El 19 de marzo se celebra la festividad de San José.
Sabemos poco de la vida de este hombre, que ha desempeñado el papel de conducir al Niño Dios en su camino de crecimiento como hombre. Sabemos que era un carpintero de Nazaret. Según la tradición, cuando tenía alrededor de treinta años, fue convocado por los sacerdotes al templo de la tribu de David para tomar esposa.
Se desposó con Santa María, cuando tenía unos 14 años. Por la tradición judía, sabemos también que María siguió viviendo en la casa de su familia de Nazaret por un año, tiempo requerido entre el casamiento y la entrada en la casa del esposo. La sorpresa de José fue la de encontrarse a su esposa embarazada. Fue entonces cuando él, “como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado” (Mt 1, 18-19).
El sueño del ángel lo hace salir de su tribulación y le hace consciente del plan de salvación del que participa. “Confiarse a Dios no significa ver todo claro según nuestros criterios, no significa realizar lo que hemos proyectado; confiarse a Dios quiere decir vaciarse de sí mismos, renunciar a sí mismos, porque solo quien acepta perderse por Dios puede ser “justo” como san José”, dicen estas palabras del Papa Benedicto XVI.
En Occidente veneramos a este santo especialmente desde el siglo XIV, estableciendo el 19 de marzo como la fecha de su muerte. Una muerte “buena”, aparentemente antes de iniciarse el ministerio público de Jesucristo y en compañía de Santa María Virgen, después de una vida entregada a la misteriosa pero concreta voluntad del Padre. Por eso es el patrono de la buena muerte.
“La nobleza de su corazón le hizo supeditar a la caridad lo aprendido por ley”, afirma el Santo Padre Francisco. “ José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio”. Pío IX lo declaró patrono de la Iglesia universal el año 1870.