Comentario bíblico del II domingo de Navidad.

Jesús ha nacido, la Palabra se ha hecho carne, Dios se ha revelado a su pueblo, de la forma más extraordinaria y sorprendente: se ha hecho uno con nosotros. El ser humano no siempre es capaz de comprender la grandeza de ese niño-Dios que es Luz para la humanidad, que ha venido a salvar a todo aquel que estaba perdido. La fuerza creadora de la Palabra nos ayuda a ser parte de esta humanidad que en estos días exulta de alegría.

La Sabiduría que viene de los Alto (Si 24, 1-2. 8-12)

La primera lectura es del libro del Eclesiástico o de la Sabiduría de Ben Sirá, como se le conoce, por el autor que lo escribió. La literatura sapiencial intenta poner de manifiesto los valores más fundamentales de la vida, de un comportamiento justo, honrado, consigo mismo y con el prójimo; en definitiva, vivir con la sabiduría que proporciona un corazón justo.

La lectura de hoy es el centro del libro del Eclesiástico y nos habla de la Sabiduría, con mayúscula; no la del ser humano, sino la de Dios. En la creación de las cosas, la Sabiduría estuvo presente e intervino de una manera activa, dejando su huella en todas ellas. Nuestro texto es un himno grandioso del papel que tiene la sabiduría en las relaciones de Dios con el mundo y con las personas. Dentro del mundo judío no se entendía que hubiese alguien como Dios; de ahí, que la sabiduría, aunque personificada, es, en el texto, una criatura como nosotros, aunque confidente del saber divino y conocedora de su acción creadora, es decir, del proyecto que Dios tiene sobre la humanidad. Todo ello pregona la omnipotencia de Dios y refleja su infinita sabiduría.

Una tradición rabínica, basada en este texto, dice que Dios ofreció su Ley a los pueblos paganos, que la rechazaron, mientras que Israel la aceptó, por lo que la Sabiduría estableció su tienda entre los descendientes de Jacob. Las gentes todas podrían descubrir la sabiduría que resplandece en el universo; pero Israel, que recibió la Ley, que viene a ser como la encarnación de la sabiduría, puede conocer más perfectamente al Señor y los dictámenes de su sabiduría, cuya práctica le distinguiría de los demás pueblos y constituiría su mayor gloria.

Él habita entre nosotros (Jn 1, 1-18)

El Evangelio de Juan comienza con un precioso prólogo teológico donde el autor presenta el tema al que va a dedicar todo su escrito: Jesús revelador de la obra del Padre, se hace carne como nosotros, se encarna en nuestro mundo, en nuestra historia. En el centro de esta magnífica introducción aparece también la figura de Juan Bautista, que nos ha acompañado este Adviento, él es el que da testimonio de Jesús.

El prólogo comienza con la misma expresión con la que se abre el libro del Génesis “En el principio” (1,1) y que hace referencia al ser y al existir de la Palabra divina desde siempre, desde la eternidad. La Palabra es identificada con Dios antes de la creación. Él es el Misterio pleno y total. La Palabra es creadora de vida y de luz para la humanidad, ha intervenido en la creación, y nada es ajeno a su acción. Los símbolos aplicados a la Palabra, Vida y Luz son, asimismo, oferta y don para todo ser humano.

La aparición de Juan Bautista en el centro del himno parece interrumpir el prólogo, sin embargo, el evangelista lo presenta como el profeta enviado por Dios con una misión especial: dar testimonio de la luz. Cuando en los versículos siguientes Juan sea preguntado por su identidad (1,19-22), el mismo afirmará que no es la luz, ni es el Mesías, solo es su precursor.

Siguiendo con el prólogo, el evangelista afirma de nuevo que la Palabra era la luz verdadera que vino al mundo para alumbrar a todo hombre, pero el mundo no la conoció, ni la recibió. No obstante, algunos creyeron en ella y por creer en Jesús, el Padre los capacita para llegar a ser hijos de Dios.

El gran anhelo de Dios de vivir entre los suyos se ve realizado cuando la Palabra de Dios se hace carne y habita con los creyentes (14-18). El Logos se ha hecho carne y ha puesto su morada entre los hombres (Ex 25,8), por eso hemos visto su gloria, como corresponde al Hijo de Dios. Ahora la comunidad de creyentes se sabe beneficiada por la gracia y la verdad, presentes en la historia de Jesucristo: el Unigénito, que está en el seno del Padre, el que ha venido a contarlo.

El prólogo del evangelio de Juan proporciona al lector la identidad teológica más profunda de Jesús, su origen, su lugar y su función creacional, reveladora y liberadora.

La Palabra hoy

El medio de comunicación del ser humano es a través de la palabra. Palabra que comunica, palabra que expresa, emociona, construye e incluso es capaz de dar aliento y vida a otros. Pero nada más asombroso que la verdadera Palabra, la que es Luz y Vida para el mundo, habite entre nosotros. Ante tan gran acontecimiento, puede que lo que nos corresponda sea el silencio. A mayor predilección, mayor responsabilidad, ¿cómo vamos de sabiduría?

Carmen Román Martínez, OP.

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