Nacida en 1826, Bibiana Antonia Manuela Torres Acosta nació en una familia humilde, natural del barrio madrileño de Chamberí. Desde pequeña sentía una querencia por la congregación de las Hijas de la Caridad.
Después de años ayudando en el negocio familiar, con inquietud por la vida religiosa, empezó a formar parte de un grupo de mujeres que se ocupasen del cuidado de enfermos sin recursos, para ser atendidos en sus domicilios. No tardó en nacer así la congregación de las Siervas de María, Ministras de los Enfermos, y Bibiana Antonio en cambiar su nombre por el María Soledad.
La iniciativa del proyecto la llevaba por entonces un sacerdote, Miguel Martínez, que terminó partiendo a emprender otros proyectos a tierras americanas, dejando a las Siervas por su cuenta, con Soledad. La congregación salió adelante gracias a la oración, maternidad y fortaleza de esta joven sencilla, que tuvo que lidiar con toda clase de rencillas y tensiones entre las Siervas, debatiéndose entre verdaderas dificultades económicas por momentos.
Por mucho hábito que llevasen, pensar en mujeres andando solas de noche a casa de desconocidos por las callejuelas de los barrios madrileños más humildes, era desde luego una empresa arriesgada. Estas mujeres heroicas se vieron expuestas a la tentación del desaliento o el abandono en muchas ocasiones, especialmente tras la partida de Miguel Martínez, y María Soledad supo llevar sobre sus hombros esta responsabilidad de liderazgo, sabiendo que es Dios quien conducía la empresa.
Una gran santa, de una confianza en Dios y entrega al prójimo admirables, que abandonó este mundo un 11 de octubre de 1887 con un “rostro apacible y hasta risueño”. Este mes de enero se celebraron los 50 años de su canonización por Juan Pablo II.