Eminentísimo Señor Cardenal Presidente,
Eminentísimos Señores Cardenales,
Excelentísimos Señores Arzobispos y Obispos,
Señoras y Señores:
Al comenzar los trabajos de la CXV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, me es muy grata esta significativa oportunidad de saludarles como representante del Santo Padre en España. Ya he tenido ocasión de hacerlo personalmente con algunos de los miembros de esta Asamblea, pero ahora puedo dirigirme a todos juntos con sentimientos de gratitud y de comunión eclesial, pues el Nuncio, por su Representación, fomenta los “vínculos de unidad que existen entre la Sede Apostólica y las Iglesias particulares” aquí representadas. Gracias pues por la acogida, fraterna y calurosa, de cada miembro de este episcopado, signo del afecto que albergan hacia el Sucesor de Pedro, y por las oraciones que, con ocasión de mi incorporación, habéis elevado al Señor con vuestras comunidades. Tendré siempre también los gratos recuerdos del comienzo de misión por parte de Su Majestad el Rey, y las autoridades del Estado.
Con la seguridad de vuestra confianza, siento de verdad esta cercanía de corazón que me posibilita ejercer la función para la que he sido enviado por el Santo Padre a España, y a la que correspondo también con la obligada de mi parte de consejo y colaboración, a favor de la unidad. En mi reciente encuentro con el Santo Padre, el pasado día 7 de febrero, el Papa Francisco, sabiendo ya de la proximidad de estas fechas, afectuoso me ha encargado hacerles llegar un especial saludo en su nombre que, con estas palabras, tengo el honor ahora de transmitirles.
Al tomar contacto con esta Conferencia Episcopal, tengo motivos para felicitarles por tantas cosas. En primer lugar, les felicito estimando el trabajo realizado en la confección de los nuevos Estatutos que ya gozan de la recognitio de la Santa Sede con fecha del 3 de diciembre de 2019. Aprecio la labor impulsada bajo las directrices del Santo Padre, buscando con empeño una profunda evangelización que se realiza caminando juntos laicos y pastores. En este sentido, les felicito también por el exitoso Congreso para los Laicos del pasado mes de febrero y que ustedes tienen en programa valorar. Fue para mí un gozo la ocasión de animar a los laicos con las palabras del Papa a no tener “miedo de patear las calles, de entrar en cada rincón de la sociedad, de llegar hasta los límites de la ciudad, de tocar las heridas de nuestra gente… esta es la Iglesia de Dios, que se arremanga para salir al encuentro del otro… Que el mandato del Señor resuene siempre en ustedes: «Vayan y prediquen el Evangelio» (Mt 28,19).
Esta sinodalidad se prepara desde las instancias de vuestra colegialidad. Esta necesita vivirse desde lo que el Papa llama “la mística del vivir juntos” (Evangelii Gaudium, n. 87), desde la que puede valorarse el ejercicio conjunto del ministerio episcopal en relación con aquellos problemas que, afectando a todas las comunidades diocesanas, necesitan ser abordadas con criterios e iniciativas comunes. En este campo entra la dimensión social de la evangelización, atendiendo a los necesitados y vulnerables (Cf. nº 136-258), y en el logro de una “cultura del encuentro” (Cf. nº 220) que el Papa siempre desea entorno a los temas del pleno desarrollo humano, del bien común y de la paz social.
Como bien ha dicho el Sr. Obispo Secretario General, en la sociedad no buscamos privilegios, pero tampoco aceptamos discriminación, y en estos aspectos que tanto importan al bien de todos, siempre cabe el encuentro para dialogar, por parte de esta Conferencia, con el Estado y con todas aquellas instituciones en las que se procura y decide el bien común. La Iglesia, allí donde se encuentra, lo único que pretende es un espacio que garantice su libertad de exponer y vivir el Evangelio. Esta acción reclama hoy la forma de ejercer coordinadamente el ministerio episcopal con relación a los problemas pastorales que afectan al conjunto de las iglesias particulares de España, “promoviendo la vida de la Iglesia, fortaleciendo su misión evangelizadora y respondiendo de forma más eficaz al mayor bien que la Iglesia debe procurar a los hombres” (Estatutos, Cap. I, Art. 1).