El 23 de abril celebramos la festividad de San Jorge, mártir.
San Jorge fue un soldado cristiano de Roma que murió mártir al no querer renunciar a su fe en Jesús. Su martirio se produjo dentro del mandato del emperador romano Diocleciano, uno de los mayores perseguidores de cristianos del Imperio Romano.
Su origen se sitúa en la actual Israel, entre los siglos II y III. Por entonces, su lugar de nacimiento formaba parte de la región de Capadocia, bajo el dominio del Imperio Romano. Se dice que era de origen y familia humilde antes de comenzar su carrera militar. Esa proyección con las armas se cuenta que le llevó a servir a su mismísimo ejecutor: el emperador Diocleciano.
San Jorge forma parte de los mártires de la Iglesia primitiva. El mandatario prohibió, en primera instancia, cualquier culto que no fuese a los ídolos. Después, trató de convencerle de que abandonase su culto a Cristo. Sin embargo, él no renunció. Esa firmeza en la fe le costó la vida. Fue torturado y decapitado.
Las representaciones e iconos sobre San Jorge lo suelen situar a caballo hiriendo a un dragón. Esa leyenda traslada la gesta que habría logrado San Jorge en Selena, ciudad de la actual Libia.
Allí, se cuenta la ciudad estaba sometida a una bestia a la que el pueblo estaba obligado a alimentar con corderos u ovejas. Cuando comenzó a escasear el ganado, los habitantes decidieron entregar a jóvenes por sorteo para saciar al “dragón”. Cuando San Jorge llegó a esa tierra, la elegida había sido la hija del rey, a quien salvó del dragón. De la sangre de la herida que le causó con una lanzada, brotó una rosa, otro de los símbolos con los que se le recuerda.
Después, se rememora a San Jorge llevando a la bestia viva al pueblo para buscar la conversión y el bautismo de los habitantes. Tras conseguirlo, decapitó al dragón.