Queridos sacerdotes concelebrantes;
querida comunidad de Reverendas Madres Jerónimos y madrinas del reconocimiento de la Coronación de Nuestra Señora;
Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias, coronada de Santa María de la Alhambra; Hermandad de Nuestro Señor de la Resurrección y Santa María del Triunfo; Cofradía del Santísimo Cristo Resucitado y Nuestra Señora de la Alegría; Archicofradía de Nuestra Señora del Rosario Coronada; Hermandad de Nuestra Señora y Madre de la Santísima Virgen de la Cabeza; Hermandad sacramental del Dulce Nombre de Jesús del Sagrario-Catedral; Asociación de Nuestra Señora de Gracia; Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y del Descendimiento de Cristo;
queridos hermanos y hermanas:
Estamos en este septenario y ahora estoy impresionado por este templo, pero sobre todo cuando he leído algo de la historia de vuestra cofradía hasta llegar aquí, a este templo y acogida por esta comunidad jerónima, que es el recorrido devocional también del pueblo de Granada a esta advocación de la Soledad de Nuestra Señora de la Soledad, que se ve acompañada por el cariño de sus hijos, porque nosotros también, como aquella mujer del Evangelio que nos ha relatado San Lucas, le hemos dicho tantas veces a Jesús “bienaventurado el vientre que te llevó en los pechos que te criaron”. Aquella mujer que con todo, con toda su fuerza sale y con toda su espontaneidad, y que resume lo que será después la historia, la devoción a la Virgen. “Viva la Madre que te trajo el mundo”, es lo que le viene a decir a Jesús. Y la propia Virgen María, en la escena de la Visitación, cuando entona el Magnificat, esa oración que cada día la Iglesia al atardecer hace suya para cantar las alabanzas a Dios y el reconocimiento de las grandezas de Dios, dice: “El Poderoso ha hecho grandes por mí, porque mirado la humillación”, ciertamente. Pero dice también: “Me llamarán bienaventuradas todas las generaciones”. Y a lo largo de la historia y de la historia de Granada, la historia cristiana, desde los comienzos de sus autores. Porque la devoción a la Virgen no es una cosa del siglo XVI. Es algo que está en la entraña más profunda del ser cristiano.
Cuando Jesús nos da a su Madre en la cruz, le dice al evangelista Juan, al discípulo amado, pues que reciba a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Y usa la palabra “mujer” que la utiliza también en otro momento que el Evangelio de San Juan, precisamente en las bodas de Caná, cuando la Virgen intercede por aquellos esposos que se han quedado sin vino, precisamente en su día de bodas: “Mujer, qué nos da a ti y a mí”, y María le dice a los criados: “Haced lo que Él os diga”. Jesús cambió el agua en vino. Y en este momento, también en el momento sublime de la cruz, aparece la Madre. Aparece la Madre como la nueva Eva. Como la nueva Eva que rompe el nudo, desata el nudo. Dicen los Padres de la Iglesia que es la desobediencia de Eva y junto al nuevo árbol, que es el árbol de la cruz, que el árbol salvador y no el árbol de la condenación primera, y junto al nuevo Adán, que es Cristo. Y en ese momento que tiene San Juan, todo ese trasfondo, el nuevo Adán que nos salva del pecado: si por un hombre, vino la muerte; por un hombre ha venido y ha venido la vida, ha venido la salvación por Jesucristo, el nuevo Adán. Y en ese momento sublime, Jesús se dice, se dirige a María: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, la nueva Eva, y después se dirige al discípulo: “Hijo, ahí tienes a tu madre”. Y nos dice el evangelista que la recibió como algo suyo, no sólo que la recibió en su casa, como dice alguna traducción, sino la recibió como algo suyo, de tal manera que la devoción a la Virgen forma parte del misterio cristiano. San Juan Pablo II decía que la Iglesia debe ser lo que es la Virgen, debe ser como María. Por eso, nosotros nos unimos a esa mujer del Evangelio. “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”, porque eres la Madre de Dios y eres nuestra madre. Pero Jesús puntualiza y dice dónde está verdaderamente la grandeza de María. La grandeza de María está en hacer lo que Dios le pedía. Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen.
Queridos hermanos, nosotros no podemos imitar a la Virgen en su pureza, en su fe, en tantas y tantas cosas. Y por supuesto, nosotros nacemos con la triste herencia de nuestros primeros padres. Y María no fue tocada por el pecado. Nosotros no podemos, pero sí podemos imitar a la Virgen en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Y eso es lo que hace grande a la Virgen, como nos ha dicho Jesús.
En otra ocasión llegarán a Jesús y les dirán: “Ahí fuera está tu madre y tus parientes”, y Jesús le dice: “¿Quiénes son mi madre y mis parientes? El que hace la voluntad de mi padre ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Luego, aquí está el sentido profundo de ser cristiano, el hacer lo que Dios nos pide. Y Jesús nos pone esto en el Evangelio muy claro: “No todo el que dice ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, ese entrará”. Y nos lo ha dejado, queridos hermanos, precisamente en una de las peticiones del Padrenuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo”. Y Jesús nos dice de sí mismo: “Mi alimento, es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra”. Y precisamente, en Getsemaní, Jesús dice: “Aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Luego, es en esto en lo que podemos imitar a la Virgen.
Los santos dicen que la Virgen concibió a Cristo antes por la fe y no podemos decir la Virgen es la Virgen. A la Virgen no le fueron ahorrados ni el claro oscuro de la fe, no veían las cosas, ella pregunta. San Juan Pablo II dice que es una fe, una fe que razona. Cuando el Ángel aún se esfuerza en la Madre de Dios, ella dice: “¿Cómo será eso? Yo no conozco varón”. La Virgen acepta que va a ser la Madre de Dios, pero, queridos hermanos y hermanas, en la naturalidad más normal, nadie se entera. Está en Nazaret, pasa desapercibido para el mundo de entonces. Y María viene a ver nacer a Su Hijo en la pobreza de Belén. Fijaros si no hay que echarle fe. Fijaros si no hay que echarle fe y ahora cómo convence a José y se adelanta Dios en sueños. Fijaros si no hay que echarle fe cuando quienes vienen a adorar a Su Hijo son unos pobres pastores y unos extranjeros. Fijaros si no hay que echarle fe cuando tiene que salir huyendo a Egipto, porque a un “reyezuelo” le han entrado celos de un niño y provocó una matanza. Fijaros si no hay que echarle fe en los años de destierro en Egipto, huyendo como un emigrante, un refugiado. Fijaros si no hay que echarle fe cuando vuelven y tienen que irse a Nazaret. Fijaros si no hay que echarle fe cuando ve a su hijo treinta años. Es la lección más larga que nos ha dado Jesús, la de la vida oculta, la del trabajo con sus manos encallecidas, la del ocultamiento en un mundo nuestro como es el de la espectacularidad, el de los eventos, el de lo llamativo. Y Jesús se tira casi treinta años de vida oculta. Fijaros si no hay que tenerle fe cuando ve que su hijo es incomprendido. Fijaros si no hay que echarle fe cuando le llegarían noticias de que es perseguido, incluso se declara su muerte. Fijaros si no hay que echarle fe cuando está junto a la cruz de Su Hijo. Es Su Hijo el que ha tenido en sus brazos, el que el Ángel le anunció como el Hijo de Dios: “Y reinará Dios. Le dará el trono de David, su padre, y reinará por los siglos. Su Reino no tendrá fin”. Y lo que tiene es una corona de espinas. Fijaros si no hay que echarle fe cuando lo tiene en sus brazos, el mismo que acunado lo tiene ahora en sus brazos, en su regazo de madre dolorosa, en soledad. Los discípulos han abandonado. Fijaros si no hay que echarle fe. Y eso es el cumplimiento de la voluntad de Dios.
¿Qué espera Dios de mí? Estoy viviendo yo como Dios manda, como dice el dicho: “Haced lo que Dios manda”. Un sentido moral y ético en mi vida de coherencia cristiana. “Hágase en mí según Tu palabra”, dice la Virgen. ¿Y nosotros hacemos lo que Dios nos pide?¿Y cómo sé yo lo que Dios me pide? Pues, tenemos sus mandamientos. O es que son una utopía. Es que las bienaventuranzas son una utopía para nuestra vida, nunca. O es que vivís de acuerdo con la vida en Cristo, que San Pablo en la Carta a los Romanos, nos ha dado esos consejos tan bonitos de un estilo de vida que es el estilo de vida cristiano. De ser coherentes con la fe que profesamos para que no tengamos, para que no digamos, mejor dicho, empezando por ahí, que somos creyentes y no practicantes; para que no caigamos en decir que “una cosa es la obligación y otra cosa es la devoción”; para que no vaya por un lado en nuestra vida y por otro nuestra fe. La coherencia cristiana es quizás lo que más necesitamos en nuestro mundo. El mejor predicador no son las palabras, es el propio ejemplo de los cristianos. Cuando vemos decadencia, cuando vemos gente que nos deja, tendríamos que preguntarnos ¿qué hago yo?, ¿como vivo yo?, ¿qué ejemplo doy?
Y esto sabemos que somos pecadores. Sabemos que somos débiles. El Evangelio no se cansa, no se calla. Los defectos de los apóstoles aparecen manifiestos. Una prueba de la autenticidad de los Evangelios: no se calla los efectos de los jefes, no hace propaganda, sino que muestra cómo son y Jesús mismo cuando le critican porque se junta con los publicanos, con los pecadores, dice que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores; que no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos.
Queridos hermanos, es hora de que nos tomemos en serio vivir como Dios manda. Es hora de que nos tomemos en serio un cristianismo de la cotidianidad. Es hora de que nos tomemos en serio un cristianismo que se muestre en el testimonio de vida sin llamar la atención, pero sí con la coherencia de quien, sabiéndose pobre, pecador y débil, tenemos el perdón de Dios en su Sacramento de la Penitencia, comienza y recomienza y pone leñas en su barro roto por su propia debilidad. Pero trata de vivir como Jesús nos pide. “No todo el que dice ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre”. Es el trabajo. Y esto tiene que ser nuestro examen fundamental: ¿qué hago yo?, ¿vivo yo como Dios manda?, ¿hago yo lo que Dios me pide?, o lo que dice Dios no cuenta en mi vida.
Queridos hermanos, Dios es misericordioso. PidámosLe a la Virgen que nos ayude, que cambie Jesús, también con su intercesión, el agua incolora, inodora, insípida, como en las bodas de Caná, que aportamos nosotros muchos veces con nuestra vida y las cambie en el vino oloroso de virtudes que nos hará ser testigos, verdaderos de Jesús en nuestro mundo. Y a través de la vida cofrade. Todo eso lleva unas exigencias de vida. No es sólo un envoltorio que es ser cristiano. No es un camuflaje para vivir una religiosidad que pasa o costumbrista. Es algo mucho más profundo como lo han vivido nuestros mayores, que han mantenido el testigo de la fe.
Vamos a pedirLe a la Virgen que nos libre de las pestes, como en 1885; que nos libre del covid; que nos libre de tanto sufrimiento como la humanidad arrastra y que tenemos noticias con tanto sufrimiento que viven muchas personas de forma callada. Que acudan a Él, a Ella. Que Ella sea intercesora ante Jesús por tanta gente que acude pidiéndoLe los favores de Santa María. Como entonces, yo hoy lo pido especialmente para Granada: que nos cure de esa peste del egoísmo, de esa peste del olvido de Dios, de esa peste del materialismo, de esa peste de la insolidaridad, de esa peste de tantas y tantas cosas que afectan a realidades profundas de nuestra vida cristiana. Que nos cuide; que cuide a nuestras familias; que cure a los enfermos. Y ese reconocimiento de una coronación. Que sea también una coronación no sólo en la imagen, sino una coronación de poner a María en nuestro corazón, para que, siguiendo el ejemplo de san Pablo, nosotros seamos como fue María. Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor de Granada
27 de octubre de 2022
Monasterio de San Jerónimo (Granada)