Fecha de publicación: 25 de junio de 2021

Nació probablemente en Retia, alrededor del año 380. Todo lo que de él conocemos lo sabemos esencialmente a partir de una colección de sus sermones. En ellos se constata la profunda y vital relación del obispo con su ciudad, que atestigua un punto evidente de contacto entre el ministerio episcopal de san Ambrosio y el de san Máximo.

En aquel tiempo, fuertes tensiones turbaban la convivencia civil ordenada, con la ciudad de Turín amenazada por la entrada de los bárbaros. La ciudad estaba constantemente protegida por guarniciones militares y en los momentos críticos se convertía en el refugio de las poblaciones aledañas. Máximo logró unir al pueblo cristiano en torno a su persona de pastor y maestro.

Las intervenciones de san Máximo, ante esta situación, manifiestan el compromiso de reaccionar ante la degradación civil y ante la disgregación. Aunque resulta difícil determinar la composición social de los destinatarios de los Sermones, parece que la predicación de san Máximo, para no quedarse en generalidades, se dirigía específicamente a un núcleo selecto de la comunidad cristiana de Turín, constituido por ricos propietarios de tierras, que tenían sus fincas en el campo turinés y la casa en la ciudad. Fue una lúcida decisión pastoral del Obispo, que concibió esta predicación como el camino más eficaz para mantener y reforzar su vinculación con el pueblo.

Imaginamos su osadía por predicar sobre la riqueza y pobreza en estos tiempos de guerra y asalto de las hordas bárbaras. Cuando veía a gente acumular riquezas, le oímos decir que “muchos cristianos no sólo no distribuyen lo que tienen, sino que incluso roban lo de los demás. No sólo no llevan a los pies de los apóstoles el dinero que han recogido, sino que además apartan de los pies de los sacerdotes a sus hermanos que buscan ayuda”. Y concluye: “En nuestra ciudad hay muchos huéspedes o peregrinos. Haced lo que habéis prometido” al aceptar la fe, “para que no se diga también de vosotros lo que se dijo de Ananías: ‘No habéis mentido a los hombres, sino a Dios’”.

Así, sin pretenderlo quizás explícitamente, san Máximo llegó a predicar una relación profunda entre los deberes del cristiano y los del ciudadano. El tono y el contenido de los Sermones implican una profunda conciencia de la responsabilidad política del Obispo en las circunstancias históricas específicas. Él es el “centinela” de la ciudad. ¿Quiénes son estos centinelas, se pregunta san Máximo,”sino los excelentísimos obispos que, situados por decirlo así en una roca elevada de sabiduría para la defensa de los pueblos, ven desde lejos los males que van a llegar?”.

Los obispos, decía san Máximo en sus tiempos, son “como la abeja, observan la castidad del cuerpo, proporcionan el alimento de la vida celestial y utilizan el aguijón de la ley. Son puros para santificar, dulces para reconfortar, severos para castigar”.

Todos sus discursos manifiestan gran preocupación acerca del bienestar de su grey. Muchos de ellos son apologéticos y se dirigen a cristianos, paganos y algunas comunidades judías. En muchos incluso ataca los resurgimientos del paganismo y defiende la fe ortodoxa frente a los ataques de la herejía. Falleció en el año 465.