En la ciudad de Córdoba en el año 303, e pretor Dión mandaba en la ciudad y eran tiempos de los emperadores Diocleciano y su amigo Maximiano. Esta fue la décima persecución contra los cristianos.
España estaba ya en gran parte cristianizada. Córdoba contaba ya con muchos fieles. Dos hermanos, Acisclo y Victoria, eran conocidos por su caridad y su entrega a los pobres y marginados. El gobernador los denunció por rebeldes a las leyes imperiales.
Victoria, tranquila y serena, le dijo al gobernador:” Me harás un gran favor si cumples en mí las amenazas que me has lanzado. Vale más morir por Cristo que por todas las promesas que me haces”.
Los encerraron en los calabozos para hacerles nuevos interrogatorios. Después de desgarrarles sus pies, los echaron al fuego. Victoria gritaba y le cortaron la lengua y a Acisclo el cuello.
Fueron los primeros mártires de Córdoba y sus patronos.