El 20 de mayo se celebra la festividad de San Bernardino de Siena, sacerdote franciscano.
Joven doctor en Filosofía y Derecho – y al principio bastante “alérgico” a la idea de convertirse en religioso – cambia de opinión cuando Siena, donde era un pequeño huérfano, es golpeada por la peste. Es el 1400, Bernardino tiene 20 años y desde hace dos años forma parte de la Confraternidad de Disciplina de Santa María de la Escalera, una compañía de jóvenes flagelantes. Con ellos ayuda a los enfermos durante cuatro meses, contrayendo la infección pero escapando de la muerte. La experiencia lo marca y se plantea la idea de entrar en un Orden religioso. Inicia como un novato entre los franciscanos en 1402 y después de algún tiempo es enviado al convento de Saggiano, en las laderas meridionales del Monte Amiata, una comunidad perteneciente a la Regla de la Observancia, nacida dentro de la Orden hace 33 años, caracterizada por la pobreza extrema y la austeridad y opuesta a los conventuales más “relajados”.
Convertido en sacerdote, el hermano Bernardino – que camina descalzo y pide limosna – se compromete a difundir el estilo de la Observancia. Ordena construir un convento más grande en la colina de Capriola, frente a Siena, y estudia a los grandes doctores y teólogos, especialmente a los franciscanos. Pero es, en cierto sentido, el mundo campesino con el que siempre está en contacto para “perfeccionar” su formación.
Comienza a ser conocido y apreciado como predicador cuando una enfermedad en las cuerdas vocales le provoca quedarse casi afónico. Después de algunos años en estas condiciones, Don Bernardino decide ser exonerado de la predicación, pero su voz no sólo regresa clara, sino también musical y penetrante, llena de modulaciones.
En 1438 fue nombrado por el Ministro General de la Orden Franciscana y continúa el trabajo de reforma. Los conventos pasan de 20 a 200.
El 20 de mayo de 1444, una camilla lo lleva al convento de San Francisco, dentro de la ciudad, y allí muere el mismo día a la edad de 64 años.