Fecha de publicación: 13 de diciembre de 2022

Hija de una familia de la noble del s. IV, nació en Siracusa. Perdió a su padre durante su infancia e hizo votos secretos a Dios desde muy joven. Su madre ntonces, la santa dijo a su madre que deseaba consagrarse a Dios y repartir su fortuna entre los pobres. Llena de gratitud por el favor del cielo, Eutiquia le dio permiso. El pretendiente de Lucía se indignó profundamente y delató a la joven como cristiana ante el pro-consul Pascasio, con la fortuna de hacerlo en medio de las persecuciones de Diocleciano.

El juez la presionó cuanto pudo para convencerla a que apostatara de la fe cristiana. “Es inútil que insista. Jamás podrá apartarme del amor a mi Señor Jesucristo”, dijo. “Y si la sometemos a torturas, ¿será capaz de resistir?”, contestó el juez. “Sí, porque los que creemos en Cristo y tratamos de llevar una vida pura tenemos al Espíritu Santo que vive en nosotros y nos da fuerza, inteligencia y valor”, dicen que respondió Santa Lucía.

El juez entonces la amenazó con llevarla a una casa de prostitución para someterla a la fuerza a la ignominia. No pudieron llevar a cabo la sentencia pues Dios impidió que los guardias pudiesen mover a la joven del sitio en que se hallaba. Entonces, los guardias trataron de quemarla en la hoguera, pero también fracasaron. Finalmente, la decapitaron. Pero aún con la garganta cortada, la joven siguió exhortando a los fieles para que antepusieran los deberes con Dios a los de las criaturas, hasta cuando los compañeros de fe, que estaban a su alrededor, sellaron su conmovedor testimonio con la palabra “amén”.

Aunque no se puede verificar la historicidad de las diversas versiones griegas y latinas de las actas de Santa Lucía, está fuera de duda que, desde antiguo, se tributaba culto a la santa de Siracusa. Cuando ya muchos decían que Santa Lucia es pura leyenda, se probó su historicidad con el descubrimiento, en 1894, de la inscripción sepulcral con su nombre en las catacumbas de Siracusa.