Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Eucaristía del domingo XXIX del Tiempo Ordinario, 19 de octubre de 2025, en la S. A. I. Catedral de Granada.
Queridos sacerdotes concelebrantes y diácono,
Queridos seminaristas,
Queridos hermanos y hermanas,
Acabamos de escuchar la Palabra de Dios en este domingo. Otro tomo en esta Misa por la evangelización, en este domingo del tiempo ordinario que nos convoca el Señor en la mesa de su Palabra, de su Cuerpo y de su Sangre. Y a la vivencia de sentirnos Iglesia.
¿Qué nos quiere decir la Palabra de Dios en este domingo? Si habéis estado atentos, hemos escuchado un texto del libro del Éxodo en que nos narra una batalla, de Ameled contra el pueblo de Israel. Y vence el pueblo de Israel. Pero nos ha dado el texto el motivo y es la oración de intercesión de Moisés. Esa oración expresada con esos brazos en alto.
Esa situación incómoda. Esa situación que hace que Aarón y Jur tengan que ayudar a Moisés y mantenerlo con los brazos en alto para que siga venciendo el pueblo de Israel. Nos está expresando con este ejemplo la necesidad de la oración, que es lo que nos habla también Jesús en el Evangelio. Tenemos que rezar, y no solo en caso de emergencia o como la guerra de Israel contra Ameled.
O las nuestras, en las situaciones de dificultad, de angustia, de enfermedad, de que no nos van las cosas bien. Claro que sí, que hemos rezar, que a quién vamos a pedirle ayuda sino al señor. A quién acuden los hijos, sino al Padre, cuando se ven en necesidad. Claro que sí, porque somos desvalidos. Y la oración, como decía el Papa Benedicto, es una de las muestras de la esperanza. Reza quien tiene esperanza, quien no tiene esperanza no reza.
Por tanto, la oración tiene que estar en nuestra vida. Pero no esa oración solo como si fuese una manguera para apagar fuegos en caso de urgencia, en que rompemos el cristal. Sino… No solo en caso de emergencia. Sino una oración constante. Eso es lo que quiere enseñarnos Jesús en el Evangelio con una parábola del juez cínico.
Jesús, con frecuencia, toma pie de gente poco aconsejable. El Señor nos habla de los viñadores homicidas para expresar, pues cómo Él es fiel y cómo Él permanece. Y cómo Él es en quien es a quien se asemeja, quienes matan aquel justo que es enviado. El Señor se sirve también del ejemplo del rico Epulón para darnos, precisamente el ejemplo de Lázaro, del mendigo.
El Señor nos pone el ejemplo del publicano que reza para sí, no para Dios. Y nos invita a imitar a aquel publicano que reza con verdadera conversión y arrepentimiento. El Señor nos pone el ejemplo del hijo pródigo para hacernos ver en que había caído. Y nos pone el ejemplo, pues tan poco imitable del hermano que no entiende de misericordia.
Para expresarnos que Dios siempre es rico en misericordia. El Señor nos pone el ejemplo de aquel rico que piensa que con tener bienes ya tiene asegurado su futuro y el Señor lo llama para invitarnos a que no podemos poner el corazón en las riquezas. El Señor se lleva muchos de ejemplos, de cosas concretas, para invitarnos a una vida conforme al evangelio.
¿Y a qué nos invita hoy? Pues nos lo ha dicho precisamente el texto de Lucas que acabamos de escuchar. Jesús nos dice que hemos de orar constantemente, permanentemente, sin interrupción. Y nos dice que para eso les expuso la parábola. Y es la del juez cínico. De este juez que tiene aquella viuda con una causa justa, pero que le da la vara al juez una y otra vez, y una y otra vez. Y ya el juez dice bueno, ya me tiene cansado, al menos para que no venga más.
Y nos pone Jesús ese ejemplo de esa perseverancia de esta mujer por conseguir justicia. Que también nosotros hemos de orar así, sin cansarnos. Ser insistentes. A veces, queridos amigos, cuando rezamos nos creemos que la oración es una cosa automática. Y a veces incluso decimos cinco Padrenuestro.
Rezo nueve Avemarías y ya. Dios no es automático. Dios no es un abracadabra. Dios no es Ábrete sésamo. Dios es un padre. Quiere escucharnos. El Señor nos dice que incluso escucha en el silencio de nuestro corazón. Sabe de lo que tenemos necesidad. Incluso el Señor nos da un ejemplo de oración, que es el Padrenuestro, donde están contenidos todas las necesidades y todas las peticiones y la alabanza que podemos hacer a Dios.
El Señor nos dice que hemos de orar, no para que nos vea la gente, sino en el interior, porque porque Dios ve lo oculto. El Señor nos dice constantemente que hemos de orar. Ahora, yo me pregunto ¿los cristianos oramos, rezamos? Cuando vemos a gente de otras religiones que rezan… Uno de los síntomas de la pérdida del sentido de Dios, del secularismo, de la marginación de Dios en la sociedad, es que se ha perdido la oración.
No se reza en familia. No vamos a las iglesias y llegamos justo cuando es la celebración. No se llega un rato antes para estar con el Señor. La gente está hablando como si fuera la espera de la sala de una estación. ¿Pero realmente vamos a estar con el Señor y contarle nuestras cosas y darle gracias y pedirle ayuda? Y la oración de petición, sí, pero también de alabanza.
La oración de acción de gracias. El Señor echa de menos el que solo vuelva un samaritano para dar gracias después de haber sido curado de su lepra. Y echa de menos a los otros nueve que habían sido curados.
Luego, queridos amigos, la oración tenemos que recuperarla en nuestra vida. No nos tiene que dar vergüenza rezar. Rezar en familia. ¿Dedico algún tiempo a Dios a lo largo de las 24 horas de mi día? ¿Me levanto y ofrezco al Señor esa jornada que comienza? Mi trabajo, mis desvelos, mis preocupaciones. ¿Si paso delante de una iglesia, procuro entrar y saludar al Señor, o hacer una visita o dedicar un tiempo a la oración ante el Santísimo?
En las iglesias que en nuestra ciudad, por ejemplo, está expuesto permanentemente el Santísimo Sacramento. La oración, también en familia, a la hora de la comida, a la hora de estar todos juntos. El rezo del Santo Rosario, no digo ya… Sin cansar a los niños con que recen cuatro avemarías, pero aprenden a orar en sus casas. ¿Se enseña a los más pequeños a orar? Cuando uno confiesa a niños se tiene que asegurar… Y también mayores, reza un Ave María, ¿te la sabes?
Pues venga, vamos a rezarla juntos. ¿Qué ocurre? Que la oración se pierde y sin oración no hay vida cristiana. Sin oración no se puede seguir a Jesucristo. Los grandes maestros de la oración: Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, que vivió en Granada y funda al Carmelo en Granada con Ana de Jesús. El gran místico. O tenemos también a San Pedro de Alcántara, que hoy es su fiesta y en la exposición tenéis una bella imagen de San Pedro de Alcántara, con su tratado de oración en la mano.
Queridos amigos, hay que rezar. Y la oración lleva consigo tener presente la Sagrada Escritura. Hoy, en la segunda lectura de San Pablo a su discípulo Timoteo, obispo, le habla de que fundamente su vida en la Sagrada Escritura que conoce desde pequeño. Porque ahí tienes las palabras de vida para todas las necesidades de la vida cristiana. Para el sufrimiento, para el dolor, para la fortaleza, para la debilidad.
La Palabra de Dios es el alimento que nutre nuestro espíritu, es la luz para nuestros pasos. El Señor, que nos auxilia. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, hemos cantado. El Señor que no nos deja. Pero con quien hemos de mantener una conversación… Santa Teresa de Jesús decía que es tratar de amistad muchas veces con quien sabemos nos ama.
Luego, queridos amigos, recemos. Y cuando uno reza, uno ve la vida con los ojos de Dios. ¿Qué haría el Señor en esta situación? Y uno se ilumina con la Palabra de Dios, con el Evangelio. Qué bueno sería tener esos evangelios con el texto para cada día, un trocito y que sea lo que te guíe. Y luego en casa, encuentra un momento cuando uno está solo para rezar. O a la hora de acostarse, ver cómo ha ido el día y pedirle perdón si ha habido faltas.
Darle gracias por las cosas buenas que hemos hecho y hacer un propósito para el día siguiente. No quedarnos en vaguedades, y uno no se acuesta como un animalito. Queridos amigos, la oración por los demás, por tantas necesidades que hay en el mundo. Tanta gente que nos dice rece usted por mí. La oración. Pero todo esto, queridos amigos, necesita fe.
Por eso esa pregunta que nos debe inquietar a los cristianos, del Señor al final del Evangelio. Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra? ¿Cómo es tu fe? Ciertamente, no hay un aparato para medir. En la plegaria eucarística, cuando se pide por los difuntos, se dice: cuya fe solo tú conociste. Nadie, se puede decir… Bueno, pues no podemos juzgar.
Pero muchas veces nuestra fe es floja. Quien no tiene fe no reza, quien no tiene esperanza, no reza. Y la caridad de rezar por los demás y demostrar nuestro amor a Dios que nos ama. Así que, queridos amigos, este domingo, domingo de las misiones en que rezamos por las misiones y tomamos conciencia de nuestra responsabilidad evangelizadora, haciendo misión en el sitio en que estamos, no nos olvidemos que hay que rezar.
Santa Teresa del Niño Jesús es la patrona de las misiones y era una monja de clausura que murió joven. Y que sabía de Dios un montón por su experiencia de oración.
Acudamos a la Virgen que guardaba todas estas cosas en su corazón y en su Magnificat despliega esa amistad con el Señor. Aprendida precisamente de la Sagrada Escritura.