Fecha de publicación: 14 de octubre de 2016

 

Queridísima Iglesia del Señor, reunida aquí hoy para celebrar la Virgen del Pilar y el Día de la Hispanidad, fiesta en España y fiesta en no pocos países de Hispanoamérica (si queréis de la América Latina);
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos representantes del Excelentísimo Ayuntamiento;
amigos todos:

Hay dichos de Jesús que se conservan, no en los evangelios, sino en la tradición más primitiva pero fuera de los evangelios. Por ejemplo, San Pablo cita un par de veces algunos dichos de Jesús, que no están en los evangelios, cuando dice: “Ya recordáis lo que os dijo el Seño que hay más alegría en dar que en recibir”. Ese dicho no está en los evangelios. Y hay un Evangelio apócrifo muy antiguo, escrito en arameo y se remonta al siglo II, que contiene muchas frases idénticas a las de los evangelios y contiene algunas otras que los estudiosos que llevan casi cien años estudiando esos textos algunos dicen “no, esto es apócrifo; esto es añadido pero esto responde al pensamiento de Jesús”. Y hay una anécdota preciosa. Me refiero al Evangelio copto de Tomás, que es la traducción en copto de un texto siriaco anterior encontrado en los hallazgos de una gran biblioteca copta que se encontró en el año 1947 en Egipto, en un sitio llamado Nag Hammadi. Y hay una anécdota de Jesús preciosa, que es que iba Jesús con sus discípulos por un camino y se encontraron con un perro muerto. Alguno de los discípulos, cuando pasaron por allí, se apartaron, y dijo: “Señor, qué mal huele”. Jesús corrigió al discípulo y le dice: “Sí, ¿pero no te has fijado en qué dientes más blancos tiene?”. Esa es la anécdota. Esa anécdota, los estudiosos, sobre todo los alemanes que dedicaron una buena parte del siglo XX a estudiar el evangelio de Tomás con muchísimo interés, consideran que ese es uno de los dichos que tiene garantías, suficientes garantías, de poder ser una anécdota auténtica del ministerio de Jesús. Pero esa anécdota refleja una actitud de Jesús ante lo humano.

En las obras humanas, en las realizaciones humanas, en las construcciones humanas, en nuestras obras, en las de todos nosotros, en las obras individuales y en las obras, pudiéramos llamar, colectivas de la humanidad, hay siempre aspectos malos y aspectos buenos. En el lenguaje más paladino, la botella medio llena y medio vacía, el optimista y el pesimista. Pero no es una cuestión de optimismo o pesimismo. Es una cuestión de mirada. La mirada cristiana trata de reconocer, hasta en un perro muerto, la blancura, lo que hay de bello, lo que refleja algo de la belleza de Dios, lo que hay de bueno, lo que hay de noble, lo que hay de grande. Repito, hasta en un cadáver, hasta en la podredumbre del cadáver de un perro, el Señor es capaz de encontrar algo que refleja la belleza de Dios. Esa misma actitud está en San Pablo. Por lo tanto, podemos reconocer la común actitud cristiana, cuando San Pablo dice: “Juzgad todas las cosas” (en las versiones españolas dice “probadlo todo”, pero probar en el sentido de examinadlo todo, someted todo a juicio y quedaos con lo bueno). Es decir, en las cosas humanas vale la pena, siempre hay algo bueno. Y el diálogo. El Papa nos ha pedido que redefinamos lo que significa el progreso humano. Hay posibilidad de progreso cuando somos capaces de reconocer lo que hay de bueno en nosotros, porque, entonces, el otro se siente como invitado por nosotros a la amistad, y es entonces capaz y surge en su corazón también el deseo de reconocer lo que puede haber de bueno en los otros, porque en todos hay mezcla; porque en todos hay bueno y malo, en todas las obras humanas.

Esta actitud cristiana, que yo diría, ha sido la actitud de los Padres de la Iglesia, ha sido la actitud de San Bernardo, por ejemplo, antes de que comenzase la primerísima Modernidad en el S. XIII o así, y es la actitud por ejemplo… decía una de las grandes pedagogas de comienzos del siglo XX, inglesa ella, de Oxford, “eso que se llama la educación liberal, eso que se llama la educación clásica, es posible y es lo propio de los cristianos porque cuando uno reconoce a Cristo como el Señor de todo, es capaz de reconocer en toda la historia humana todo lo que hay de bello, de verdadero”; entonces ella propugnaba una educación donde desde muy chiquitines, los niños empezasen a leer, o a hablar, o a contárseles en su casa las historias de la mitología griega, o la épica de Homero, las tragedias de los clásicos, y empezar a leer no con un alfabeto de “mi-ma-má-me-mi-ma” o cosas así, sino empezar a leer en Inglaterra con obras de Dickens, aquí podríamos empezar con obras de Lope de Vega, Cervantes.

Dios mío, lo que importa es la mirada. Es la misma mirada de Jesús, es la mirada cristiana. La mirada cristiana ve en lo humano. Y no es que no veamos los límites, no es que no veamos las torpezas, pero nuestros ojos se fijan en lo bueno porque nuestros ojos buscan a Dios y, buscando a Dios, uno puede reconocer todo aquello que en la tierra…, en la mitología griega, que era una cosa bastante cruel y bastante monstruosa, sin embargo los cristianos la recuperaron, la salvaron, le dieron un sentido alegórico, supieron introducirla en una visión más amplia del mundo y enriqueció su propia visión. A esa misma mirada nos está llamando el Papa constantemente cuando nos dice que seamos una “Iglesia en salida” y una Iglesia que pueda reconocer en otras tradiciones religiosas, en otras tradiciones humanas, en otras historias, buscar siempre qué hay del Señor en ello y reconocerlo y aprobarlo, y potenciarlo, y reconocerlo como nuestro. Un gran Padre de la Iglesia, san Justino, en el siglo II, decía que toda la cultura griega y romana estaba llena de semillas del Verbo y que los ojos cristianos o un cristiano podía reconocer en todas esas obras -repito, a veces sumamente crueles y muy extrañas para la mentalidad a la que nosotros estamos acostumbrados- semillas del Logos, semillas del Verbo, semillas de Cristo, cosas que anticipaban a Cristo, en la humanidad concreta, en nuestra necesidad de verdad, en nuestra búsqueda de una libertad verdadera, en nuestro amor o en nuestra necesidad de ser amados y de dar amor de alguna manera. Buscamos la racionalidad de todo eso y esa racionalidad se encuentra en Jesucristo. Pero Jesucristo ilumina nuestros corazones, ilumina la vida del ser humano. Por eso es la respuesta para todos, sin rechazar a ninguna otra, porque en toda cultura se busca y se anhela la perfección de Dios. Eso contrasta radicalmente con la actitud moderna. Por describirlo en una palabra, que también usa el Papa Francisco, está caracterizada por la autoreferencialidad (es una palabra muy larga y no fácil: nosotros somos los buenos y los demás son los malos; la resumo así, el “qué mal huele” del cadáver; sin capacidad para ver lo que hay de bueno en él, “huele mal”).

Me vais a permitir en esta Eucaristía, como todos los años, dos veces al año -hoy y el día 2 de enero-, nosotros damos gracias a Dios por la tradición de la que somos hijos. Hemos recibido una tradición preciosa, bellísima, llena de riqueza y damos gracias por ella sin ningún rubor. Qué pena da ver a tantos cristianos que nos avergonzamos de nuestra condición de cristianos, cuando la fe cristiana ha producido los brotes de humanidad más bellos y más numerosos en su belleza que ha producido jamás la historia humana. Pera ésa es nuestra fragilidad. Pero no tenemos ojos a veces para esa fragilidad, sólo tenemos ojos a veces para el mal de los demás. Yo ahora voy a hacer un ejercicio que no es como el de los dientes blanco. Es decir, yo creo que hay en nuestra tradición fragilidades de las que tendríamos que ser más conscientes, no para machacarnos, no para autocriticarnos, no para autoflagelarnos, no, sino justamente para superarlas en orden a volver a recuperar esa mirada cristiana sobre todo, esas relaciones humanas cristianas, esa actitud cristiana no ideológica, sino verdaderamente cristiana, que sabe abrazar lo humano en todas sus dimensiones, consciente de que en toda posición humana, hasta en la que parece más depravada, hay una búsqueda. ¿Vosotros creéis que los adolescentes que están “haciendo el oso” por la calle no están buscando a Dios? Claro que están buscando a Dios. Buscan la felicidad. Y el nombre de la Felicidad con mayúsculas es siempre Dios. La buscan de una manera torpe, perdida; cuántos muchachos, a veces enfermos ya de tanta droga y enfermos con el SIDA o así, conozco yo en la Plaza de Alonso Cano, y les digo siempre: “Me tendréis que ayudar el día que muramos porque vosotros estaréis en el Cielo y yo no lo tengo tan claro”. Se quedan muy sorprendidos, se quedan muy sorprendidos y alguno me dice, después de discutir un rato conmigo, “usted dice que tiene que ir al Cielo, que yo no soy el que tengo que ir”, y digo “que sí que irás”, y me dice “bueno, pues, si a mi me admiten, lo primero que hago nada más llegar al Cielo es pedir una soga para ayudarle a usted y tirar cuando llegue”.

Dios mío, en todo ser humano hay esas semillas del Verbo que nosotros estamos llamados a reconocer. Repito, lo voy a señalar muy rápidamente: dos fragilidades de nuestra tradición hispana, que, además, hemos extendido por el mundo, y repito, doy gracias por ella todos los días de mi vida. Soy consciente de que la mitad de la Iglesia católica hoy habla en español, reza en español, y que por lo tanto esa misión, llena de miserias también y de vividores y de explotadores y de todo lo que queráis, que hubo en América, esa historia es una historia llena también de santidad, desbordante de santidad, desbordante de generosidad, un pueblo que se desangró a sí mismo para dar la vida a otro pueblo como una verdadera madre. Soy consciente de ello y lo que voy a decir no empaña nada eso, pero extendemos la fe en un momento donde la Modernidad está empezando, donde empieza esa autoreferencialidad a la que me estoy refiriendo.

Dos cosas tiene el cristianismo, digamos hispano, o tres, que vale la pena mirar un poquito (habría que mirarlo mucho pero éste no es el lugar de hacerlo). Una: en el Barroco, a medida que se extiende, a medida que se agota por así decir, empieza a tomar preferencia lo decorativo sobre lo que es un tema centra, hasta en las obras de arte; empieza a tomar y a ocupar cada vez más espacio el adjetivo sobre el sustantivo, las cosas de la periferia de la fe cristiana, los exteriores de la fe cristiana al centro de la fe cristiana, y eso debilita la fe. La debilita porque las cosas que están en la periferia no nos descubren lo central: el anuncio del amor de Cristo a los hombres, de un amor invencible de Cristo a los hombre. Nos distraemos con tantas cosas de las que tenemos que hablar, con tantas cosas bellas, del arte, la historia, los detalles. El marco se hace cada vez más grande y el cuadro cada vez más pequeño, o el cuadro mismo se convierte en una excusa: es de un tema bíblico, pero el tema bíblico no es lo que importa, lo que importa es el rostro, pintar el paisaje, pintar la anatomía humana o la anatomía de la naturaleza.

Segunda fragilidad de nuestro cristianismo: una separación entre lo natural y lo sobre natural que hace que lo natural quede totalmente bajo el control del hombre y pierda todo el misterio, cuando eso no responde a la realidad. La vida humana es puro misterio. El amor humano es puro misterio. El misterio no está en el mundo sobrenatural fuera de la vida. El misterio está en nuestras manos, en nuestra vida cotidiana, llena la vida cotidiana y no entender eso nos hace no entender la vida, no entender eso deja a Dios fuera de la realidad y deja la realidad seca, sin Dios, sin nada. Es esa sequedad de la cultura europea y esa sequedad de la cultura moderna nuestra la que hace que ese tipo de fe no tenga interés para los hombres muchas veces porque no tiene nada que ver con la vida. Lo dijo la Iglesia hace ya 50 años: el drama de la fe en nuestro tiempo es que la fe no tiene que ver con nuestra vida: con mis preocupaciones en el matrimonio, con la educación de los hijos, con quién soy yo y para qué estoy en el mundo.

Bien, no quiero alargarme más y, por lo tanto, voy a dejar la tercera fragilidad sin señalar.

Señor, Te damos gracias, pero Te pedimos que podamos recuperar el centro de nuestra fe cristiana en este momento y que toda nuestra vida se centre en eso, en ese anuncio al hombre. Lo vuelvo a decir con unas palabras que decía Juan Pablo II y que yo creo que es el resumen más sencillo. Él decía: “El mensaje del que la Iglesia es portadora para cada hombre y para cada mujer es éste: Dios te ama”. No, “Dios ama a la humanidad”. Dios te ama a ti, Juan, Pilar, Pepita, Andrés, a ti, a cada uno, Dios te ama, Cristo ha venido por ti. En ese cuerpo a cuerpo se juega -no el futuro de la Iglesia, que a mi no me importaría gran cosa si no fuera porque la Iglesia es portadora del secreto de la alegría de los hombres- el futuro de la esperanza del mundo.

Señor, concédenos ser dignos de la tradición que hemos recibido y concédenos saber comunicarla con sencillez, sin decoraciones, sin elementos que nos distraigan de ella, a cada hombre y a cada mujer, y no con nuestras palabras, sino con nuestra vida.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

12 de octubre de 2016
Capilla Real de Granada

Escuchar homilía

Alocución final de Mons. Martínez antes de dar la bendición al término de la Eucaristía y del acto posterior con las autoridades municipales y militares de la tremolación del estandarte y el rezo del “Te Deum”.

¿Antes de poder ir en paz os sentáis un minuto y os explico la tercera cosa que quedó sin decir en la homilía? Me dicen que es a las doce la Tremolación, así que tenemos un momentito.

Termino con la segunda, porque la segunda la había dejado sin terminar. Esa separación entre el mundo de la fe y la vida real, que ha marcado toda la Modernidad, genera varias cosas. Genera eso que el Papa critica tantas veces que se llama clericalismo, como si los sacerdotes fuéramos una casta como en el Mundo Antiguo por encima de los fieles, cuando somos vuestros servidores, vuestros servidores por Cristo, vuestros servidores para la vida de Cristo. En cambio, en la Modernidad, el sacerdote más bien tendía a colocarse por encima.

La otra cosa es que al estar Dios fuera de la realidad la fe se hace un poquito trágica. Es decir, como si fuera fruto de un esfuerzo y como si fuera fruto -lo cual es plagianismo, es una herejía-, como si la santidad fuera algo que pudiéramos conseguir nosotros con nuestras fuerzas, porque el mundo de Dios está fuera por entero de la vida. Os pongo dos ejemplos: todos conocéis el cristianismo de Unamuno con el sentimiento trágico de la vida y así; y todos conocéis esa canción, que yo nunca entiendo, es una música preciosa, de Juan Alfonso, y se canta en las bodas (y no entiendo por qué se canta en las bodas, como no entiendo por qué se canta en las bodas otro canto que es para el funeral de un montañero, “Signore delle cime”, que se canta en todas las bodas porque tiene una melodía muy bonita, pero es el canto para el funeral de alguien que ha muerto en los Alpes y dices ‘están cantando un canto de funeral aquí en esta boda’), se canta mucho “Señor, me cansa la vida”. Yo sé que la música es preciosa y el texto, que creo que es de Machado, Dios mío, es un texto que expresa profundamente el drama del mundo católico español, es decir, frente a la experiencia cristiana original, que es la experiencia “Señor, la vida es preciosa, como cuento con tu amor, te tengo presente en todas las cosas, como me acompañas constantemente”. Acabamos de comulgar muchos de nosotros. Lleváis a Cristo en vuestras venas, en vuestros nervios, en vuestras células, en vuestras entrañas, igual que lo llevó la Virgen, exactamente igual, de una manera más misteriosa, pues ni siquiera sé si más misteriosa pero ciertamente con la misma verdad, y si no, somos tontos todos los cristianos, porque es mentira lo que decimos; pero si eso es verdad, ¿cómo me va a cansar la vida?, ¿cómo la vida no puede ser una explosión de alegría, de gusto por la vida, de amor a todas las cosas? Católico al principio no significaba lo contrario de protestante porque no había protestantes; significaba aquellos que eran capaces de amarlo todo, de acogerlo todo, de coger todo lo de bueno que había en todas las cosas. Eso tiene que ver, ese sentimiento, esa vivencia de la fe. Hay algún himno por ahí también en el breviario que dice “Entonces, entonces, cuando me muera, estaré contento”. ¿Cómo cuando me muera voy a estar contento? Estoy contento ahora porque te tengo a ti y si te tengo a ti, no me falta nada, aunque me faltara todo (la salud, el amor de la familia, lo que queráis, todo). Te tengo a ti, Señor, y si te tengo a ti, soy el hombre más rico del mundo. ¿Cómo no voy a estar contento?

¿Cuál es la tercera cosa? Un cristianismo ideológico. Tiene que ver con las dos anteriores, pero el cristianismo se convierte en una ideología. Entonces, se apoya, y se apoya excesivamente, en una determinada facción, a veces una facción política, una facción ideológica o así. Eso sucede cuando el cristianismo ya ha dejado de ser la experiencia de la vida, sino que está relegado al más allá. Entonces, ser cristiano es ser de este partido; ser cristiano es defender ciertas cosas pero no otras. El ser cristiano está más allá de las divisiones. Ni los partidos políticos, ni las empresas, nunca son… la lógica de ellos está en no reconocer el bien que puede haber en los otros y, por lo tanto, en no buscar el diálogo. Me refiero muy concretamente a la situación de España. La situación de España, en estos momentos, depende, en gran medida, de una voluntad de diálogo, de una voluntad de reconocer al otro, de una voluntad de trascender divisiones, que son artificiales, porque cuando uno analiza las cosas, después, los programas son muy parecidos o bastantes parecidos, la única diferencia es el modo de tratar a la Iglesia, pero en las demás cosas, sobre la vida económica…, son cosas muy cercanas las unas a las otras. Es siempre la misma cultura en todos ellos.

Entonces, recuperar el origen de la vida cristiana, desideologizar la fe cristiana. La fe cristiana no corresponde a ninguna de las ideologías modernas porque tiene cosas de todas; o mejor dicho, todas las ideologías modernas, unas parecen defender la libertad, otras parecen defender la comunidad humana o la vida socia. Los cristianos defendemos la libertad, la comunidad humana, la vida social. Defendemos todo. Todo lo que es bello, verdadero, grande y noble en el hombre. Por lo tanto, por ahí hay una salida para el mundo; fuera de ahí, os aseguro que no hay mas salida que la ansiosamente asfixiante luchas de poder, juegos de numeritos en las elecciones y en los parlamentos (y no hablo de España. Ahora mismo hablo de Europa y de Estados Unidos y del mundo, en general). Alguien tiene que hablar en nombre de la humanidad, siendo capaz de reconocer todo lo de bueno que haya en cualquier persona y en cualquier grupo. Y los cristianos tenemos la posibilidad de hacerlo y la gravísima, en este momento de tanta emergencia en el mundo, responsabilidad de hacerlo.

Perdonadme, seguro que todo esto necesita veinte mil matices más que en unos minutos no se pueden hacer, pero no quería dejar de decirlo, ya que el Señor nos ha dado un poquito más de tiempo. Perdonad lo que haya de error en lo que he dicho y tomad lo que pueda haber de bueno, que también yo tengo los “dientes blancos”. Podéis ir en paz.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

12 de octubre de 2016
Capilla Real de Granada

Escuchar homilía