El 29 de mayo se celebra la festividad de San Pablo VI, Papa. 

Juan Bautista Montini nació en Concesio, una pequeña ciudad de la zona de Brescia, el 26 de septiembre de 1897 en el seno de una familia católica muy comprometida política y socialmente. En otoño de 1916 entró en el seminario de Brescia y cuatro años más tarde recibió la ordenación sacerdotal en la catedral, y luego se trasladó a Roma para seguir los cursos de filosofía de la Pontificia Universidad Gregoriana y los de la Universidad Estatal, graduándose en derecho canónico en 1922 y en derecho civil en 1924.

En 1923 recibió su primer encargo de la Secretaría de Estado del Vaticano, que lo asignó a la Nunciatura Apostólica de Varsovia; al año siguiente fue nombrado Ayudante de secretaría. En ese período participó estrechamente en las actividades de los universitarios católicos organizadas en la FUCI (Federación universitaria católica italiana), de la que fue asistente eclesiástico nacional de 1925 a 1933. Colaborador cercano del cardenal Eugenio Pacelli, permaneció a su lado aún después de que fue elegido Papa en 1939 y tomó el nombre de Pío XII.

En 1954, inesperadamente, Montini se convirtió en arzobispo de Milán. Allí se manifestó el verdadero pastor que estaba en él: una atención especial le dedica a los problemas del mundo del trabajo, de la inmigración y de los suburbios, donde promueve la construcción de más de un centenar de nuevas iglesias y donde se realiza la “Misión de Milán”, en busca de los “hermanos alejados”. Fue el primero en recibir la púrpura de Juan XXIII, el 15 de diciembre de 1958, y participó en el Concilio Vaticano II, donde apoyó abiertamente la línea reformista. Cuando Roncalli murió, el 21 de junio de 1963, fue elegido Papa y escogió el nombre de Pablo, con una clara referencia al apóstol evangelizador.

Comprometido con la no fácil tarea de implementar y aplicar las indicaciones que surgieron del Vaticano II, también imprimió una aceleración en el diálogo ecuménico a través de reuniones e iniciativas relevantes. El impulso renovador dentro del gobierno de la Iglesia se tradujo en la reforma de la Curia en 1967.

Su deseo de diálogo dentro de la Iglesia, con las diferentes confesiones y religiones y con el mundo está en el centro de la primera encíclica Ecclesiam suam de 1964, seguida de otras seis: entre ellas se encuentran la Populorum progressio de 1967 sobre el desarrollo de los pueblos, que tuvo una resonancia muy amplia, y la Humanae vitae de 1968, dedicada a la cuestión de los métodos para el control de la natalidad, que suscitó muchas controversias incluso en muchos círculos católicos.

La fase final de su pontificado estuvo marcada dramáticamente por el secuestro y asesinato de su amigo Aldo Moro. En abril de 1978 hizo un llamado muy intenso a los hombres de las Brigadas Rojas para pedir su liberación, pero no fue escuchado. Murió en la tarde del 6 de agosto del mismo año, fiesta de la Transfiguración, en la residencia de Castel Gandolfo, casi repentinamente, y fue sepultado en la Basílica Vaticana.