Del 2 de marzo de 2025, elaborado por el Secretariado diocesano de Pastoral bíblica.

Leemos este domingo la última parte del conocido discurso de la llanura del evangelio de Lucas. El texto nos ha acompañado a lo largo de los últimos tres domingos con la intención de movernos a un seguimiento más radical de Jesús. El discurso comienza con una expresión que deberíamos recordar siempre que comenzamos a leer una parte de él: “El, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía” (Lc 6,20). 

LAS PALABRAS NOS DELATAN

La liturgia de la Palabra de este domingo conecta las recomendaciones de Jesús a sus discípulos con el contundente texto del Libro del Eclesiástico que leemos en la primera lectura. La temática central es el hablar. En apenas cuatro versículos el sabio autor del libro utiliza cuatro imágenes para pedir a sus lectores moderación en el hablar. Y es que, en no pocas ocasiones, el hablar nos pierde. 

La primera imagen que leemos es la de la criba. Cuando se realiza la selección de la semilla, también salen a la luz los residuos que sobran. Así sucede con el hablar desmedido que saca lo bueno, pero también lo malo de nosotros. Hablar mucho y sin control pone al descubierto lo menos agradable de cada uno. 

La segunda imagen nos invita a detenernos y mirar la resistencia de las vasijas de barro en el horno. Igualmente, nuestra conversación nos delata, pone en evidencia nuestra “resistencia”, o nuestra capacidad de quebrarnos a la más mínima. 

La tercera imagen compara el fruto con la palabra y el árbol con el corazón. Nuestras palabras dicen de nosotros qué tipos de personas somos, lo mismo que un fruto nos habla de la salud del árbol que nos lo ofrece. 

La última imagen es más cotidiana de lo que pensamos. Nos aventuramos a hacer juicios de personas, distinguimos entre buenos y malos, basándonos en la mera apariencia. El sabio nos invita a no elogiar a nadie sin antes escucharlo. Nuestras palabras nos sitúan ante los demás. Mejor es escuchar antes de alabar. 

SEGÚN SEA TU PALABRA, ASÍ ES TU CORAZÓN

El salmo 91 pone en nuestra boca palabras verdaderas, palabras buenas, palabras del justo que reconoce el actuar de Dios, palabras que proclaman la misericordia de Dios. 

En consonancia con cuanto hemos leído en el Libro del Eclesiástico, Jesús explica, por medio de comparaciones sapienciales, algunas pautas necesarias para vivir dentro de la comunidad eclesial. La última parte del discurso de la llanura se centra especialmente en dos recomendaciones fundamentales: la corrección y la coherencia de vida. 

La parábola de la ceguera necesita poca explicación. Quien no ve, no puede guiar a otros. Atención, por tanto, porque no basta la buena voluntad, sino que es necesario tener la capacidad. Lo mismo sucede con el saber, el discípulo no es más que su maestro; si bien, puede llegar a ser maestro el día de mañana. Encontrar el propio lugar, ponerse al servicio y vivir con sencillez y humildad son las claves para un discipulado auténtico. 

La corrección al hermano requiere, antes de nada, el reconocimiento de la propia limitación. Esta evidencia es, tal vez, el talón de Aquiles de tantos seguidores de Jesús. Corregimos sin mirarnos a nosotros mismos; criticamos sin piedad, excluyendo la posibilidad de pensar que nosotros no somos mejores. Vemos la paja en el ojo de los otros, pero no la viga en el nuestro. 

Concluye el texto evangélico de hoy con una última llamada sapiencial. Atención al corazón, porque lo que en él habita es lo que fructificamos. Nuestro hablar trasparenta nuestro mundo interior. Hay incoherencia de vida en nosotros cuando hablamos de una manera y actuamos de otra. No todo es hablar, más bien, como bien sabemos: “obras son amores y no buenas razones”. 

LA PALABRA HOY

Todos somos conscientes del buen cuerpo que nos deja una buena conversación, con palabras de verdad y apertura de corazón. Del mismo modo, salimos con mal cuerpo cuando nos llenamos de críticas o de descalificaciones a unos y a otros. No hace falta un gran conocimiento, el sentido común nos dice qué nos sienta bien y qué no. 

Jesús pedía al Padre la unidad de sus discípulos para suscitar la fe del mundo. La credibilidad de la comunidad eclesial se pone en juego en lo que decimos, en la coherencia entre lo que anunciamos y vivimos. Recordemos que somos signos de esperanza ante nuestro mundo cuando nuestras comunidades reflejan el verdadero rostro de la Iglesia, espacio de acogida y reconciliación fraterna. 

Ignacio Rojas Gálvez, osst 

COMENTARIO BIBLICO AL EVANGELIO DEL VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, EL 2 DE MARZO DE 2025