Casi todos los miembros de su familia acabaron consagrados en la iglesia, se dice que hasta su padre acabó siendo obispo de Osma, aunque no es seguro. Él mismo fue creciendo en sabiduría de la mano de grandes maestros, empezando por su hermano mayor Juan, abad en Zaragoza. Allí aprendió de las ciencias eclesiásticas, además de la composición musical de himnos sagrados, que se adaptaron a la liturgia de entonces.
Estudió al lado de San Isidoro de Sevilla durante varios años, con quien trabó una estrecha amistad. Regresa a Zaragoza, en donde será nombrado obispo precisamente tras la muerte de su hermano Juan, sucediéndole a partir del año 631. Con ello llevó a la ciudad aragonesa toda la tradición de su mentor, además de su famosa obra de las Etimologías.
En el V Concilio de Toledo, dirige las deliberaciones y redacta los cánones, ordenados casi exclusivamente a la elección pacífica y seguridad de los reyes. Pero es, sobre todo, en el concilio siguiente, el VI de Toledo, donde el prestigio del obispo de Zaragoza se impone y resplandece. San Braulio es el comisionado para contestar, en nombre de la asamblea que reunía obispos a la queja del papa Honorio I contra los obispos españoles, por supuesta negligencia en la defensa de la fe.
Siempre en la correspondencia del santo aparece su carácter exquisito, así como su delicadeza, humildad y la caridad. Murió el año 651. San Fructuoso dijo de él a su muerte: “Damos gracias incesantes a nuestro Creador y Señor, que en estos últimos tiempos ha hecho que seáis tal y tan grande pontífice, que en el mérito de la vida y el don de la doctrina sigáis en todo los ejemplos apostólicos, digno de alcanzar la inefable gloria de la patria suprema, junto con aquellos cuya vida incontaminada imitáis en este tempestuoso mundo.”