A pesar de la mencionada convicción de los fieles, en el siglo V Nestorio cuestionó que María pudiese ser llamada Madre de Dios, porque -a su modo de ver- no lo era realmente: “¿Entonces Dios tiene una madre? En consecuencia no condenemos la mitología griega, que les atribuye una madre a los dioses”, sugería el también arzobispo de Constantinopla.
Lo que quizás Nestorio no logró avizorar por completo, arrastrado por el error, fue que su cuestionamiento tenía implicancias cristológicas, es decir, no solo deshonraba a la Virgen María al poner en entredicho que fuese, efectivamente, madre de la “persona” de Cristo, una y única; sino que su celo desmedido por “proteger” la divinidad del Señor le terminó jugando en contra.
Claramente, Nestorio había incurrido en un gravísimo error que desembocará en los mares turbulentos de la herejía. El arzobispo de Constantinopla había introducido una separación -o más bien una ruptura- entre las dos naturalezas –divina y humana– presentes en Jesús.
Para la Iglesia, María no podía ser solo “madre” de la humanidad de Cristo y no serlo de su divinidad sin que quede afectado el ser más íntimo del Señor, segunda Persona de la Trinidad; y con ello, distorsionar toda comprensión de la obra salvífica -empezando por el acontecimiento de la Encarnación-.
CONCILIO DE ÉFESO
Los obispos de aquel tiempo, por su parte, reunidos en el Concilio de Éfeso (año 431), afirmaron la subsistencia de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única persona del Hijo; y declararon: “La Virgen María sí es Madre de Dios, porque su Hijo, Cristo, es Dios”.
Aquel día, los padres conciliares, acompañados por el pueblo y portando antorchas encendidas, realizaron una gran procesión al canto de: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.