Queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos seminaristas;
querido diácono;
queridos hermanos y hermanas, presentes en nuestra Santa Iglesia Catedral Metropolitana de Granada, y quienes nos seguís a través de la Cadena Cope:
Acabamos de escuchar la Palabra de Dios en esta primera parte de la celebración eucarística, en este Jueves Santo, con el que iniciamos el Triduo Pascual. Recordamos, ciertamente, “haced esto en memoria mía” nos ha mandando Jesús, de la Eucaristía. Y en este día, (…) las palabras con las que San Juan el Evangelista introduce el relato del lavatorio de los pies, que acabamos de escuchar en la Última Cena: “Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, -hemos escuchado- los amó hasta el extremo”. Habiendo amado a los suyos, que somos cada uno de nosotros. Jesús nos ha dicho: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros somos sus amigos”.
Y desde esa visión, estamos celebrando estos días santos. En el interior de los templos con las celebraciones litúrgicas y, como decía el Papa Benedicto XVI, nos presencializan a Cristo de una manera especial, porque Cristo se nos hace contemporáneo en la celebración litúrgica. No es el recuerdo de un acontecimiento pasado cuando proclamamos la Palabra de Dios, sino que se hace presente en nosotros, para nuestra vida. Y también en nuestras calles, a lo largo de estos días santos, el pueblo de Dios exterioriza su fe, la manifiesta públicamente. En medio de esta sociedad tan secularizada, nos viene bien ese recordatorio a través de nuestras bellas imágenes como auténticos sacramentales de la fe, que nos expresan los Misterios de dolor, la Pasión, muerte y Resurrección del Señor, para que nosotros también aprendamos la lección de amor de quien se ha entregado por nosotros hasta dar su vida.
¿Qué celebramos este Jueves Santo? Primero, la instauración de la Eucaristía. El memorial de la Pasión, muerte y Resurrección del Señor. Diremos después en la aclamación, inmediatamente a continuación de la consagración: “Anunciamos Tu muerte, proclamamos Tu Resurrección, ven Señor Jesús”. El Cuerpo de Cristo es un cuerpo entregado y su Sangre es sangre derramada, la Sangre de la Alianza nueva y eterna. Y nos trae el recuerdo de esa primera Alianza que nos ha relatado el Libro del Éxodo, en la que el pueblo de Israel sale liberado de Egipto y con la Sangre del cordero pascual le sirve de contraseña en las puertas, para que el Ángel exterminador pase de largo. Juan el Bautista se dirigirá a Jesucristo diciendo: “Este es el verdadero Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Y efectivamente, era derramada Su sangre por nosotros. San Pablo nos dice que hemos sido comprados con el precio de la Sangre de Cristo. “Él es el propiciatorio”, nos dirá San Pablo. “Cristo se ha entregado por nosotros y hemos sido redimidos por Él”. Pero esa Redención en la cruz, de cuyo costado abierto por la lanzada sale sangre y agua de Jesús; se produce y se celebra en cada memorial, en cada celebración eucarística, porque anunciamos la muerte del Señor y proclamamos Su Resurrección, porque es memorial de su entrega.
Y eso para nosotros, nos trae el recordatorio del sacrificio por el que hemos sido salvados y que se actualiza en cada celebración eucarística. Por eso, la Eucaristía es el centro, el culmen, de la vida cristiana. Es lo central. Y nosotros, Pueblo de Dios, tenemos que revalorizar la centralidad de la Eucaristía en nuestra vida, la celebración dominical. La Santa Misa tiene que ser para la comunidad cristiana no sólo el cumplimiento de una norma eclesiástica, de un mandamiento de la Iglesia, sino ese encuentro con el Señor que está con Su Cuerpo y con Su Sangre en medio de nosotros; ese encuentro con el Señor que nos muestra y nos hace oír su Palabra de nuevo; ese encuentro con el Señor que se hace sacrificio, se hace entrega por nosotros y se nos pone como más cerca, para que podamos llevarle nuestras peticiones y para que podamos ejercer también la ofrenda de nuestra propia vida. “Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro –nos dice el sacerdote- sea agradable a Dios”. Pero, en la Eucaristía, Jesús se nos ha quedado también como alimento. San Juan evangelista nos ha relatado el Lavatorio de los pies en la Última Cena y ha omitido hablar de la Eucaristía, porque ya lo hace en el capitulo 6 de su Evangelio, cuando nos habla del pan de vida: “Jesús es el verdadero pan de vida”. “Mi Padre es quien os da el verdadero Pan del Cielo”, nos dice Jesús. “Mi carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en Mí y Yo en él”. Por tanto, nos dice Jesús en el Evangelio: “Si no coméis la Carne del Hijo del Hombre y no bebéis Su Sangre, no tendréis vida en vosotros”.
Queridos hermanos, ¿cómo es nuestra vivencia eucarística? ¿Acudimos a la Eucaristía con verdadera hambre de Cristo? O, por el contrario, nos damos casi de bruces, sin prepararnos, y nos acercamos a comulgar sin una verdadera preparación, que no sólo está, y principalmente, en nuestra alma limpia, y que hemos de acudir con frecuencia al Sacramento de la Penitencia, para purificarnos y acercarnos a recibir el Cuerpo del Señor, sabiendo, como le decimos, “que no somos dignos de que entre en nuestra casa”, con palabras del centurión. La Eucaristía se nos ha quedado también como Presencia de Cristo. Como alimento y como Presencia. Como Presencia de Cristo en nuestros tabernáculos. Y hoy, en todas las iglesias del mundo, adoraremos al Señor, presente en la Eucaristía, con Su Cuerpo y con Su Sangre, con Su Alma y con Su Divinidad. Cristo está en nuestros sagrarios. ¿Le visitamos? ¿Vivimos esa piedad eucarística de tener a Dios con nosotros? O por el contrario, nos puede la superficialidad cuando entramos en un templo, apenas nos percatamos de Su Presencia. Cristo está con nosotros y se acerca a los más enfermos con el víatico, como a tantas personas, queridos hermanos y hermanas que estáis imposibilitados en vuestras casas con los ministros extraordinarios de la Eucaristía, que os llevan a lo largo de la semana la comunión, para uniros al sacrificio de Cristo y recibir el alimento del pan de vida. ¡Benditos seáis!
También celebramos en el Jueves Santo el día del sacerdocio. Ayer, en nuestra Catedral, más de doscientos sacerdotes de nuestra diócesis renovamos nuestras promesas sacerdotales. Hoy es un día para darLe gracias al Señor que, a pesar de los pesares de la debilidad nuestra, tan manifiesta muchas veces, tan sospechosa por desgracia para algunos, pero con tantos ejemplos de entrega y de santidad de sacerdotes en nuestros pueblos, en nuestras aldeas, en nuestras barriadas, a lo largo y ancho de nuestra geografía y de nuestra propia vida, con el ejemplo, incluso martirial, como hemos celebrado en Granada en nuestros mártires del siglo XX, sacerdotes. Tenemos que rezar por ellos. Y tenéis que rezar, queridos hermanos, para que haya jóvenes que se preparen al sacerdocio. Aquí están la mayoría de nuestros seminaristas. Tenemos 14 seminaristas en el Seminario Mayor y 6 seminaristas en el Seminario Redemptoris Mater. Como comprenderéis, con eso es muy difícil la renovación en nuestras parroquias de la presencia del sacerdote. Y hay tantos jóvenes en Granada. Pidámos hoy al Señor, para que les toque el corazón y sean generosos. Y que nosotros, los sacerdotes, sepamos dar ejemplo conforme al corazón de Cristo.
Queridos amigos, también hoy Jesús instituyó el mandamiento nuevo del amor, el mandamiento del amor al prójimo: “Que os améis los unos a los otros como Yo os he amado. Os doy este mandamiento nuevo y en esto reconocerán que sois mis discípulos”, nos dice Jesús. Dijo en el ámbito de esa cena primera, en aquella cena de aquel primer Jueves Santo con sus discípulos, nos mandó este mandamiento nuevo, el mandamiento de la caridad. Y hoy en el día del Amor Fraterno, con ese gesto de Jesús, de todo un Dios que se echa a los pies de sus discípulos y no lo entiende Pedro, como no lo entendemos muchas veces nosotros; Jesús nos ha enseñado que lo que llena el corazón del hombre, lo que nos hace grande, como dirá San Juan Evangelista, es amar. Dios es Amor. “Y nosotros –dice él- hemos conocido el Amor de Dios y hemos creído en Él”. Y Cristo es el que nos ha mostrado el amor como el Buen samaritano que sale al encuentro de todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.
Queridos hermanos, vivamos la caridad. Ése es nuestro distintito. Y es lo que va a quedar. Jesús nos ha dicho en el Evangelio que nos va a examinar de amor al final de nuestra vida, como nos recuerda también San Juan de la Cruz, que trae el Carmelo a Granada. Jesús nos dice: “Venid, heredad vosotros, benditos de mi Padre, el Reino, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui peregrino y me acogisteis, estuve en la cárcel y me visitasteis”. “¿Cuándo lo hicimos Señor?”. “Cuando lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos”.
Luego, queridos hermanos, ya sabemos cuáles son las preguntas, el temario del final de nuestra vida. Y nuestra vida vale lo que vale el amor que ponemos, ese amor a los demás que está hecho de detalles y que San Pablo nos describe en la Primera Carta a los Corintios, al igual que hoy hemos escuchado cómo nos transmite la institución de la Eucaristía. San Pablo nos habla de que “el amor es comprensivo, el amor es servicial, no tiene envidia, nos lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia”. Y nos dice también que “el amor no pasa”. La fe pasará cuando veamos a Dios; la esperanza, cuando Le poseamos en la vida eterna, ya no tendremos que tener esperanza. Pero el amor es lo que nos identifica con Dios y lo que Dios va a mirar en nuestro corazón.
Que vivamos esa caridad fraterna empezando por los más cercanos, pero pensando también en quienes más lo necesitan, en los pobres, los ancianos, los más pequeños, en quienes se debaten en medio de las dificultades en nuestro mundo, los refugiados, los que viven entre los horrores de la guerra, los que salen buscando unas mejores condiciones de vida. Que pensemos que la caridad es en lo que nos va a distinguir el Señor.
Acudamos a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra. Que Ella nos ayude a acoger a Cristo Eucaristía en nuestro corazón, como Ella lo acogió. Que Ella nos enseñe a vivir una caridad fina de ayuda y de entrega a los demás sin llamar la atención. Que María nos ayude a que nuestros sacerdotes sean santos y que nos conceda del Señor vocaciones abundantes.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
Catedral de Granada
6 de abril de 2023