El 27 de abril se celebra la festividad de San Simeón, obispo de Jerusalén y mártir. 

Los orígenes de San Simeón son muy poco claros. Según una tradición muy poco atendible, tuvo una vida muy larga, llegando a los 120 años de edad. Algunos lo señalan como uno de los discípulos -aquel cuyo nombre no se menciona en el Evangelio de Lucas- que se encontró con el Señor en el camino de Emaús sin reconocerlo inicialmente; según otras fuentes, sería hijo de uno de ellos, y precisamente de Cleofás. Según otros, habría sido pariente de Jesús mismo: Eusebio de Cesarea, por ejemplo, lo cita como “el primo del Salvador”.

Ciertamente se sabe que estamos en la era de dificultades internas en el mundo judío que precede a la revuelta armada contra el dominio romano.
Simeón, después de la muerte de Santiago, fue nombrado por unanimidad como el nuevo líder de la comunidad cristiana de Jerusalén -la única compuesta íntegramente por judíos- que se vería obligada a emigrar tras la destrucción de la Ciudad Santa y del Templo y a refugiarse al otro lado del Jordán, en Petra de Perea. En 98, el español Ulpio Traiano se convirtió en emperador, y aunque consideraba que los cristianos eran un peligro para el Estado, prohibió las persecuciones contra ellos. Sin embargo, San Simeón fue denunciado por su proselitismo, sometido a torturas durante varios días hasta que fue asesinado en la cruz, como Jesús.