Queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos hermanos;
querido diácono:
Estamos ya en el segundo domingo de Cuaresma. La Cuaresma es un itinerario. Un itinerario que tiene una referencia fundamentalmente bautismal. Servía para prepararnos para la Pascua, ciertamente, para las grandes fiestas cristianas, pero servía también para que los que iban a ser bautizados en la noche pascual se prepararan de una forma más intensa a lo largo de estos 40 días. 40 días que recuerdan los 40 días de Jesús en el desierto; que recuerdan los 40 años de peregrinación del pueblo de Israel por el desierto hacia la Tierra Prometida.
Nosotros también, en definitiva, la vida es un camino. Un camino al que se nos invita a ponernos en marcha. Es más, la palabra parroquia viene de “parroquein”, que significa “caminar juntos”. Y es más, el Papa nos está insistiendo en que tengamos ese espíritu sinodal. Ese caminar juntos, precisamente, significa sínodo. El camino se llamó al cristianismo, antes de llamarnos cristianos. Estamos en camino. Y la vida cristiana, también. Los clásicos la definen como la “sécula Christi”, el seguimiento de Cristo. Luego, no hay nada más contrario que estar parado; que estar al borde; que estar instalados.
Y hoy vemos cómo la Palabra de Dios, en este segundo domingo que sigue al primero en que se nos presentaban las tentaciones de Jesús, para mostrarle a los catecúmenos que la vida cristiana es una vida de lucha, de lucha contra el mal, de lucha contra el Maligno, de lucha, en definitiva, para vivir conforme a lo que Dios nos pide y que no es fácil, y que tenemos tentaciones. Eso se lo recordaban a los que iban a ser bautizados. Pero, también, se nos recuerda a nosotros, cristianos de toda la vida. Por eso, el tiempo de Cuaresma tiene que ser también un tiempo de puesta a punto de nuestra vida cristiana. Pero no quería la Iglesia -y no quiere- que nos quedemos sólo en ese aspecto que podríamos llamar “negativo” de permanente lucha, sino que también estemos ciertos de la victoria. Abramos esa puerta a la esperanza, en esa confianza en Dios que no defrauda. Y por eso, en este segundo domingo de Cuaresma nos pone la Transfiguración del Señor y ponía a los catecúmenos el Evangelio de la Transfiguración. Cuando Jesús toma a tres de sus discípulos, a Pedro, a Santiago y a Juan, y los lleva con Él al monte, tenía que ser sancionado todo por la palabra de dos o más testigos, en la mentalidad hebrea, y se lleva a los discípulos; a estos tres se los lleva junto a Él y cómo aparece Jesús hablando con Moisés y con Elías, que representan la Ley y los profetas. En definitiva, les quiere mostrar que en Él se cumplen las profecías; que en Él se cumplen lo que ya en la Historia de la Salvación estaba mostrado por Dios al Pueblo de Israel: que Él es el Mesías esperado.
Pero Jesús es permanentemente un signo de contradicción. ¿Cómo vas a ser tú el Mesías esperado en la pobreza de nuestra condición humana? ¿Cómo vas a ser tú el Mesías esperado que se llama a sí mismo, además, el Hijo del hombre, triunfante y glorioso si mueres en la cruz? Por eso, Jesús quiere anticiparle a sus discípulos que vendrá el momento de la dificultad, el momento de la persecución, el momento de la cruz, y que no duden de Él (como veis, con poco). Pero también nos quiere decir a nosotros que, a pesar de las dificultades, a pesar de las contrariedades, a pesar del sufrimiento que experimentamos personalmente y también colectivamente en nuestro mundo, cuando vemos tantas heridas en el mundo, cuando vemos tantos horrores, las guerras, los naufragios, donde todos esos inmigrantes, como la semana pasada, mueren haciendo del Mediterráneo un verdadero sepulcro. Cuando vemos catástrofes naturales, cuando vemos la enfermedad y el dolor de manera próxima, en familiares, amigos o conocidos; cuando vemos, en definitiva, que las cosas no marchan muchas veces y parece que Dios está ausente, nosotros también necesitamos recuperar la confianza, la esperanza en el Señor, que no defrauda. En Jesús se cumplen la Ley y los profetas. Por eso, cuando Jesús se hace el encontradizo después de resucitado con los discípulos de Emaús, que nos dicen que iban entristecidos y que piensan que todo ha fracasado con Jesús de Nazaret -nosotros esperábamos que Él fuera el Libertador de Israel y ya habían pasado tres días y cómo nuestras autoridades le entregaron, y cómo fue crucificado-, y Jesús les dice: “Pero, qué tontos sois. ¿No era necesario que todo esto pasara para que el Mesías entrara en Su Gloria?”. Y comenzando por los profetas, le fue refiriendo cuanto a Él se decía en la Escritura. Jesús es el Mesías esperado.
Jesús es el centro de la Historia. Por eso, la invitación hoy en esta teofanía. Escuchemos a Jesús. Pongamos en el centro a Jesús, en el centro de nuestra vida cristiana. Centrémonos en Jesucristo. Escuchemos Su Palabra. Escuchemos Su mensaje. Escuchemos el Evangelio. Eso se les decía a los primeros cristianos, a los catecúmenos. Pero también necesitamos oírlo nosotros, cristianos viejos. Necesitamos poner el centro en Jesucristo. Jesucristo nuestro Señor Jesucristo. Jesucristo, que nos llama con esa vocación santa de la que recuerda hoy San Pablo a Timoteo. Estamos llamados a vivir santamente, como Jesús nos pide. Y cómo Pedro va asumiendo esto. Pero no lo entenderán hasta después de la Resurrección. No se dan cuenta de que, por el camino de la cruz, llegamos a la cruz. No se dan cuenta de que es necesario, como Jesús nos pide, tomar la cruz de cada día, el negarnos a nosotros mismos. Es necesario eso que San Pablo aconseja en esa segunda generación. A Timoteo le aconseja tomar parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios nos dé.
Queridos hermanos, que sea así. Porque Cristo Jesús, desde antes de los siglos, nos ha elegido. Se nos ha manifestado ahora la aparición de nuestro Salvador. Luego, no tenemos motivos para la desesperanza. Dios no va a faltar. Dios no nos va a dejar. Luego, en este domingo, nosotros también salgamos de nosotros mismos, de nuestra comodidad. Dejémonos llevar por la fe, como Abraham, ese hombre ya mayor que se pone en camino, que deja la patria, que deja la tierra, que sale a buscar una Esperanza y se fía de Dios, y así se constituye para todos como el Padre de los creyentes, aquél del que nacería una multitud más numerosa que las estrellas del cielo, como le dirá al Señor, o como las arenas de las playas marinas. Pues, nosotros también, si nos fiamos de Dios, si confiamos en Él, si ponemos nuestra esperanza sabiendo que Dios no nos va a dejar, que Dios no ha disminuido su poder y que a pesar de que vayamos por dificultades, como nos dice el Salmo 22, “aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan”.
Pues, queridos hermanos, en este segundo domingo de Cuaresma en que nos encaminamos hacia la Pascua, pongamos en el centro a Cristo, escuchemos Su Palabra, fundamentamos nuestra vida sobre Él, tomemos parte en los duros trabajos del Evangelio, hagamos de nuestra vida un seguimiento de Jesús, y veréis como si la seguimos, un día participaremos de Su victoria. La muerte está ahí, pero la pasaremos, porque no es el final, porque, como dice también el Prefacio de Difuntos, “la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma. Y al deshacerse nuestra morada terrenal adquirimos una mansión eterna en el Cielo”. Pues, el anticipo de todo esto y lo que le muestra Jesús a sus discípulos, y nos lo muestra también a nosotros, para que no nos entristezcamos como los hombres sin esperanza, sino también a nuestro mundo, tan triste, tan sin sentido para mucha gente, les demos la razón de nuestra esperanza, que tiene un nombre, Jesucristo, ayer, hoy y siempre.
Que Santa María, a la que el pueblo cristiano la invoca diciendo “ven con nosotros a caminar”; Ella que ya ha llegado a la meta y que ya participa por su asunción plenamente de la Victoria de Cristo, como nos dice el Concilio, “no se ha olvidado de sus hijos, que todavía peregrina, sino que nos acompaña”; que Santa María nos acompañe y nosotros también seamos dignos un día de alcanzar las Promesas de Cristo que hoy se les anticipa a los discípulos.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
5 de marzo de 2023
Catedral de Granada