Queridos hermanos y amigos;
académicos y a las dos responsables del taller de restauración con sus maridos artistas, que también estáis aquí,
queridos académicos;
queridos hermanos todos;
saludo también especialmente a quienes han venido, especialmente la que más lejos -a Rocío Daga-, que viene del Múnich, sólo para unirse a esta celebración de esta tarde:
Era una celebración, un comienzo que hubiéramos podido tener hace cinco o seis años y que, sin embargo, por unas razones y luego por otras, se ha ido retrasando en varios momentos. Y al final, el Señor nos concede el poder hacerlo hoy. Es una alegría muy grande y os comentaba que la iniciativa de la Academia de la Academia surgió de los Delegados de Patrimonio de las diócesis andaluzas que nos la transmitieron a los obispos, y luego los obispos la hemos hecho nuestra. Y fue idea de todos ellos
-unánime, tengo que decirlo-, sin que hubiera intervenido yo -lo prometo-, en que la sede de la Academia fuera el Sacromonte. Les parecía que era un lugar como para recordar la historia de la Iglesia en Andalucía, por sus vínculos en la memoria con los orígenes cristianos, por sus vínculos con lo que yo voy a llamar la segunda evangelización.
Sin duda, San Antonio María Claret, cuya fiesta celebrábamos hace un par de días, tiene escrita una pequeña vida de don Pedro de Castro y quien lo sitúa junto a los grandes santos del siglo XVI en la obra de la Reforma Católica y la obra del Sacromonte, como perteneciente justamente a los proyectos de esa Reforma Católica que tuvo lugar después del Concilio de Trento (…). Y él sitúa la obra de Pedro de Castro en el contexto de la obra de san Juan de Ávila y en la obra de los otros grandes santos. Él lo consideraba como santo y lo llevaba en su manual de obispos. Cuando fue obispo en Cuba, lo tenía en la mesilla de noche y entre las cosas que tenía era la vida de Pedro de Castro, que había escrito el mismo año en unas 20 ó 30 páginas.
El nombrar una Academia de Historia de la Iglesia, aquí en el Sacromonte, es parte del cumplimiento de la vocación de la Abadía. Desde los primeros momentos, en esa segunda evangelización en estas tierras, subrayó la oración coral de los estudiantes cristianos, subrayó el estudio, la necesidad de formación, como había subrayado también san Juan de Ávila, y la caridad por la misión de predicar que los canónigos tenían en todos los pueblos de la región de la comarca. Y así, por lo tanto, son tres pilares que oración, trabajo si queréis, pero, sobre todo, en la forma de estudio y caridad, que son los pilares de una abadía. Y que son dos los pilares que yo desearía que la abadía con la ayuda del Señor, y porque sea su designio para bien de los hombres, pues retoma su misión, tendría que ser una pieza clave en lo que yo llamaría la tercera evangelización que la necesitamos en este mundo nuestro. Y comenzando desde donde podamos comenzar, es decir, desde donde cualquiera pueda tener una voluntad, un deseo, un anhelo de enganche con la vida de la Iglesia, con la Buena Noticia de que Dios quiere unirse a nosotros, nos ama y nos quiere comunicar su vida divina y quiere comunicarse Él mismo, Él mismo a nosotros.
En ese marco se inserta la renovación de la abadía y tiene que tenerla. Si no es en ese marco, sería estúpido el trabajar en el esforzarse por ella. Es verdad que el hombre de hoy, algunos hablan de que estamos detrás después de la historia, de la destrucción de la humanidad en este comienzo del tercer milenio. Se habla del mundo, de la sociedad líquida, de un mundo virtual. A lo mejor, hay que empezar más desde cero que aquella sociedad del siglo XVII, 1606, cuando se comenzaba. Pero tenemos un cómplice y el cómplice lo decía el Evangelio: “El que tenga sed, que venga a mí y beba”. El hombre contemporáneo, el joven contemporáneo, aunque parezca que no tiene interés ni siquiera por las artes o por los estudios o en general, en nuestra cultura siempre hay honorabilísimas excepciones, pero si es un rasgo del joven de nuestro tiempo que no se interesa casi por nada, pues entonces hay que comenzar desde muy abajo. Pero ese muy abajo yo creo que lo más abajo es la sed que el ser humano tiene de ser feliz. La sed del ser humano casi nos define. Sed de verdad, sed de bien, sed de amor, que es el Sumo Bien, y sed de belleza, y siempre contaremos con esa complicidad en el corazón humano para volver a anunciar a Jesucristo.
Que el Señor nos deje hacerlo con sencillez, con humildad, pero con la certeza de quien tiene experiencia de que eso es lo único que corresponde al anhelo y a los deseos profundos del hombre. De nuevo, la dimensión del trabajo y del estudio, pues habrá que recuperarlo aquí como Dios quiera. Y ahí es donde la Academia de Historia de la Iglesia en Andalucía me parece a mí que tiene una labor preciosa que no me voy a detener a explicar. Luego os explicaré un poco más para que vosotros mismos enriquezcáis su contenido. Y la dimensión de caridad tendrá que pensarse también con otras dimensiones en este mundo en el que estamos ahora mismo. Pero sin ello no sería tampoco la abadía una realidad cristiana. Encontraremos el modo de que sea, de que ofrezca cursos, de que ofrezca espacios de trabajo, de que ofrezca un estímulo. Tal vez en la sociedad en la que estamos y en el contexto en el que estamos aquí, pues es imprescindible una recuperación de la vida agrícola de algún modo. Como dar un contenido, como crear una nueva cultura agrícola, que no nazca del deseo de explotar el mundo, sino que nazca del deseo de cuidar el mundo y de ayudarnos unos a otros a cuidarlo. La abadía podría ser un motor de ese tipo de esfuerzo, de pensamiento ideal y de aliento hacia la acción. Y sobre todo, teniendo en cuenta que la agricultura de esta Andalucía oriental es una agricultura más minifundista que la de otras partes de España, incluso que la de Andalucía Occidental, pero son esas tres dimensiones –diríamos- las que son necesarias para que la Abadía viva verdaderamente y deseamos que viva. Nosotros, los obispos, no usaríamos a lo mejor la misma palabra, pero deseamos esa nueva evangelización, esa nueva misión a la que nos llama la Iglesia.
Nos iba llamando desde el Concilio Vaticano II y nos llaman los Papas y deseamos hacerla, pues con las fuerzas que tenemos, con las capacidades que tenemos. La historia de la Iglesia es una manera muy bella, porque la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, aunque ese cuerpo tenga heridas y llagas, que las tiene, y aunque tenga momentos de cansancio, momentos de enfermedad, que los tiene; aunque esa vida se deteriore, y a lo largo de la Iglesia lo hemos vivido, también Chesterton decía que la unión era la única realidad en la historia que él conocía, que era capaz de renacer siempre de sus cenizas. ¿Por qué? Porque Cristo, que ha resucitado, es el mismo ayer, hoy y siempre. Y cuando el hombre, de una manera sencilla, se encuentra con Cristo, explota su humanidad, explota su creatividad, en forma de arte, explota en forma de amor a la verdad, de amor a la belleza, de amor al bien y de afecto por esta humanidad herida pero creada para vivir, para vivir agradecida y contenta. Que el trabajo de la Academia y que –diríamos- la Abadía misma, en la medida en que va recuperando vidas, sea un instrumento para esta tercera evangelización… alguna de las abadías antiguas, pienso en la obra de san Basilio Magno. El concebía una abadía que quiso construir como una especie de maqueta de la iglesia, es decir, un lugar donde se pudiera ver lo que era la Iglesia en pequeñito y se pudiera participar encontrándose con la Iglesia; ver cómo era la vida de los cristianos, qué vivían los cristianos. Bueno, pues eso podría ser una buena descripción del proyecto global de la abadía en el que se inserta, y no por voluntad mía, pero con mucha gratitud por mi parte, la Academia de la Historia de la Iglesia en Andalucía. Hay mucha gente que trabaja en la historia de la Iglesia y muchos, la parte de los que estáis aquí como académicos y habría que contar con ellos.
Hay un horizonte muy grande, el horizonte del mundo, que también es la lectura primera de los Hechos de los Apóstoles nos ponía ese horizonte delante de los ojos. Vivimos en un mundo… y no es una perogrullada decirlo, sólo en el municipio de Granada, que no tiene más que 250.000 habitantes, hay alrededor de 100 naciones o personas de 100 naciones censadas; en ese mundo tan plural en el que vivimos, que podamos recordar nuestra historia, que no se pierda la memoria de quiénes somos, para qué existimos, de la memoria, de la santidad que hay en la Iglesia y también la memoria haciendo juicio, la memoria de las torpezas que hemos cometido para no volver a cometer, sino que nosotros no tenemos miedo a la historia, no tenemos miedo a la verdad, no tenemos miedo a ningún tipo de verdad. La más humilde, la más hiriente, la más ofensiva. No, no, porque la verdad nos hace libres. Porque la verdad nos permite ser más lo que somos.
Que el Señor nos ayude en nuestros trabajos. Invocamos al Espíritu Santo pidiendo que sea Él que nos acompañe en el trabajo de la Academia y en toda la renovación de la abadía y la renovación de la Iglesia, de todas nuestras iglesias.
Andalucía tiene un pueblo cristiano conmovedor. Algunos de los obispos más jóvenes, cuando venían me preguntaban un poco qué se iban a encontrar en Andalucía. Siempre he usado la misma frase: un pueblo cristiano conmovedor. Andalucía tiene un pueblo cristiano conmovedor al que es un privilegio el servir y el ayudar. Y el servicio de ayudar también especialmente quizá en el terreno cultural. Lo tiene, primero, porque tiene una intuición y una capacidad artística especial que Cristo es capaz de potenciar y de desarrollar. Y en segundo lugar, porque no es justo –diríamos- que nosotros interioricemos el juicio que a veces se hace de los andaluces como personas de baja, como lugar de baja cultura, de poco interés por las cosas serias o por las cosas, por la cultura de alto nivel. Es mentira. Sabemos que es mentira. Vosotros lo sabéis, probablemente mejor que yo. Pues, en la tarea de esa nueva evangelización, no queremos que falte justamente un rigor en el trabajo cultural y en el trabajo de recuperación de todo el patrimonio cristiano, de belleza y de bien que da nuestra historia cristiana.
Me queda solamente dar las gracias a algunas personas que están aquí; alguien representa a la Caja Rural, que nos ha ayudado a poner en marcha el acto de hoy. Y yo se lo agradezco. Doy las gracias aquí a mis dos artistas, de nuevo, a Jesús Conde y a Ramiro Mejías. Doy las gracias, no estaríamos aquí reunidos sin el trabajo tenaz, fiel y de hormiguita de Eduardo. Agradezco mucho que podamos ya dar este paso, que le sigan muchos, si Dios quiere.
Que el Señor nos ayude a todos a vivir nuestra vocación y nuestra misión con plenitud, de la mejor manera posible, ayudándonos unos a otros y con verdadero gozo.
Que así sea.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
15 de octubre de 2022
Abadía del Sacromonte (Granada)