De la Pastoral Bíblica de la Archidiócesis de Granada, para el domingo 3 de marzo de 2024.

Los dos primeros domingos del tiempo cuaresmal escuchamos siempre los relatos de las Tentaciones (Io) y de la Transfiguración (IIo) según el evangelista que corresponda; pero llegados al IIIo es preciso hacer un pequeño inciso, puesto que la diferencia entre los tres ciclos de lecturas (A, B, C), no radica tan solo en el evangelista que predomina para su lectura, sino también en el tema catequético que se pretende profundizar. Mientras que el ciclo A posee un marcado carácter de preparación para la Iniciación cristiana, el ciclo B, el que nos corresponde ahora, busca subrayar la fuerza de la Alianza que Dios ha hecho con los hombres desde que iniciase su historia de salvación con los patriarcas. Será esta alianza antigua la que viene a dar plenitud y convertir en nueva Jesucristo, a través de su sacrificio en la cruz como Cordero y Siervo.

En la primera lectura vemos cómo se da un paso adelante en lo que a la Alianza se refiere. Los domingos anteriores escuchábamos la alianza con Noé, y después la Alianza con Abraham; ahora asistimos a la llamada “antigua alianza”, es decir, a la proclamación del Decálogo, la Alianza hecha con Moisés. Constituido el pueblo aparecen las normas que han de regirlo, son preceptos todos ellos relativos a la relación entre ellos y para con Dios, por tanto, abarcan todas las dimensiones de su realidad.

Estas leyes salen de la boca del Señor, según matiza el texto, de lo cual toma pie el salmista para recordarnos que “el Señor tiene palabras de vida eterna” y que por tanto no son algo vacío y sin vida, sino más bien al contrario, nos permiten encontrar el auténtico camino hacia la Vida, y aportan “descanso al alma” (Sal 18, 8) y “alegría al corazón” (Sal 18, 9).

La segunda lectura por su parte nos pone ante la exigencia de dos bandos del mundo en tiempos de Pablo, los judíos y los griegos: unos piden signos y otros, sabiduría. Jesucristo crucificado es un maldito según la ley antigua y un necio para los filósofos, pero será precisamente ahí donde será sellada la Nueva y Eterna Alianza cf. (2 Cor 1, 19) y se manifestará la sabiduría escondida desde antiguo (cf. 1 Cor 2, 7).

El evangelio nos muestra una escena cuanto menos llamativa, donde aparece Jesús con una actitud un tanto insólita a primera vista. Nos dice el texto que “se acercaba la pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén” (Jn 2, 13), por tanto, el contexto en el que sucede el evento es ya importante. Una vez allí el Maestro echa a todos aquellos que están haciendo negocios en un lugar sagrado, “la casa de su Padre”. Evidentemente esto no deja indiferentes a los circunstantes que lo encaran y le piden explicaciones, lo cual dará pie a Jesús para realizar un anuncio velado de su Resurrección.

Al igual que sucede en nuestros días, en muchas ocasiones nos acomodamos a vivir la fe como si fuera un simple código de conducta que implica una serie de ritos externos a cumplimentar. La ley en su origen tiene como finalidad ayudar a traducir la experiencia interior, y poder suscitar a través de ella la fidelidad a la alianza con el Señor. Lo que Jesús hace en el Templo es un “signo”, es decir, intenta por su medio poder remitir a otra realidad superior; y ¿cuál es esa realidad? La de indicarnos que está por suceder algo nuevo, su muerte y resurrección, algo que para muchos parecerá ser “escándalo y necedad”, pero que en realidad esta inaugurando el nuevo culto, “en espíritu y en verdad”, y el nuevo templo, su cuerpo. Muchas iban al Templo a “negociar” con Dios a través de los sacrificios, otros vivían de “vender” elementos para que la gente se relacionase con Dios, y ninguno aún se había percatado que en realidad Jesús había venido a consumar aquel “admirable intercambio”, libre y gratuito, iniciado en la Encarnación.

Moisés Fernández Martín, pbro.

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