Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Solemnidad de Todos los Santos, el 1 de noviembre de 2025, en la S. A. I. Catedral de Granada.

Queridos sacerdotes concelebrantes,

Querido diácono,

Queridos hermanos y hermanas en el Señor.

Estamos celebrando en este primer día de noviembre la Solemnidad de Todos los Santos. Nos ha pasado con esta fiesta que la hemos… Iba a decir contagiado. No es así. Pero un poco revestido, con una especie de vestidura de luto.

Como si fuese algo triste, y es al contrario. Es verdad que mañana tendremos la conmemoración de todos los fieles difuntos y el mes de noviembre está en la tradición cristiana asociado a orar de manera especial por nuestros difuntos. Por los difuntos en general y de manera especial recordamos a aquellos familiares, amigos y conocidos a los que estamos unidos por los lazos de la sangre, la amistad o la estima que ya han partido de este mundo.

Y por eso, ese hálito de tristeza o de recuerdo se cierne y se viene también sobre este primer día del mes de noviembre, en el que recordamos, en el que hacemos memoria, de aquellos hermanos y hermanas nuestros. Esa multitud de la que habla el libro del Apocalipsis, que está mostrándonos como un anticipo de lo que es el cielo, esa multitud innumerable de toda lengua, pueblo, raza y nación, que ante la pregunta ¿Quiénes son estos y de dónde han venido? Se responde: estos son los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus vestiduras blancas en la sangre del Cordero.

Es decir, estos son hermanos nuestros que todos tenemos en la cabeza y sobre todo en el corazón. Y echamos de menos de manera especial esa gente buena, esa gente que no está canonizada con un acto oficial de la Iglesia en su magisterio de una manera solemne por el Papa, sino que están… Pero no son, no tienen menos méritos ni menos heroicidad que esos santos canonizados o beatificado antes.

Y son esa gente buena, esa gente que todos tenemos conciencia de haber convivido, de haber tratado, de haber conocido a Santos de verdad. Santos familiares nuestros, amigos nuestros, conocidos, con esa fama de bondad, con ese estilo de vivir el Evangelio, de vivir precisamente esas bienaventuranzas de las que hoy proclama Jesús en el Evangelio de San Mateo. Esa manera de vivir cristiano, de tomarse en serio a Jesús. De tomar en serio la santidad, en definitiva, de toda condición en mayores y pequeños, de un estado o de otro. Solteros y casados, viudas, viudos, etc. Sacerdotes, religiosas, laicos, padres y madres de familia. Y todos tenemos ese recuerdo y sobre todo, echamos de menos y sobre todo nos percatamos cuando su ausencia es perceptible, de que hemos tenido al lado un santo y una santa. Y son esos santos que llamaba el Papa Francisco “Santos de la puerta de al lado”.

Pues, queridos amigos, hoy es su fiesta. Están todos juntos. Nos sabemos sus nombres y lo sabemos cada uno en nuestro recuerdo que ya han partido de este mundo. Que ya tenemos la certeza en nuestro corazón de que seguro están ya participando de la vida eterna, de esa vida eterna de la que nos habla el Apocalipsis, ciertamente. Que están entre esa multitud, pero que han vivido y ya viven en actitud su condición de hijos e hijas de Dios, de la que nos habla la primera lectura de la carta del evangelista San Juan que hemos escuchado. “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios”.

Y lo somos. Y dice San Juan en su carta “Y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, a Dios, porque le veremos tal cual es”. Todo el que tiene esta esperanza, hemos escuchado, se purifica como puro es Él. Como puro es Dios. Y esta es nuestra condición, amigos, somos hijos e hijas de Dios.

Por eso estamos llamados a la santidad. Que el Concilio Vaticano Segundo nos ha recordado que no es de unos cuantos, no es una cosa solo de los curas, de los frailes y de las monjas, de los monjes… Sino que todos estamos llamados a la santidad. Ciertamente esa santidad de quien da testimonio por el martirio, derramando su sangre por Cristo, como tantos y tantos hermanos nuestros. Aquí tenéis una lista, martirizados por la fe en Cristo, en el siglo XX.

Pero hay tantos santos, tanta gente buena que vive esa condición de hijos e hijas de Dios. ¿Y qué tiene que hacer un hijo y una hija de Dios? Pues cumplir la voluntad de su Padre. Vivir el Evangelio, el amor a Dios y el amor a los demás en el trabajo, en las relaciones de familia, en el cuidado de los hijos. En la preocupación por los más pobres y en el compromiso por ellos, en el desasimiento de los bienes temporales y en la generosidad para con los más necesitados. En el cariño y el amor a los enfermos, en vivir esa amistad que es fidelidad. Esa gente que vive esa bienaventuranza de pobreza de espíritu, de pacífico en su corazón, de mansedumbre, de lucha por ser justo, por la justicia. Que a veces en la vida se han sentido o han vivido estando… No digo perseguidos, como todavía hay cristianos, por desgracia en tantas partes del mundo. Pero sí han pasado malos momentos, incluso han sentido el desprecio o han sentido la incomprensión de los demás.

Queridos amigos, la santidad está a nuestro lado. La santidad no sólo cuando se produce una canonización o al final. Entonces es el reconocimiento. Algunos miembros destacados de la Iglesia que han vivido… Hoy el Papa ha proclamado doctor de la Iglesia a John Gerry Newman, un gran inglés, gran maestro de la fe. Fue beatificado por el Papa Benedicto, fue canonizado por el Papa Francisco y hoy el Papa León XIV lo ha proclamado doctor de la Iglesia por su sabiduría para todo el pueblo cristiano.

Nosotros probablemente no nos ocurrirá eso. Seguro, pero tenemos que aspirar a ser santos. A que un día el Señor nos diga “Venid, benditos de mi Padre. Heredad el reino preparado para vosotros”. Tenemos que mantener esa esperanza de la que nos habla la segunda lectura de hoy. Esa esperanza en la vida eterna. Esa fe en Dios. Esa fe en la vida eterna que ahora la vislumbramos.

Tenemos esperanza de llegar. Pero, queridos amigos, vivimos en un ambiente muy de tejas para abajo. En un ambiente cosificado, en un ambiente de sociedad de consumo, en un ambiente de comamos y bebamos, que mañana moriremos. La esperanza ha quedado reducida a que se arregle este problema o el otro. Salgamos de esta dificultad. Pero la esperanza en la vida eterna se ha acortado, la esperanza en el más allá… Y todo se queda en un recuerdo vano que cuando pasa el tiempo se desvanece. O todo se queda en dos días que se van al cementerio, se ponen unas flores y a ser posible, si se tiene capacidad adquisitiva, se pone una buena lápida, un buen sepulcro. Y por querer que estén bien, queremos que estén bien en la sociedad del bienestar hasta los muertos. Pero, ¿y los entierros? No hablamos de la vida eterna los curas. Hablamos de lo bueno que era el que se ha muerto y parece una ceremonia de beatificación. Entonces, queridos amigos, tenemos que esforzarnos por ser santos, santos en el trabajo, santo en la vida de familia, santo en la profesión, santo en tu estado de vida.

Y eso es vivir en gracia. Y es con esas armas que han tenido los santos, que es la oración, que son los sacramentos, que es levantarse cuando uno cae acudiendo al sacramento de la penitencia y reparando las heridas del pecado y volviendo a comenzar. Los santos también tenían defectos. Los propios apóstoles en el Evangelio no se los calla. Luego, todos estamos llamados a la santidad.

Vamos a intentarlo. Y que un día también por nosotros, en esta fiesta, haya gozo en el cielo y gloria de Dios por nuestro ejemplo de vida. Y los santos son ejemplo. Los santos son intercesores. Y hoy no rezamos por estos hermanos nuestros, les rezamos a ellos para que intercedan ante Dios por nosotros. Vamos a acudir a la Virgen, le decimos Reina de todos los Santos en las letanías.

Ella es la Madre del Santo Tesoro Santo, y es la Madre de Dios. Ella es la llena de santidad, de gracia, libre de todo pecado y llena de todas las virtudes. Que Ella nos ayude a nosotros, que todavía peregrinamos, que nos haga un día alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

1 de noviembre de 2025
S. A. I. Catedral de Granada

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