Comentario bíblico al Evangelio del IV Domingo de Adviento, el 21 de diciembre de 2025, realizado por el Secretariado diocesano de Pastoral Bíblica.

En el último domingo de Adviento resuena, como un fondo discreto, una música antigua: la promesa de que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo. Acaz se apoya en sus propios cálculos y rehúsa pedir un signo a Dios; José, en cambio, se abandona y acepta colaborar en el designio divino de salvación. Hoy se nos anticipa ese signo como don. Es el anuncio silencioso de un cumplimiento que ya se aproxima, la certeza de que Dios permanece fiel a su promesa salvadora.

Pide un signo al Señor Corrían tiempos difíciles para Israel cuando el profeta Isaías se presentó ante el rey Acaz con una palabra que venía de Dios. Aunque el rey no se atrevió a pedir una señal, el Señor mismo se la ofreció: el nacimiento de un niño (Is 7,10-14). Acaz, amenazado por las tropas que se coaligaban contra él, eligió apoyarse en alianzas humanas y no confió en la palabra recibida; prefirió la seguridad de Siria al riesgo de la fe. Y, sin embargo, incluso ante la desconfianza, Dios insistió en su fidelidad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y su nombre -Dios con nosotros- será garantía de una presencia que no se retira, aun cuando el corazón humano vacila.

LA JUSTICIA DE JOSÉ
La confianza de José en el plan de Dios es absoluta. Mateo dedica un espacio especial a su figura, subrayando su papel en el relato del nacimiento de Jesús. José ya había aparecido pocos versículos antes, cuando Mateo presenta su genealogía con el propósito de mostrar que el Mesías pertenece al linaje davídico (Mt 1,16).

Ahora reaparece tras haber tomado la decisión de repudiar a María en privado. Resulta significativo que Mateo narre primero la decisión de José y solo después el anuncio del ángel, mostrando la tensión entre la acción humana y la intervención divina. La justicia que se atribuye a José no es abstracta; es una disposición interior que lo impulsa a proteger la dignidad del otro (Miq 6,8). José es justo porque protege la honra de María, y justo ante Dios porque sus actos dignifican a quienes lo rodean (Prov 19,17).

Así, se enfrenta a la realidad con fidelidad, incluso cuando esa realidad no coincide ni con sus expectativas ni con sus deseos. Es precisamente esta actitud la que le otorga el título de “justo”. José se convierte en modelo de alguien que actúa justamente, guiado por la fe y la compasión silenciosa.

EL SUEÑO DE JOSÉ
“Apenas había tomado esta resolución…”. Con estas palabras continúa Mateo narrando el anuncio del ángel que confirma a José en su decisión, disipa sus temores y le revela la acción del Espíritu Santo en María. El lector ya conoce la concepción virginal (cf. Mt 1,18); ahora José es informado en sueños, ese espacio privilegiado en su historia para escuchar y acoger la revelación (1,20; 2,13.19 y 22).

Junto con la confirmación de su decisión, José recibe la misión de poner nombre al niño: Jesús, “Dios salva”. De este modo, se convierte en el mediador legal de la promesa y, al cumplir lo que el ángel le indica, acoge al niño en su linaje davídico.

La narración de Mateo recuerda a sus lectores la profecía proclamada en la primera lectura, mostrando cómo la fidelidad de Dios se cumple en la historia. El evangelio concluye con un apunte final sobre José. Cuando despierta, obedece y acoge a María “sin temor”. José es un oyente atento de la palabra divina, que la convierte en acción justa. Su justicia se manifiesta en la obediencia concreta y silenciosa, en la confianza plena y en la protección del otro, preservando la dignidad de quienes Dios pone en sus manos.

LA PALABRA HOY
“¡No sé de quién fiarme!” Decimos a menudo esta frase cuando alguien nos ha decepcionado. Confiar es humano, pero exige un abandono que en ocasiones nos paraliza y nos llena de dudas. El tiempo de Adviento nos invita precisamente a confiar en la promesa de Dios, a dejar que Él actúe a su manera, a abandonarnos al misterio de su caminar en la historia de la salvación. Es un tiempo de espera activa, de apertura del corazón, de permitir que lo prometido se cumpla.

Quizá durante esta espera gozosa nos ayude recordar un verso de la oración de Charles de Foucauld: “Lo que hagas de mí, te lo agradezco; estoy dispuesto a todo, lo acepto todo”.

Ignacio Rojas Gálvez, osst

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