Fecha de publicación: 18 de marzo de 2022

Se llamaba Alfonso y nació en Santa Coloma de Farnés (Gerona), en el seno de una familia muy modesta de labradores, posiblemente de origen sardo, que el momento de su nacimiento trabajaban en un hospital benéfico, y así aprendió de ellos a aliviar a los que sufren.

Llegado a la edad de la adolescencia, Salvador fue enviado a Barcelona con su hermana Blasa y fue colocado como aprendiz de zapatero, pero ignoramos si llegó a aprender completamente el oficio. Sintiendo en el fondo de su corazón la voz de Dios que le inspiraba el deseo de dejar el mundo, fue a suplicar a los franciscanos del convento de Santa María que le recibiesen en la comunidad en calidad de hermano converso.

Con gran alegría suya fue recibido y revestido del hábito de San Francisco. Pusiéronle de ayudante del hermano cocinero, religioso de mucha virtud, que se encargó de formar al recién venido en los ejercicios de la obediencia. Su tarea era fácil. Con una docilidad incansable, fray Salvador se entregaba a los más humildes oficios, encendía el fuego, fregaba los platos, limpiaba las ollas y hacía todo lo que le mandaba el hermano cocinero. Amigos del silencio, no salían de sus labios otras palabras que los dulces nombres de Jesús y María, a quienes invocaba durante el trabajo.

Los padres franciscanos, al ver la virtud de este joven hermano, novicio aún, decían que había de ser sin duda más tarde, por su santidad, una de las glorias de su Orden. Se inmoló por las almas mediante las prácticas penitenciales y la humildad. Fue hortelano, cocinero, portero, limosnero, sacristán. Fue siempre un ejemplo vivo de piedad, humildad y de alegre despreocupación, que perturbaron a sus superiores, como cuando los ángeles prepararon para él la mejor de las cenas, mientras se encontraba orando.
No tardó en ir de convento en convento, entre ellos el de Horta de San Juan en Tarragona, porque era engorroso para todas las comunidades por su poder taumatúrgico.

Se le prohibió que hiciera milagros pero fue en vano, porque era involuntario e incontenible. Los fieles se amotinaban cada vez que no le dejaban aparecer en público. Le trasladaron al convento de Reus. Fue procesado por la Inquisición que le declaró perfectamente ortodoxo y el propio Felipe II quiso conocerle, a lo que él respondió: “¿Qué ganaréis con el ver a un pobre cocinero del padre san Francisco?”. Fue enviado al convento de Jesús extramuros de Barcelona. Se le sometió a prácticas de exorcismo para quitarle el demonio, que se pensaba que tenía. San Carlos de Sezze, se hizo franciscano para imitarlo. Murió en Cágliari en Cerdeña, haciendo curaciones a distancia en el mismo día de su muerte. Fue canonizado por Pío XI el 17 de abril de 1938.