El 4 de diciembre se celebra la festividad de san Juan Damasceno, sacerdote y doctor de la Iglesia. 

Juan nació en Damasco, Siria, en el seno de una influyente familia de árabes cristianos y, siendo aún joven, heredó de su padre la responsabilidad de la gestión económica del califato. Sin embargo, el hecho de haber estudiado filosofía y teología en Constantinopla junto al monje Cosmo, que había sido llevado a Siria como esclavo, iba a ser decisivo para él: de hecho, al cabo de unos años dejó la vida de la corte por la vida monástica.

Estamos alrededor del año 700 cuando Juan elige la vida ascética pues desea vivir el evangelio en manera radical. Y fue así que antes de entrar en el monasterio de san Sabas, a medio camino entre Jerusalén y Belén, Juan y se despojó de todo, distribuyó sus riquezas entre los pobres, dio libertad a sus siervos y peregrinó a pie por toda Palestina. En Mar Sabas se hizo monje junto con su hermano -el futuro obispo de Maiouna-, luego fue nombrado presbítero y ocupó el puesto de predicador titular en la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén. Allí pasó casi toda su vida, orando, meditando la Sagrada Escritura y realizando muchas obras de misericordia. Su amor a Cristo fue como la savia que contribuyó para hacer crecer su fe y la de las comunidades cristianas. También con sus escritos, sus obras y sus himnos enriqueció muchísimo la liturgia de la Iglesia de Oriente.

Por su profunda cultura teológica y de otras disciplinas profanas, Juan ha sido apodado “el Santo Tomás de Oriente”, hasta el punto que León XIII lo proclamó Doctor de la Iglesia en 1890 por su contribución a la doctrina teológica y a la liturgia de la Iglesia oriental. Son famosos sus tres “Discursos contra los que calumnian las santas imágenes”. La principal obra doctrinal que dejó fue De Fide orthodoxa, que sintetiza de forma original tanto el pensamiento patrístico griego como las decisiones doctrinales de los Concilios de la época, y que sigue constituyendo un punto de referencia fundamental tanto para la teología católica como para la ortodoxa. También escribió De haeresibus, sobre las herejías cristianas más extendidas de su tiempo. Sus tesis, junto con las de san Germán de Constantinopla, serían convalidadas durante el Segundo Concilio de Nicea del año 787, aún después de su muerte.