Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en el domingo XXX del Tiempo Ordinario, el 26 de octubre de 2025, en la S. A. I. Catedral de Granada.

Queridos sacerdotes concelebrantes, 

Diáconos, 

Seminaristas,

Queridos hermanos y hermanas, 

Seguimos con la temática del domingo pasado que el Señor nos hablaba, si os acordáis, de que tenemos que ser insistentes en la oración. Y recordaba también como el Señor se fija en sucesos, en acontecimientos, algunos ejemplares, para darle la vuelta e invitarnos en aquel tema a una rectitud y a la grandeza de la vivencia del mensaje evangélico.

El domingo pasado nos hablaba de la viuda que insiste ante el juez, y el juez inicuo atiende porque es perseverante para que le deje en paz. Y el Señor nos invitaba a que nuestra oración tiene que ser insistente, perseverante. Hoy, ¿de qué nos habla el Señor? Pues también de oración, pero con un componente, con un ingrediente que forma siempre parte de esa vida cristiana a la que estamos llamados y que no es la virtud más importante pero si es imprescindible. La más importante es la caridad. Y es la humildad. 

Y el Señor se fija y se fija en la oración que hace en el templo y ve acudir a un siervo de la casta religiosa por antonomasia, de los cumplidores de la ley, que se pone delante del templo, que nos dice el evangelista que reza para sí.

No solo pensando en su interior, si no reza para sí, no para Dios. Y ante Dios empieza a exhibir sus méritos. “Te doy gracias”, empieza con esa captación de la benevolencia de Dios. “Te doy gracias porque no soy como los demás”. Ya empezamos mal. Injustos, pecadores… Incluso llega a concretar, ni como ese publicano. El publicano era mal visto. Era colaboracionista de Roma. Era una clase opuesta a los fariseos. No eran religiosos en absoluto. 

Y este hombre… Publicano era Mateo o publicano era Zaqueo… Pues se gana el corazón de Dios. Que nos dice también el evangelista, nos dice que se queda atrás. Fijaros, se queda atrás en el templo, no se atreve. Él se considera indigno. Oh Dios, le pide, dice que ni se atrevía a levantar la vista. Y luego que pides perdón, apiádate de mí, que soy un pecador. Y Jesús saca una moraleja, que es donde tenemos que fijarnos.

Quien se enaltece será humillado y quien se humilla será enaltecido. ¿Cómo es nuestra reacción ante Dios? Aparte de perseverante, que tenemos que orar. Y como os decía, no solo en caso de emergencia, que tenemos que tener paciencia en la oración y que Dios nos escucha siempre. Nos escucha siempre. Sabe lo que hay en el interior de cada persona.

Y el Señor nos ha dicho incluso, que si nos ponemos de acuerdo en algo. Si dos o tres se ponen de acuerdo en algo y piden aquello… Pero el Señor metía un ingrediente, el domingo pasado, y era la fe.

Y él se hacía esa pregunta ¿Cuánto vuelva el Hijo del hombre, encontrará fe en la tierra? Sin fe no se puede hacer oración. Si no creemos de verdad, no podemos rezar. Pues hoy nos dice que si no somos humildes, nuestra oración no vale. Ante Dios no podemos ir con los méritos y colocándonos medallas y de lo bueno que somos y de las cosas que hacemos… Ante Dios, y mucho menos comparándonos. 

Ante Dios todos somos pecadores. Ruega por nosotros, decimos a la Virgen, pecadores. Y en el Padrenuestro le pedimos en ese ejemplo de la oración por antonomasia, ledecimos a Dios que perdone nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Luego, en la oración no podemos ir con orgullo. No podemos mostrar lo bueno que somos y más. Tenemos que ir siempre con una actitud humilde.

Pero la humildad, decía Santa Teresa de Jesús, que, por cierto, hay una escultura preciosa de José de Mora. Una escultura de una Teresa joven, de Santa Teresa, joven, aquí, que os invito a ver esta exposición magnífica de este gran escultor granadino. Hay una Santa Teresa maravillosa de la catedrática de Córdoba que nos la han prestado. Santa Teresa decía que la humildad es la verdad. Es vernos como somos, vernos delante de Dios como criaturas suyas, como hijos e hijas suyas.

Sí, es verdad. Pero como criaturas necesitadas de Dios, dependientes de Dios. La humildad es la verdad. Y al mismo tiempo, decía ella, hemos de considerarlo muy nada que somos, lo muy mucho que es Dios, decía con ese rico castellano del siglo XVI. Lomuy nada que somos, lo muy mucho que Dios. Luego, a ese Dios que es misericordioso, a ese Dios que nos abraza, a ese Dios que nos escucha siempre.

Jesús nos ha dicho también estos domingos en el Evangelio ¿Quién de vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente? Si vosotros que sois malos, para sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre del cielo no dará el Espíritu quien se lo pida. Luego, el Señor nos enseña así cómo tiene que ser nuestra oración. Pero lo importante es que recemos, que no solo son unas fórmulas verbales que decimos casi de carrerilla.

No, no, sino que nuestra oración tiene que ser con confianza, abriendo el corazón, dedicando cada día un rato. Pero sobre todo con humildad y humildad, que es la verdad, nos dice la Santa de Ávila… Humildad para con Dios, en primer lugar. A Dios no se la pegamos. Dios nos conoce de arriba abajo, nos dice el Salmo que aún no ha llegado la Palabra a nuestra boca, y ya el Señor se lo sabe.

Él conoce nuestros más íntimos pensamientos y el Evangelio nos dice que Jesús conocía lo que hay en lo interior de cada persona. Luego, humildad con Dios, humildad con los demás. Muchas veces, los encontronazos, muchas veces los enfados, muchas veces los odios vienen de falta de sencillez y de humildad. Nadie quiere reconocer que se ha equivocado. Nadie quiere reconocer ni dar a torcer su brazo.

¿Por qué tengo siempre que ser yo? ¿Por qué siempre me toca a mí? ¿Por qué no reconoce? Y así, y con esa humildad para con nosotros mismos. No creernos el ombligo del mundo, no creer que somos el centro de todo y la sal de todos los platos. No tener esa susceptibilidad casi enfermiza que nos hace sentirnos agraviados por palabras o gestos que en sí no significan nada. No ponerlos en el centro. Sino poner, en ese orden, Dios, los demás y en último lugar, nosotros mismos.

Y entonces, la convivencia, de verdad que cambia. Las personas sencillas, que no significa personas bobaliconas. Y no significa ir por la vida con la cabeza torcida, nisignifica hacer dejación de derechos, que son deberes. Sino mostrarnos con naturalidad, sin ir mirando a los demás por encima del hombro. Sabiendo reconocer que uno se equivoca y saber reconocer los defectos propios que como humanos los tenemos y por ello poder poner remedio. Y reconocer en los demás que también tienen cosas buenas y no solo están llenos de defectos.

Queridos amigos, la humildad es imprescindible. La humildad es algo que tenemos que luchar por conseguirla toda nuestra vida. En el origen del pecado, la Sagrada Escritura pone la soberbia, querer ser como Dios. Pero Dios ha hecho el camino contrario. Siendo Dios, se ha hecho hombre, se ha hecho uno de nosotros, nos dice San Pablo. Se rebajó hasta someterse incluso a muerte y muerte de cruz.

Luego, vamos a aprender de Cristo, que nos dice precisamente en el Evangelio:Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso.El humilde y el sencillo vive con paz. Esa paz que transmite San Pablo en esa confidencia a su discípulo Timoteo en su segunda carta, que hemos escuchado. Cuando ya está al final de su vida y reconoce que hay gente que le ha abandonado, pero Dios no le ha abandonado. Y el Señor le dará la corona de la vida. Y el Señor le ayudará. 

Porque, como hemos escuchado también en la primera lectura, la oración del humilde atraviesa las nubes y llega a su destino. Nos dice también la Escritura que Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes. Luego, en este domingo en que el Señor nos da otra lección sobre la oración, acudamos a la que es Maestra de oración, la Virgen Santísima.

Ella es grande, porque Dios nos lo confiesa precisamente en la oración del Magníficat. Porque Dios ha admirado su humildad. Ojalá nosotros también aprendamos de ella la humildad. Porque quien a los suyos parece, honra merece. Aprendamos de nuestra Madre la Virgen. 

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

26 de octubre de 2025
S. A. I. Catedral de Granada

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