Fecha de publicación: 8 de diciembre de 2015

Estamos a las puertas del Año de la Misericordia con el que iniciamos también el Jubileo, convocado por el Papa Francisco en su Bula Misericordiosos como el Padre. Se nos presenta así un tiempo que es una invitación personal para vivir la gracia del perdón y experimentar en nuestra vida el amor infinito de Dios, que todo lo perdona y nos abraza por entero. No es ésta una moral de cumplimiento de normas, sino la experiencia concreta de un amor infinito que no se detiene ante nuestro mal y pecado, porque Dios mismo, en su Hijo, se abajó a nosotros para vencer nuestro pecado, el mal y la muerte.

Precisamente, en este tiempo de Adviento nos preparamos para ese gran acontecimiento que es el Nacimiento del Hijo de Dios, la Natividad del Señor, que se hizo uno como nosotros.

En este tiempo explícito de misericordia, la Iglesia nos invita a vivir este Año con una conciencia que nos ayude a vivir y a saber para qué vivimos; a experimentar qué es la vida sino aquel afecto en el que principalmente se sostiene y encuentra su mayor satisfacción –parafraseando a San Agustín-, que es el Amor de Dios mismo por nuestra persona, por nuestra pobreza y por nuestra inmensa necesidad que no halla respuesta más que en Aquél que es Él mismo Respuesta a toda nuestra vida, a todas nuestras preguntas y sed de infinito en la verdad, la justicia, el amor…

Por eso, el cartel de la Archidiócesis de Granada que ilustra el Año de la Misericordia –El hijo pródigo, de Pompeo Batoni (S. XVIII)- es también una invitación elocuente de cómo vivir este Año: como hijos que arrepentidos, sin nada, llenos de pobreza en todos los sentidos, volvemos a los brazos del padre que todo lo perdona. Es la actitud del mendigo que sólo se sabe lleno y rebosante de verdad cuando acude a los brazos del padre. El padre que nos abarca en toda su extensión –hasta la capa del cuadro nos ofrece esa imagen del padre que nos abraza por entero, nos cuida-, salvándonos a cada instante, dándonos el perdón, que nos acerca más a Dios.

Este Año de la Misericordia es la invitación, continua –minuto a minuto; día tras día-, a sabernos hijos predilectos de Dios, que nos ama siempre, infinitamente, seamos como seamos, estemos como estemos. El Señor sólo quiere que pidamos perdón –porque no nos pide ser perfectos, sólo un corazón que busca incansable el amor al que está llamado, el amor de Dios. Es el Amor que nos salva.

Se abre un Año que es un inicio, porque no tiene fecha de caducidad. Es un inicio, como nuestra vida cada vez que acudimos al Padre en el Sacramento de la Penitencia. En palabras del Papa Francisco, el Señor nos espera y lo hace siempre con los brazos abiertos. Y en ello está la consistencia de nuestra vida.

Publicado en Fiesta Nº 1125, 6 de diciembre de 2015