Sus hazañas legendarias se han confundido con las de Santa Cristina de Tiro, cuya existencia no es segura. La iconografía la representa en variadas formas: Con flechas, sosteniendo una piedra de molino, con serpientes. Desde 1969 el culto se limita a los calendarios locales.
Un caso más de conciencia. ¿Qué debe hacer su padre? ¿Matar a su hija u obedecer al emperador? Es la frase del Evangelio: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Era hija de Urbano, un gobernador pagano de armas tomar. Su hija, por el contrario, tuvo la suerte de entrar en contacto desde muy pequeña con unas mujeres cristianas. Estas, contentas y felices, le enseñaron la vida y obra de Jesucristo.
A medida que iba aprendiendo, vivía cuanto aprendía. Y para colmo, el padre no sabía ni palabra. Como niña, se entretenía en romper las estatuas de los falsos dioses que el padre tenía en casa. Un juego más, pensaba el padre. La realidad era todo lo contrario.
Pero cuando se enteró de que era cristiana, pronunció estas palabras:”No se ha decir en el mundo que una niña me dio la ley, ni que estos hechiceros de cristianos triunfan de nuestros dioses en medio de mi propia familia. Yo veré si sus hechizos pueden más que mis tormentos y si la paciencia de una hija ha de hacer burla de la cólera de un padre”.
La sometió a toda clase de sufrimientos. De todos ellos la libró el Señor. Hay un momento en que el propio padre la llevó al templo de Apolo para que rezara e hiciera los sacrificios pertinentes. Pero el dios se cayó derrumbado al suelo ante su padre. Este, en un acto de violencia, cayó fulminado de muerte.
Otros gobernadores hicieron los mismo. Y, cansados, no tuvieron más remedio que darle muerte para el escarmiento de los cristianos que crecían como la espuma en tiempos de dificultad. Sus restos los llevaron de Toscana a Palermo en donde se veneran en la actualidad.