De la Pastoral Bíblica de la Archidiócesis de Granada, para el domingo 24 de diciembre de 2023.

Próximos a la fiesta de la Navidad, la liturgia de hoy nos acerca a la presencia de ese niño Dios que se hace carne como y con nosotros. El Señor está cerca y lo manifiesta en tres gestos reveladores para el ser humano que necesita de la salvación. El primero de ellos es su estar en nuestra historia perpetuamente: Tu casa y tu reino durarán por siempre en mí presencia. El mismo Dios viene a quedarse para siempre. El segundo gesto nos lo trae Pablo al final de la carta a los Romanos, el Evangelio que él predica es la buena noticia que llama a nuestra puerta. Finalmente, el último de los gestos lo hace María, con un Sí al que viene, con un sí sin reservas, porque ella nos enseña que no se puede rechazar a esa Vida que todo lo protege, lo cuida, lo alegra y lo salva.

La primera lectura (2 Sm 7, 1-5.8b-11.16) nos sitúa en un momento clave de la tradición sobre David, como es la profecía de Natán. La obra de David alcanza su cumbre en un último proyecto: la construcción de un templo para Yahvé. Natán (Yahvé concede) que aparece por primera vez aquí, es el profeta y consejero del rey y una de las figuras más importantes de la corte (2 Sam 11, 2-12,25; 1 Re,1). Esa misma noche el profeta recibirá una revelación profética en la que Dios le manifestaba que no sería David quien le levantará una casa, sino que Él se la edificaría al Rey. Dios promete a David la continuidad del reino entre sus descendientes.
La promesa divina se resume repitiendo a modo de mantra los cuatro elementos que aparecen por tres veces en todo el relato: 1) casa (11b, 13a, 16a); 2) reino (7b, 13b, 16a); 3) para siempre (13b, 16b); 4) estará firme (consolidaré) (12b, 13b, 16b). Es el principio de una novedad que continuará y de una dinastía, en cuya historia no faltará la decepción y el pecado, pero en la que Dios cumplirá todas sus promesas hasta la venida del Hijo de David, el Mesías. Dios mismo construirá para David una “casa” y esta “casa” será el único templo que el Señor desea para sí en el mundo: Jesús.

El Evangelio (Lc 1,26-38) nos presenta el relato de la Anunciación a María, receptora privilegiada del anuncio de la presencia salvadora de Dios en ella. Lucas hace de esta joven de Nazaret el personaje central de esa buena noticia que la llevará de la sorpresa a la aceptación ¿Cómo será esto?

El ángel Gabriel que había sido enviado a Zacarías “para hablarte y anunciarte esta buena noticia” (Lc 1,19b), es ahora enviado a María. La dimensión del anuncio no deja lugar a dudas puesto que Dios manda a su ángel apocalíptico, aquel que anuncia las decisiones últimas del Señor respecto al futuro de la historia: “yo soy Gabriel, el que está delante de Dios” (Lc 1,19a).

El saludo de este mensajero “Alégrate” recuerda algunos textos veterotestamentarios que contienen esta palabra y exhortan a la alegría escatológica (Is 6,10; Jl 2,21-23; Zac 10,7). Por eso, María “se preguntaba qué significaría aquel saludo” (Lc 1,29). Para el evangelista, la alegría es anticipo y respuesta a la irrupción de una nueva vida, al proyecto transformador de Dios. María es llamada “agraciada”, ella ha encontrado gracia ante Dios y tiene ante sí un futuro desconcertante: concebirás. El nombre de gracia va acompañado de una frase singular: “El Señor está contigo”.

El ángel Gabriel ha revelado a María lo que va a acontecer en ella. Le confía una misión de parte de Dios: ser madre a través de tres acciones: concebirás en tu seno, darás a luz un hijo, le pondrás por nombre Jesús. El mensaje es interrumpido por una pregunta de María, situada en el centro de la narración: “¿Cómo será esto pues no conozco varón?” El “no conozco” de María está conectado con su condición de virgen. Ella sólo está “desposada”, todavía no convive con José. De ahí, su sorpresa, no sólo por la ausencia de varón para la concepción, sino por la imposibilidad de dar a luz a un hijo que “se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33). El ángel del Señor responde a esa pregunta, y le revela el plan de amor de Dios para con ella: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35)

Ante la magnitud de este acontecimiento, se le mostrará un signo, la fecundidad de su pariente Isabel, que era estéril. La Palabra de Dios se cumple siempre, para Él nada es imposible. María se declara “sierva del Señor” que acepta el proyecto de amor de Dios para con ella. Ella es la que desde el comienzo acoge el Misterio de su Hijo en una actitud de obediencia, disponibilidad y aceptación.

LA PALABRA HOY

El evangelio de hoy no deja de sorprendernos. Siempre resuena a palabras nuevas, a palabras de vida, a palabras de mujer. Alguien sencillo, en un ambiente sencillo es capaz de profundizar y aceptar, incluso sin comprender la maravilla de la Vida. María es la mujer de la vida, acepta sin reservas la palabra de Dios por medio de su mensajero. Caminar con María hacia el encuentro de la vida que está tan cerca es una aventura apasionante. Ella es la casa de la vida, el hogar de lo pequeño, el gesto que nos salva, la palabra que nos devuelve la esperanza. Enséñanos, María, a ser como tú, esa persona que pone su vida al servicio del proyecto de Dios, al servicio del Amor.

Carmen Román Martínez, op

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