Queridísima Iglesia del Señor; muy querida comunidad de las hermanas; sacerdotes concelebrantes;
hermanos y amigos todos:
Hay caras que me son familiares y queridas, aunque no me sepa los nombres, de ya muchas veces de haber celebrado juntos, y otros me lo son menos pero todos formamos parte del único Cuerpo de Cristo. Todos somos parte los unos de los otros en la unidad de ese Cuerpo que es la humanidad de Cristo. Hoy en nuestro mundo es lo más bello que hay sobre la tierra, literalmente. Nada es tan bello como la Iglesia. Con todas nuestras fragilidades, que todos las tenemos de una manera o de otra, limitaciones, nuestros temperamentos, y sin embargo cuando desaparece del mundo Cristo, esa humanidad Suya que es el pueblo santo de Dios, la realidad de la Iglesia, el mundo se pudre. Literalmente se muere. Era San Juan Pablo II quien hablaba muchas veces de la amenaza o del riesgo de una cultura de la muerte. (…)
Ayer hablaba yo con un teólogo anglicano y él me decía que Europa se estaba muriendo. No se refería a España. Me decía: Inglaterra está en una crisis tremenda. Una figura como la de San Francisco de Sales, que a mi me gustaría unirla a la del Papa Francisco, porque me parece que van en la misma dirección sin que nos demos cuenta. Yo creo que constituyen la única verdadera respuesta al mundo en el que estamos (…) Cuando la Iglesia empezó con los primeros eran de unos pueblecillos de Galilea. Se llamaba Galilea porque era medio pagana, una zona considerada poco religiosa y poco valiosa. Lo importante era Jerusalén. Como decía Natanael… ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Pues, aquel grupo de pescadores. Ya lo decía San Agustín: Gracias Señor por no haber escogido ni a grandes estrategas, ni a grandes pensadores en los comienzos de la Iglesia para que nadie pudiera atribuir el crecimiento de la Iglesia en aquellos siglos primeros, en el Imperio Romano, a las capacidades humanas, sino sólo a la Gracia de Dios.
Retomo mi indicación de que San Francisco de Sales y el Papa Francisco van en la misma dirección. En la época en la que Dios suscita a San Francisco de Sales el cristianismo había vivido y en parte vivía, unos meros signos de decadencia muy profundos. Uno ve cómo el paganismo infectaba muchas cosas del arte, del Renacimiento… y el cristianismo era muy clerical, los sacerdotes teníamos mucho poder mundano y éramos considerados como autoridades mundanas en muchos sentidos, que se escribían con los reyes y decidían cosas muy importantes con los reyes (…), en un mundo en el que los cristiano y lo sobrenatural estaba muy profundamente separado de la humano, pues el camino era mostrar que lo humano sin Dios se corrompe, que lo humano sin Jesucristo se desmorona; que por muy bella que haya sido la humanidad que ha suscitado la experiencia cristiana, los países donde esa experiencia ha echado raíces como el nuestro, cuando lo cristiano se separa de la vida humana, lo humano se queda solo y se entristece, se empobrece, nuestro mundo es muy poco capaz de la alegría (…) Por Granada me da pena ver que las personas no se saludan porque no se conocen, nos hemos hecho un mundo donde vamos con el pinganillo pegado a la oreja y yo existo en una burbuja (…)
Europa se muere y es verdad porque hemos perdido el gusto de vivir como hermanos, hemos perdido el gusto de querernos. Y, ¿qué es lo único importante que tenemos que hacer en la vida? Aprender a querernos bien, y como no sabemos querernos tenemos que pedirLe al Señor que nos ayude a querernos cada vez mejor y a querernos cada vez más, y a querer cada vez a más gente sin hacer etiquetas, divisiones o clases que nos separen. El designio del amor infinito de Dios es para todos los hombres y en esa línea han estado todos los movimientos verdaderos y de profunda reforma que ha habido en la Iglesia (…)
Las Lecturas de hoy nos recuerdan que el magisterio de verdad es el que sabe querer y enseñar a querer, y el que transmite algo en su vida de la dulzura de Dios y comunica a los demás algo de esa dulzura de Dios. Y cuando uno tiene conciencia de eso la vida es preciosa siempre, tenga los años que tenga, la salud que tenga, las circunstancias familiares o de otro tipo que tenga. Que volvamos a reconocer de dónde nace toda esa belleza, incluso belleza artística si queréis. No hay ninguna cultura que haya manifestado tanto la belleza de lo humano, la grandeza de la dignidad humana como el arte cristiano. Allí donde el hombre ha sido tocado por la Gracia la más humilde de las imágenes cristianas hecha quizás por un leñador en las montañas de Cánada, Suiza, ha pintado una mujer con un hijo en brazos, María y Jesús, y cosas maravillosa de arte súper sofisticado nunca podrán pintar eso porque encontrar a Jesucristo es encontrar el valor de la vida humana. De toda la vida humana. La belleza insondable de todo rostro humano, que es imagen y semejanza de Dios. Que no lo es ninguna otra criatura.
Cuando vivimos eso efectivamente brota en la vida un deseo de compartirlo con los demás, de que los demás también puedan vivirlo. Digo muchas veces que el primer fruto de haber encontrado a Jesucristo es una especie de gusto por la vida, que no es hablar de cosas religiosas o hablar de cosas de Dios. Ese gusto por la vida reconoce uno que no dura, que es artificial allí donde Dios no está presente (…) Esa alegría que nace del fondo, que no tiene necesidad de censurar. Yo tengo amigos, personas muy queridas y cercanas a mi ministerio aquí en Granada estos días que sé que se están muriendo, sé de personas que acaban de perder a un ser querido y no hay por qué perder la alegría cuando uno sabe que tiene la certeza de que el horizonte de nuestras vidas es Dios, es el Cielo.
(…)
Lo tremendo de perder al Señor es que uno no sabe qué hace aquí. Es que uno necesita emborracharse, o distraerse, o ir de un lado para otro buscando algún sentido a la vida sin encontrarlo nunca. Los turistas siempre buscan a Dios, aunque no lo saben. Van de un sitio para otro, visitando obras de arte, visitando sitios, pero todos buscamos la felicidad. Pero como no sabemos dónde vamos, como no sabemos qué nos espera, como no sabemos que el misterio que nos ha dado ser, y que quiere cumplir nuestro ser, es amor, misericordia y dulzura. Vivimos huyendo de pensar en ello y ante la muerte la gente se queda sin palabras porque no sabe qué decir. Porque no hay nada que decir ante el hecho bruto de la muerte a menos que uno sepa cuál es el horizonte de nuestra vida y de nuestro vivir, de nuestro morir.
San Francisco de Sales fue un primer intento de recuperar la conciencia de que Dios es Amor y de que lo único que tenemos que testimoniar en nuestra vida es ese amor que a su vez hemos encontrado en Dios.
En el siglo XIX, los cristianos, al haber alguna posición de poder en la sociedad después de los periodos de la Restauración, brota, se difunde la devoción al Sagrado Corazón de Jesús para recordarnos a todos que Dios es Amor. Sé que estáis aquí la Guardia de Honor. ¿Por qué nace y por qué se difunde tanto la devoción al Sagrado Corazón de Jesús? Para decirnos que el Dios en quien creemos es verdad que es el Rey del universo, lo llena todo por fuera y por dentro. Todas las criaturas están llenas de Dios. Dios está en todas. Sólo en el pecado no está Dios. Pero Dios está en todas las cosas, y a todas las amas y esa es la inmensidad de Dios. Y esa es la inmensidad de Su amor. Dios nos ama a cada uno con un corazón humano. Para eso Su Hijo se hizo hombre; para eso perdió la vida, para que nosotros podamos experimentar (…), para que pudiéramos verLe, tocarLe, experimentar Su amor y Su misericordia de la manera que los seres humanos que hemos sido creados para ese amor necesitamos. Porque el pecado nos ha cerrado los ojos y no vemos demasiado nuestra meta ni nuestro destino.
Mis queridos hermanos, (…) que el mundo pueda reconocer ese amor por las personas en nosotros es todo lo que puede cambiar este mundo. También decía Juan Pablo II que los hombres tienen un cierto derecho a conocer el Evangelio como nosotros lo hemos conocido. Pero el Evangelio es la Buena Noticia de que Dios nos ama y sólo se da esa Buena Noticia amando como Jesús nos ama. Y el Papa Francisco lo hace con un temperamento muy diferente al de Juan Pablo II y con una espontaneidad muy propia de América Latina, pero es un hombre que se conmueve y que sabe muy claro que lo más importante en su ministerio es querer.
Este mundo sólo tiene una enfermedad que es el desamor, el egoísmo, una cierta forma de avaricia ansiosa, y eso no se cura con sermones; se cura con cariño, con amor; amor a este mundo con pecado, confuso, perdido. Yo muchas veces los ratos que tengo que ir por la calle digo: voy a practicar el apostolado de la sonrisa. Son personas a las que no conozco, pero digo “si se cruzan con un cura que recuerden que ese cura les ha sonreído con todo el cariño”. (…) Le pido al Señor que Él pase por esa sonrisa. Yo no sé como llegar a ellos, pero Él sabe. Si un grupito de cristianos comenzásemos a vivir en claves así, ¿no estáis seguros de que el mundo cambiaría muy pronto?
Vamos a recibir al Señor y vamos a pedirLe que cambie nuestros corazones, que los haga semejantes al Suyo, que nos llene de amor a los hombres, incluso a nuestros enemigos. Porque también en eso Él fue por delante de nosotros. Él pidió por los que lo estaban crucificando. “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”. Por lo tanto, no se trata de lamentarse, ni de hacer guerras. Se trata de pedir por los que os persiguen. Amad a los que os maldicen, orad por los que os odian y dichosos vosotros cuando hable mal de vosotros. Nadie puede quitarnos ni nuestra libertad, ni nuestra alegría, ni el amor del que tenemos experiencia que en nuestra vida quisiéramos dar.
Le ofrecemos nuestra pobreza al Señor y que el amor que vamos a recibir a cambio de eso que Le ofrecemos sea justo el amor de Dios y que lo derramemos por donde podamos.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
24 de enero de 2020
Monasterio de la Visitación (Granada)