El 17 de enero se celebra la festividad de San Antonio abad, patrón de los animales. 

Su vida estuvo marcada por la soledad, el ayuno y el trabajo. Quedó huérfano a los 20 años; donó todos sus bienes a los pobres y se retiró al desierto, donde combatió contra las tentaciones del demonio, escogiendo la vía de la ascesis y la oración. A él se debe la constitución de grupos de monjes que, bajo la guía de un padre espiritual, se consagran al servicio de Dios.

La iconografía tradicional representa a San Antonio que porta el bastón de los ermitaños en forma de T, “tau”, última letra del alfabeto judío, como alusión a las cosas últimas y a nuestro destino final. Generalmente va acompañado de un cerdo que lleva una campanita al cuello. Dicha representación tiene su origen en el hecho de que la antigua Orden hospitalaria de los “Antonianos” criaba cerdos en los centros habitados, ya que la grasa de estos animales se usaba para ungir a los enfermos de ergotismo.

El día de la fiesta litúrgica de San Antonio -17 de enero- se bendicen los establos y los animales domésticos.

En la biografía “Vita Antonii”, San Atanasio escribe estas palabras sobre san Antonio: “El hecho de que fuera conocido en todas partes, admirado y deseado por todos, incluso por aquellos que no lo habían visto, es signo de su virtud y de su alma amiga de Dios. En efecto, no se le conoce por sus escritos, por una sabiduría profana o alguna capacidad especial, sino sólo por su piedad hacia Dios.”