Fecha de publicación: 26 de marzo de 2018

Lo que nos une a los hombres es, por una parte, nuestro anhelo de plenitud, que es un anhelo del Cielo, de una vida plena, gozosa. Y por otra parte, nuestra condición mortal. Y si hay algún rasgo que define esa condición mortal, es que todos los hombres somos miembros dolientes de una humanidad, como decimos en la Salve, desterrada; desterrada del Cielo y que vive en este valle de lágrimas.

Hoy, Señora, te ponemos todos nuestros dolores a tus pies: dolores físicos, dolores morales, que duelen a veces mucho más que los físicos, que destruyen el corazón y la esperanza. Y al mismo tiempo, te pedimos que podamos vivir la Pasión de tu Hijo y la memoria de esa Pasión que estamos celebrando con tu misma mirada de fe. Esa mirada de fe que transforma y transfigura el dolor de ser algo destructivo a ser algo fecundo; que educa en la paciencia; que educa, sobre todo, en el amor; que ensancha nuestro corazón a la medida de la ternura y de la misericordia de Dios.
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra;
Dios te salve.
A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva;
a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos;
y después de este destierro
muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clementísima,
oh piadosa,
oh dulce siempre Virgen María!
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

26 de marzo de 2018
Plaza de las Pasiegas, Lunes Santo