Iutta nació hacia el 1158, en una familia de buena posición principal de la ciudad belga de Huy, en lso márgenes del Mosa. Era muy joven, pero ya adornada tanto con belleza corporal como con virtudes, cuando sus padres consideraron coveniente casarla. Tenía trece años cuando la prometieron. Fue inútil que rogara al padre y a la madre que no la diesen en matrimonio, y por obediencia filial tuvo que aceptar. Sin embargo su pensamiento seguía sólo en Dios, y así se encontraba dividida: por un lado sabía que debía entregarse a la vida matrimonial, y al mismo tiempo no podía dejar de sentir la fuerza de su vocación a la contemplación divina. El marido le cobró cierta aversión, por lo que la vida de Iutta se tornó sin consuelo. Tenía apenas dieciocho años cuando quedó viuda. Ella resolvió en su corazón permanecer en ese estado de viuda, consagrada al Señor.
Comenzó en Iutta un período de entrega completa a la oración, para lo cual salía de noche de su casa para llegar hasta la Iglesia a postrarse. Sin embargo el demonio la tentaba de diversas formas, asustándola en la oscuridad de la noche, adoptando distintas formas visibles, pero Iutta lo rechazaba trazando la señala de la cruz, y seguía su camino. La tentación tomó entonces otro camino: cierto joven pariente, de quien ella no sospechaba en absoluto porque era de su confianza, y se habían criado juntos, le tendió una lasciva trampa, de modo que quedó encerrada con él en la noche. Si huía, su honra quedaría manchada por las habladurías, si quedaba, tendría que ceder a algo que de ninguna manera deseaba; no sabiendo qué hacer, imploró a la Virgen, que se apareció en forma corporal, y el malvado joven quedó tan confundido que huyó él mismo y no volvió a molestar a Iutta.
Sin embargo aun esto le parecía a Iutta poco, y quiso entregarse al Señor con más radicalidad. Había en los alrededores de su ciudad un leprosario, al que nadie osaba acercarse, no sólo por el miedo a los leprosos, y el aislamiento en que vivían en aquellos tiempos, sino porque de entre los lugares semejantes, era este muy pobre y derruido, de tal modo que habitaban allí los enfermos casi como animales, solo en espera de la muerte. Iutta comenzó a visitar el leprosario y a servir a los allí confinados como un esclavo sirve a su amo: limpiándolos, curándolos, llevándoles comida. De tal modo renunció ya para siempre al mundo, y en su oración sólo pedía al Señor volverse ella misma leprosa, como los enfermos a los que sirvió por once años consecutivos.
Contando unos setenta años, y precedida de algunos signos milagrosos, entregó su alma al Señor el 13 de enero del año 1228, fue inmediatamente reconocida por todos como santa, y su culto se extendió por toda la región.