Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Eucaristía de clausura del Año jubilar de la esperanza, día de los Santos Inocentes y Jornada mundial de las familias, celebrada en la Catedral el 28 de diciembre de 2025.
Queridos sacerdotes concelebrantes;
querido diácono;
queridos seminaristas;
queridos miembros de la vida consagrada presentes en esta celebración eucarística;
queridos hermanos y hermanas habituales en la misa dominical;
queridos delegados de Pastoral Familiar de nuestra diócesis de Granada;
querido matrimonio;
queridos hermanos y hermanas que estáis quizá de paso por Granada, disfrutando de sus monumentos, porque el tiempo no está acompañando y hace que vuestro esfuerzo hoy, por vuestra presencia en la catedral, que no es precisamente algo cálido, esté haciéndolo difícil:
Pero me alegra mucho que estéis en este clima navideño, en esta ceremonia que reúne como tres elementos fundamentales. Por una parte, concluimos el Jubileo 2025, el santo año del 2025 aniversario del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Este año jubilar que el Papa Francisco abrió con el lema “Peregrinos de Esperanza”. Este año jubilar en que hemos tenido tan presente esa virtud cristiana de la esperanza y nos lo cierra el próximo día 6, el Papa León XIV.
Hemos tenido encuentros diocesanos con el Papa. Primero, tuvimos un encuentro. Un grupo de una cooperativa de Granada, el día 19 de enero, con el Papa Francisco. Él que nos animaba a mirar a la Virgen de las Angustias expresamente y a que Ella fuera el ejemplo de darnos a los demás con la disponibilidad con que ella da y muestra a Cristo. Después, hemos tenido una peregrinación diocesana y, a lo largo del año, han ido viniendo parroquias a nuestro templo catedralicio y a otros templos diocesanos para mostrar, pasando la Puerta Santa y con un sentido penitencial y, al mismo tiempo, de renovación cristiana, nuestra pertenencia al Pueblo de Dios. El Pueblo que quiere caminar, que quiere ir junto y ese sentido también de la sinodalidad que nos ha animado con el plan pastoral. Todo ello junto a este Año en que el año jubilar de júbilo y de perdón ha ido compasando nuestro caminar de cristiano. Le doy las gracias al delegado diocesano, a don José Carlos, por su trabajo y a quienes le han acompañado.
El Año jubilar no es una conmemoración sin más. Es cada 50 años y con fuerte raigambre bíblica en los jubileos del Pueblo de Israel, en el retorno al comienzo, en la mirada a los inicios para recobrar fuerzas y vivir con ese espíritu de generosidad en el seguimiento del Señor.
El Año jubilar nos ha llevado a mirar de una manera especial en nuestro mundo, que si lo miramos solo con una mirada humana nos puede producir desánimo, nos puede producir esa tristeza de enfrentamientos, esa tristeza de las guerras, de los sufrimientos, de las brechas entre ricos y pobres, cada vez más profundas y más separadas; en nuestro mundo con guerras y conflictos abiertos, mientras se negocia teóricamente de paz; donde se destinan grandes cantidades inusitadas de dinero, armamento y se prepara para esa guerra que el Papa Francisco denunciaba como tercera guerra mundial hecha de pequeñas guerras en el mundo, pero que ya no son tan pequeñas en los escenarios de Ucrania, en los escenarios de Oriente Medio, con el pueblo de Gaza, con los atentados antes en Israel.

Queridos hermanos, la esperanza también tan necesaria en nuestra nación, donde se vive esa confrontación política a la que no podemos acostumbrarnos, donde el Parlamento, como la palabra indica, es un lugar de diálogo, de consenso, de conjuntar las fuerzas que legítimamente han sido elegidas por los ciudadanos para buscar el bien común, no sólo el interés de cada partido a arrancar lo que puede para su propio beneficio, sino un lugar donde se busque el bien común de todos, que es mucho más que el interés general. Y vemos ese clima de crispación que se traslada a la vida social, a la vida pública, donde a los demás y a los que piensan distinto ya no se les ve como contrincantes en la libre disposición de una confluencia de voluntades en el ordenamiento político y social de un país para la mejora de éste, sino se va a hacer caer al otro.
Queridos hermanos, todo eso no vivimos en las nubes. Yo no me estoy metiendo en política. Lo que sí estoy reclamando, como pastor de la Iglesia, y en este año que va a concluir ya, y con miras al año que viene, es una caridad social y política, es una cultura de la amabilidad política, del diálogo social. Y, queridos amigos, cuando esto no se vive, se traslada a los ciudadanos la sospecha, se traslada al recelo del otro, se traslada al rechazo, y especialmente de los más necesitados, de los más pobres, de quienes llaman a las puertas de nuestro país, cuando esto ocurre en un clima en que los jóvenes ven y hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, donde el derecho a la vivienda se ha vuelto inaccesible, donde los más jóvenes no pueden formar un hogar (aquello del “casado, casa quiere”), como un derecho fundamental de la persona, y donde la casa de los padres se convierte, como siempre, la familia en el colchón que amortigua las crisis sociales y políticas, en el sentido que es el santuario no sólo de la vida, y debe serlo, sino también de preservar el bienestar y los derechos de las personas. Pero, claro, en este día en que se celebra también la Sagrada Familia, en que le hemos pedido al Señor, que propuso a la Sagrada Familia como admirable ejemplo para su pueblo, nos conceda imitarla en las virtudes domésticas y en su unión en el amor, a fin de que nosotros participemos un día del hogar del cielo, de los bienes eternos.
Esa es la oración y la intención de hoy. Pero vemos que la familia está afectada también en este clima social que vivimos. El casado, pues ya por lo pronto no casados. Entonces, incluso en familias cristianas, el matrimonio prácticamente ha quedado reducido al mínimo, y todo se hace en un experimento a ver qué sale, porque ya no se cree en un para siempre, porque ya no se cree en la fidelidad del otro, porque se va a aprobar todo y nos defendemos en un individualismo cerrado, aunque se viva junto o arrejuntado, como se decía antes.
Entonces, queridos amigos, este es el ambiente, por desgracia. Claro, que hay buenas familias. Claro, que hay familias cristianas. Y miramos a nuestros padres y miramos a los abuelos, que esa es otra. Hemos escuchado el texto del Antiguo Testamento, del libro del Eclesiástico, donde se nos hace una invitación al pueblo de Israel, también a nosotros, al cuidado dentro de la familia, a la obediencia y la unidad en la familia, en la familia constituida por la unión de un hombre y una mujer, abierta a la vida y para siempre. Esa es la familia humana. Esa es la familia que se basa en la ley natural o en lo que el Papa Benedicto XVI llamaba “la gramática de la naturaleza”. Esa es la familia donde el ser humano es querido, como decía san Juan Pablo II, por lo que es y no por lo que tiene. Es una familia que responde al orden natural y al orden querido por Dios, no al subjetivismo de cada uno en la conformación de su propio cuerpo.
Queridos hermanos y hermanas, esto pueden parecer cosas teóricas o que ocurren en sitios extraños, pero esto está en la médula, por desgracia, de nuestra sociedad en la que vivimos y en la que se contempla y se contemporiza sin más. Tenemos que respetar a todos. Tenemos que ser exquisitamente delicados en el respeto a las conciencias de los demás, pero sin renunciar a manifestar nuestras convicciones y la doctrina de la Iglesia. Y hay cosas que no son compatibles con el ser cristiano. Y no puede usarse el amor fraterno o el amor misericordioso de Dios para contemporizar o justificar lo injustificable. Comprensión con las personas, siempre y en todo lugar. Intransigencia con lo que no es de Dios y no va en favor del hombre.
Y ahí, también en este día confluye, al ser la fiesta de los Santos Inocentes, una mirada hacia tantos inocentes que son arrebatados de la vida en el vientre de su madre. Algo que tiene detrás ciertamente un drama, una tragedia en la muerte de un niño, de un ser concebido y no nacido, una persona humana desde el momento de su concepción. Defendemos la vida y la vida de todos y toda vida humana. Defendemos la abolición de la pena de muerte. Defendemos todo esto. No podemos coger en el comportamiento moral y cívico lo que nos conviene o según vengan las modas, y lo que ayer era blanco ahora negro, o lo que ayer era negro hoy es blanco, porque eso es lo que se lleva, inducido por ideologías.
Queridos hermanos, ya mostramos de la historia, donde hemos visto el sufrimiento de los seres humanos, cuando se ha alejado del plan de Dios o se ha alejado de la realidad de la naturaleza humana, del sentir de la ley natural.
Hemos pedido al Señor imitar a la Sagrada Familia en las virtudes domésticas y en su unión en el amor. Esa unión en el amor, si en la familia es fuerte, lo será fuerte en la ciudad, lo será fuerte en la sociedad, lo será fuerte en nuestro país, lo será fuerte en nuestro mundo. Si se respeta al otro en la vida familiar, si hay una fidelidad que se consagra a pesar de las dificultades, si hay una ayuda y se quiere al otro por lo que es y no por lo que tiene, se crea y se favorece unas personas que viven el respeto a Dios y los fundamentos básicos del comportamiento moral. Cuando eso no existe, cuando todo está en función de modas impuestas, inducidas, entonces, hemos perdido la batalla del ser humano.
Y también quiero destacar y nos invita hoy la Palabra de Dios con toda esa serie de consejos que nos da el apóstol Pablo en la Carta a los Colosenses, donde desmenuza el amor familiar; es más, desmenuza el amor de la comunidad cristiana, por encima de todo el amor que es el ceñidor de la unidad consumada. Ese amor desmenuzado en la comprensión, en la preocupación por el otro, en el cuidado. Ese amor desmenuzado en el respeto. Ese amor que se viva en la familia. Y los primeros cristianos no vivían en las nubes, vivían en un ambiente paganizado como el nuestro y en un ambiente de persecución, por serlo.
El cuidado de los ancianos, de los mayores. Esta es otra de las lacras de nuestra sociedad y que falta. No hay plaza en las residencias de ancianos. Las viviendas carísimas, inaccesibles, pero donde no caben los ancianos. Se ha roto el vínculo de la memoria, de facilitar a los nietos la convivencia con los mayores. Vivimos una sociedad en unos cambios profundos, queridos amigos, donde la familia los está sufriendo de manera especial. ¿Cómo tenemos que responder? ¿Viendo esto sólo negativo? No. Con el testimonio de la vida cristiana, de las familias cristianas, con la apertura y la generosidad de la vida, con la defensa de los más necesitados y de los más pobres, con el cuidado de los mayores, con el respeto a la vida siempre, a la vida de todos y toda la vida. No somos los dueños de la vida de nadie.
Queridos hermanos, en este Año jubilar con una llamada a la esperanza, es esta la que debe movernos para responder a unas situaciones difíciles, como lo han hecho los cristianos a lo largo de la historia, con generosidad, con valentía, con la fuerza del espíritu. Mirándonos en el ejemplo maravilloso de la Sagrada Familia. Vemos cómo José y María y Jesús están en medio de dificultades, de la persecución, de la odies. Vemos cómo obedecen al Señor, pero saben ser inteligentes y saben discernir y actuar en consecuencia ante lo que Dios les pide. Vivamos así, queridos hermanos, y veréis cómo fortaleciendo nuestras familias, nos fortalecemos a nosotros mismos y fortalecemos a la sociedad.
Lo que le decíamos al Señor, que ha propuesto a la Sagrada Familia como ejemplo maravilloso para el pueblo cristiano. Concédenos imitarla en las virtudes domésticas, que son esas virtudes de andar por casa, esas virtudes que hacen que en la familia no haya sólo caridad, haya cariño.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
28 de diciembre de 2025
S.A.I Catedral de Granada
