Homilía de D. José María Gil Tamayo en la Eucaristía en el I Domingo de Adviento, celebrada en la Catedral el 30 de noviembre de 2025.

Queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos hermanos y hermanas:

Hemos comenzado un nuevo año cristiano.

Con esta celebración ya del primer domingo de Adviento y con este gesto de encender la primera vela de la corona del Adviento, empezamos esa cuenta atrás para una de las grandes celebraciones cristianas del año litúrgico: el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.

Ciertamente, necesitamos prepararnos. Necesitamos recuperar el sentido cristiano de la Navidad. Hemos ido poniendo sobre la Navidad tantas cosas añadidas en esta sociedad nuestra. Por una parte, secularizada, que margina el sentido cristiano de la vida; que deja a Dios a un lado, que parece que Dios no puede aparecer en la vida pública, en la vida social. Y, por otro lado, esta sociedad de consumo también. Hemos ido paganizando la fiesta cristiana de la Navidad, lo contrario que hicieron los primeros cristianos, que en una sociedad pagana como la que era, y en la celebración del Día del Sol Invencible, el 25 de diciembre, el solsticio de invierno, pusieron precisamente la fiesta del nacimiento de Cristo como el verdadero Sol que nace de lo alto, como dice la Sagrada Escritura en el cántico de Sime de Zacarías.

Queridos amigos, necesitamos. Nos bombardean con anuncios, la ciudad se embellece, pero los motivos cristianos han quedado reducidos muchas veces al interior de los templos o al interior de las casas de las familias cristianas. Lo que aparece por fuera parece más bien la exaltación forestal; parece una exaltación de los árboles y una exaltación de un homenaje a la electricidad.

Pero, ¿realmente hay un verdadero sentido cristiano? Es verdad que serán fiestas de familia en que nos volvemos más tiernos para la solidaridad y para pensar en los demás, sobre todo en quienes más lo necesitan. Es verdad que son unas fiestas de familia en que echamos de menos a quienes nos han dejado o han compartido ya otros años con nosotros estas fiestas, o a otros familiares nuestros que están lejos. Pero, tenemos que recuperar el sentido cristiano de la Navidad, que es, en definitiva, ese acoger a Cristo en nuestra vida.

La Palabra de Dios nos va a recordar esa primera venida de Cristo en la humildad de nuestra carne, en nuestra condición humana, en que el Hijo de Dios se hace hombre, como decía san Agustín, para que el hombre se haga Dios. Pero, al mismo tiempo, este espacio del Adviento nos recuerda, como hemos escuchado en el Evangelio: “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”, para el final de los tiempos, para recordarnos que nuestra condición es la de peregrinos por el mundo; peregrinos, cada uno en un momento de la historia de la humanidad. El cristiano, como decía la Carta a Diogneto, una carta que hablaba de los primeros cristianos, decía que no tienen aquí ciudad permanente, que son como extranjeros, porque van camino de la Patria Celestial, porque vivían esa tensión y esa esperanza que nos recuerda a San Pablo en la Segunda Lectura que hemos escuchado de la Carta a los Romanos, donde les viene a decir “espabilados, el momento final está más cerca que cuando comenzamos a creer”

Y, les invitaba a un cambio de vida, a dejar a un lado las pasiones, a dejar a un lado una vida sin sentido, una vida paganizada y a tomar, decía él, a revestirse de Cristo. Esa es la meta del cristiano. Revestirse de Cristo significa vivir la misma vida de Cristo, la vida de la gracia, la vida interior. Significa tener, como dice San Pablo también en otro de sus escritos, en la Carta a los Filipenses, “tener los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús”.

Por tanto, ese tiempo de Adviento puede ser para nosotros un tiempo de recuperar el sentido de la Navidad, ciertamente, de prepararnos cristianamente, para recibir gracia del Señor en esos días de fiesta, para tener un verdadero sentido de familia y de caridad cristiana, con algunos gestos de amor a los más pobres y a los más necesitados, que, en nuestra sociedad, muchas veces del lujo y del bienestar, somos un escándalo para quienes no tienen o no llegan. Y en esta sociedad nuestra, el Informe Foessa de Cáritas -nos lo recordaba hace unas semanas-: hay muchos pobres, mucha gente que no llega a final de mes, mucha gente que vive con lo mínimo, mucha gente que ve inalcanzable la posesión de un derecho humano como es el derecho a una vivienda, donde ya ni tan siquiera el tener un trabajo es la condición para poder tener una estabilidad y un bienestar. Especialmente, esto afecta a los más jóvenes.

Y en esta sociedad nuestra, lo camuflamos con mucha fiesta, con mucho espectáculo. Pero, hay una sociedad y un mundo convulso. Hay una sociedad y un mundo donde hay guerras abiertas, queridos amigos. Esta sociedad nuestra está así. Y ese mensaje de la Navidad, de la paz a los hombres de buena voluntad, de necesidad de concordia, tenemos que pedirlo de manera especial. Pero hay que prepararse. No cae sin más, cuando hay un tono de vida alejado de Dios y alejado de la fe.

¿Y quién nos ayuda a preparar este tiempo de la Navidad, al mismo tiempo que recordamos la primera Venida del Señor con la iluminación de los profetas que hablan de los tiempos mesiánicos, con uno de los protagonistas como es la profecía de Isaías? Pero, al mismo tiempo, se nos está preparando para el final de nuestra vida, en que será para nosotros la llegada del Hijo de Dios y que nos pedirá cuenta de nuestra existencia, y nos examinará de amor. Pero será también el final del tiempo, el final de la historia, en que el mal no tiene la última palabra, sino la tiene Cristo, vencedor del pecado y de la muerte, Señor de la Historia, como hemos recordado el domingo pasado, Rey del Universo, que vendrá Glorioso. Los primeros cristianos vivían esto con una tensión especial. Nosotros la hemos perdido. Nos hemos hecho aquí de tejas para abajo, “comamos y bebamos, que mañana moriremos”. Y esto hace más necesaria que nunca una virtud cristiana, la de la esperanza. La esperanza que no sólo es que se solucionen los problemas. La esperanza apunta más alto. Apunta a la vida eterna. Apunta al cielo dejando un mundo tras de sí más grande, más noble, más bueno, más de Dios, más de fraternidad.

Queridos amigos, todos los grandes protagonistas del Adviento es María. Tenemos ya cerca la fiesta de la Inmaculada, tan querida en Granada. María nos enseña a esperar. Nadie como Ella, que acogió al Verbo en sus purísimas entrañas, vivió esa cuenta atrás hasta darnos hasta el nacimiento de Su Hijo. Nadie como Ella vivió el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Qué mejor que acogernos a Ella y pedirle que nos ayude a vivir el Misterio que se acerca hacia la Navidad con sus ojos, con su mirada.

Vamos a acudir a la Virgen. Ella es vida, dulzura y esperanza nuestra. Así la llama el pueblo cristiano: esperanza nuestra. Y qué mejor que hacerlo en este Año Jubilar en que el Papa Francisco de feliz memoria, precisamente nos ha pedido que vivamos este tiempo como peregrinos de esperanza.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
30 de noviembre de 2025

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