Queridos hermanos, acabamos de escuchar la proclamación de la Palabra de Dios que se nos ha hecho en este domingo. ¿Y qué mensaje central nos trae la Palabra de Dios en este domingo? ¿Qué enseñanza? Pues, nos lo ha dicho el Evangelista San Lucas a la hora de introducir esa parábola de Jesús referida al juez inicuo. Nos ha dicho que esta parábola, este cuento, esta referencia a un ejemplo, lo pone Jesús para ayudarnos a orar siempre, para que recemos siempre, para que no decaiga nuestra vida de oración. Y por otra parte, al final del texto que se ha proclamado del evangelista, hay una pregunta inquietante de Jesús: “Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”.
Y esto nos invita a dos cosas hoy, en este domingo. Por una parte, a pensar cómo es nuestra vida de oración. Si somos personas orantes. Ayer celebramos la fiesta de una de las cumbres de la oración cristiana, de la mística de Santa Teresa de Jesús. Y ella definía la oración como tratar muchas veces de amor, de amistad con quien sabemos nos ama. La oración es una de las grandezas de la vida creyente que podemos relacionarnos con Dios. Jesús nos insiste mucho en el Evangelio en la necesidad de la oración. Nos dice cómo es necesario orar siempre, sin desfallecer. Incluso nos ha dado ese ejemplo maravilloso de la oración dominical: cuando oréis, rezad “Padrenuestro, que estás en el Cielo…”. Esa oración que hemos aprendimos de pequeños y que no se nos olvida nunca y donde está contenido todo lo que podemos pedir en la oración: la alabanza, la petición, la glorificación de Dios, la intercesión. Esa oración en que tenemos presente la Gloria de Dios y su Majestad, pero, al mismo tiempo, desde nuestra condición de hijos de Dios. Nos dice San Pablo que el Espíritu ora en nosotros.
La oración tiene que formar parte de nuestra vida. Y Jesús nos pone hoy ese ejemplo para darnos cuenta cómo Dios nos oye. A veces parece que Dios se hace el sordo, que Dios está dormido. A veces tenemos la sensación de que nuestras peticiones, pues, caen en vacío, como cuando los apóstoles están en la barca y en medio de la tempestad, de la zozobra, se sienten inseguros, como abandonados. Y Jesús, mientras duermen y acuden a Él: ¡sálvanos, que perecemos! Y Jesús les cita también algo referente a la fe: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?”. Luego, queridos hermanos, la oración va relacionada con la fe. La oración da la medida de nuestra fe. Si somos creyentes de verdad. Ciertamente, no hay un aparato para medir la fe. La fe sólo la conoce Dios. ¿Cómo es nuestra fe? Pero, muchas veces, en este mundo secularizado, nuestra fe se debilita, el ambiente se nos impone y vamos olvidándonos de Dios o vamos relegándolo a los momentos de dificultad sólo, cuando necesitamos un SOS, cuando nos llega el agua hasta el cuello, o sólo nos acordamos, como dice el dicho de Santa Bárbara, cuando truena. Entonces, solo acudimos a Dios en esos momentos de angustia, cuando se nos tuercen las cosas, cuando aparece una enfermedad imprevista, cuando nuestras previsiones no salen, cuando lo sentimos. ¿Y cómo lo hemos experimentado durante la pandemia? Pues, deudores de Dios y de los demás, necesitados de Dios y de los demás, que no las tenemos todas consigo, entonces acudimos a Dios. Pero la oración tiene que formar parte de nuestra vida cotidiana. Esa oración que es la oración de los hijos que nos ha enseñado Jesús. Esa oración de confianza en Dios, nuestro Padre. Esa oración que nos lleve a darLe gracias por todo lo que nos concede, desde el don maravilloso de la vida, el don de la fe en nuestras familias. Tantas y tantas cosas maravillosas que tenemos que descubrir. Y cuando tenemos esa pieza de oración sabremos descubrirla en los acontecimientos de cada día. Esa oración que es ciertamente de petición, porque somos necesitados. Porque, ¿cómo no vamos a acudir a Dios? Jesús nos ha dicho “pedid y se os dará. Llamad y se os abrirá. Buscad y encontraréis. Porque quien pide, recibe. Quien busca, encuentra. Y al que llama, se le abre”. Y además, Dios no es un juez cívico. Dios es un Padre de misericordia que nos escucha siempre. Nunca llega tarde Dios, incluso permite y ahí están los ánimos, que haya esa protesta ante Dios, ese pedirle el libro de reclamaciones, ese enfadarnos con el Señor, porque a veces no nos salen las cosas, o porque a veces pues no vemos que actúe en tantos momentos de nuestra vida o del mundo. Pero Dios no nos deja en su providencia. Hemos escuchado en el Salmo “el auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”. Dios no nos deja nunca. Con esa confianza hemos de recuperar la vida de oración, esa oración personal de cada día, encontrar un rato para hablar con el Señor en medio de tanto ruido como tenemos en nuestra vida. Hay tantas cosas, tantos medios, que a veces apenas encontramos un poco de tiempo para el silencio, para escuchar la voz de Dios, para meditar, para reflexionar sobre nuestra vida, sobre lo que hacemos.
La oración necesita ser alimentada. Y alimentada con lo que la Escritura, hoy, San Pablo, a su discípulo Timoteo, le pide que acuda a la Sagrada Escritura porque allí encuentra palabras para la vida. San Jerónimo decía que desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo. Pues, no será que nuestra vida de oración es tan floja muchas veces y en este mundo secularizado parece que nos da vergüenza rezar o manifestar externamente. Y vemos a los creyentes de otras religiones como sin vergüenza ninguna rezan y nosotros parece que vamos escondiendo nuestra relación con Dios. Y aquí viene la relación con la fe. Es que nuestra fe muchas veces languidece. Es que nuestra fe se queda sólo para momentos de dificultad. Es que nuestra fe la hemos hecho tan privada, tan privada, que no nos atrevemos ni a imponernos a nosotros mismos. Y la fe es mirar la vida con los ojos de Dios. Es mirar todo desde la visión de Dios, desde la doctrina que el Señor nos ha mostrado en su revelación. La fe nos lleva a mirar todo -la familia, la educación, el trabajo, la diversión, todo- como un creyente, como alguien que tiene un padre que es Dios. Esperando verse en una historia de salvación donde Dios está siempre con nosotros. Es más, nos ha enviado a Su Hijo Jesucristo, que nos ha dicho que cualquier cosa que pidamos en Su nombre Dios no la concederá.
Luego, queridos hermanos, os invito a intensificar la oración. Que no pase ningún día sin que dediquemos un rato en oración. Que no nos acostemos, sin que haya una oración confiada a Dios, dándole gracias por el día que nos ha dado de vida, pidiéndole perdón por nuestra debilidad y por nuestros fallos y pecados, y haciendo el propósito de mejorar al día siguiente en que nos levantamos, y no nos levantamos como un pagano, sino ofreciéndole el día, el trabajo, todo lo que tenemos entre manos al Señor.
Cuando vivimos en esas claves, vivimos en unas claves de fe y entonces estamos viviendo como creyentes. La fe ha de ser formada, ha de ser alimentada. Acudamos a la Escritura. ¿Cuánto tiempo hace que no lees la Sagrada Escritura? A lo mejor la tienes en casa y ahí está el libro en la estantería. No, no, la Biblia tiene que formar parte, y sobre todo el Nuevo Testamento, los Evangelios. No podemos saber tan poco de Cristo. No podemos tener un conocimiento… cómo vamos a rezar si no sabemos lo que dijo Jesús y nos contentamos con lo que escuchábamos el domingo en la celebración de la Eucaristía. Y si nos preguntan el martes cuál ha sido el Evangelio del domingo, pues se nos va. Recuperemos en este sentido y veréis cómo la fe irá empapando la vida y cómo nos sentiremos de verdad hijos e hijas de Dios, y cómo se ven las cosas de otra manera: la enfermedad, el dolor, el trabajo, todo. Y sabremos dar respuesta a los problemas que nos vayan surgiendo, dando razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. Porque la estaremos rezando, esa fe; porque estaremos viviendo en un ámbito sagrado; porque el Espíritu obra en nosotros y con gemidos inefables rezará. No podemos orar si no es por el Espíritu.
Vamos a pedirLe ayuda a la Virgen. Ella, cuando el Ángel le anuncia que va a ser la Madre de Dios, responde desde una visión de fe y una fe que se hace aceptación, que se hace coherencia. Y Ella, cuando va a visitar a Isabel, proclama con textos de la Sagrada Escritura el Magnificat, porque es una creyente formada.
Que Ella nos ayude a nosotros. Que como Ella recibimos a Cristo, la Palabra de Dios en nosotros, para que también la demos a los demás.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor de Granada
16 de octubre de 2022
S.I Catedral de Granada