Sr. Arzobispo de Granada, cardenales, arzobispos y obispos presentes, expresión de nuestra comunión episcopal, Sr. Consejero Encargado de Negocios de la Nunciatura en España, queridos sacerdotes concelebrantes de Granada, de Ávila, de la CEE y de otras diócesis hermanas.

Autoridades (Autonómicas, provinciales y locales; civiles y militares. Saludo especialmente a los Alcaldes de Granada y Ávila). Gracias por vuestra presencia, señal de la colaboración institucional con la Iglesia en favor del bien común de los ciudadanos de Granada.

Miembros de la Vida Consagrada y de Hermandades y Cofradías, seminaristas. Hermanos y hermanas presentes en esta celebración y venidos de Ávila, de Madrid, Badajoz y de Zalamea de la Serena, mi pueblo natal, con su párroco.

Queridos familiares, entre los que echo de menos y presentes a la vez en la Comunión de los Santos a mi madre Isabel recientemente fallecida y a mi padre Juan Antonio y a mi hermano sacerdote Juan Antonio, también fallecidos. Lo mismo al arzobispo D. Antonio Montero, granadino total, de Churriana de la Vega, el obispo que me ordenó sacerdote y ha sido para mí un verdadero padre y maestro.

Hemos escuchado los textos bíblicos que han sido proclamados en esta celebración y que he escogido con permiso de S. Teresa del Niño Jesús, cuya fiesta celebramos hoy,

“Supliqué y me fue dada la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría…” (1ª Lectura. Sb 7,7-10). Pido para mí en mi ministerio la sabiduría para guiar en comunión al Pueblo de Dios, la sabiduría de la cruz, de la que habla S. Pablo, que es necedad y locura a los ojos del mundo, pero que expresa los valores del Reino que proclama Jesús: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Co, 1, 23-24). Vengo a servir, a serviros. No soy ningún líder, ideólogo o superhombre, soy un obispo que el Sucesor de Pedro y Cabeza del Colegio Episcopal, que nos preside en la caridad, envía a serviros y no traigo otra cosa que el Evangelio de Cristo.

“Yo presbítero con ellos y testigo de la pasión de Cristo…” (2º Lectura: 1Pe 5, 1ss). Vengo a ejercitar mi servicio episcopal en misión compartida con D. Javier, en profunda comunión con él y con el presbiterio de Granada. Querido D. Javier, gracias por su acogida y cariño que me ha dispensado desde que el Papa nos notificó mi nombramiento. Queridos sacerdotes de Granada: sé por convicción y por experiencia que el obispo no puede nada sin los sacerdotes. La diócesis, nos dice el Concilio, se encomienda a un obispo para que la apaciente en colaboración con sus presbíteros (cfr. CD, n.11). Pido vuestra ayuda.

“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo… Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado…” (Evangelio: Jn 15, 9-17). Queridos hermanos: estamos llamados a poner en permanente práctica el Mandamiento Nuevo de Jesús, amar a todos con su corazón, a ser una Iglesia “hospital de campaña”, como nos pide el papa. La caridad en unidad es el gran impulso evangelizador para nuestro mundo. “Que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 20), pide Jesús al Padre en la oración sacerdotal..

“El Señor es mi Pastor, nada me falta…”, no ha recordado el bello Salmo 22. El Señor es nuestro Buen Pastor, que nos apacienta a todos. Nos dice el Directorio para el Ministerio de los Obispos “Apostolorum successores” que “entre las diversas imágenes, la de Pastor ilustra con particular elocuencia el conjunto del ministerio episcopal, en cuanto que pone de manifiesto el significado, fin, estilo, dinamismo evangelizador y misionero del ministerio pastoral del Obispo en la Iglesia. Cristo Buen Pastor indica al Obispo la cotidiana fidelidad a la propia misión, la total y serena entrega a la Iglesia, la alegría de conducir al Señor el Pueblo de Dios que se le confía y la felicidad de acoger en la unidad de la comunión eclesial a todos los hijos de Dios dispersos (cf. Mt 15, 24; 10, 6).” (n.2). Pedidle, hermanos, que yo sepa ser buen pastor para esta querida diócesis de Granada. Que como nos dice el Papa sea un pastor vaya “delante para mostrar el camino, en medio para escuchar lo que siente el pueblo y detrás para ayudar a los que están algo rezagados y para que el pueblo sienta con sus instinto dónde están las mejores hierbas” (Discurso a la diócesis de Roma, 18-9-2021).

Queridos hermanos, Iglesia de Granada, me pongo hoy a caminar con vosotros, con esta Iglesia que lleva ya un largo camino llenos de santidad y de realidades cristianas vivas y con esperanza ante los retos evangelizadores que se nos presente, sabiéndonos como nos dice el Papa Francisco ser una Iglesia en salida. ¡No somos “administradores de decadencia”! ¡Que el pesimismo no nos contamine ni nos paralice! ¡Fortalezcamos la esperanza! Dios no nos va a faltar.

No tenemos más programa que el que el Papa Francisco nos recuerda en su exhortación Evangelii Gaudium llamándonos a una nueva etapa evangelizadora donde “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”,

No se trata sino de dar cumplimiento al mandato misional de Jesús aquí y ahora: “Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todas las cosas que os he mandado” (Mt 28,19-20).

“Hoy, en este «id» -nos dice el Papa- están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar esta llamada: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio”. Esta es la misión a la que de forma renovada estamos llamados en el aquí de nuestra tierra de Granada y de Andalucía, de España, en el ahora del siglo XXI, sin añoranzas estériles ni ilusionismo que nos paralicen o evadan de la tarea.

Anunciemos el Evangelio en nuestro mundo, que se ha secularizado, siendo “evangelizadores con espíritu”, con experiencia de Cristo, y así pongamos a Dios en el centro de nuestra vida, de nuestras costumbres, de nuestra cultura. En coherencia con la tradición cristiana de nuestros mayores y, en respeto exquisito a la libertad de nuestros conciudadanos, ser consecuentes sin complejos con nuestra fe en lo personal y en lo social. No basta con el culto externo, sino que estamos llamados a ser seguidores de Jesús con nuestra vida y ser transformadores de la sociedad con la luz del Evangelio. Cristo es la vocación suprema del hombre (cfr. GS 22).

¡Qué gran tarea cristiana de fortalecimiento de la fe de nuestro pueblo, de proclamar la primacía de Dios en los hombres y mujeres de nuestra tierra, la que tiene la gran realidad de nuestras hermandades y cofradías! Nos dice el Papa Francisco que “las realidades de la religiosidad popular son encarnadas, porque han brotado de la encarnación de la fe cristiana en una cultura popular. Por eso mismo incluyen una relación personal… con Dios, Jesucristo, María, un santo. Tienen carne, tienen rostros” (EG, 90) y contribuyen a mantener vivo el tejido social de la fe y de la propia ciudadanía en nuestra sociedad tan dada al individualismo y a la fragmentación. La religiosidad popular es una verdadera espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos.

Qué importante es para esta misión potenciar la iniciación cristiana y la educación en la fe. Que gran tarea la labor educativa cristiana tan presente en nuestra diócesis. Qué gran valor el del testimonio de la Vida Consagrada (Vida contemplativa). Así como el del apostolado seglar, de la familia, de la pastoral juvenil y cómo no pensar en el reto que tiene ante sí la pastoral universitaria, con esa riqueza humana y cultural que es para Granada la presencia de tantos miles de universitarios entre nosotros y de todo ello saldrá fruto de la pastoral vocacional. Dios sigue llamando, queridos seminaristas.

Nos dice el papa Francisco que “nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de la santa Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe —que nunca es cómoda e individualista— siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra” (EG 183)

Nuestra tarea, nuestra misión, no sería la de Jesús si no ponemos en un primer lugar a los pobres, a los enfermos, a los más desvalidos. “De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad. Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo” (EG 186-187), nos señala también el Papa Francisco. ¡Gracias por la labor que Cáritas y otras instituciones de la Iglesia como Manos Unidas, así como las que la Vida Consagrada desarrolla en favor de los más pobres!

Queridos enfermos, que nos seguís a través de 13TV os llevo en el corazón y me encomiendo a vuestras oraciones y sacrificio. En la Iglesia no existen clases pasivas. Ayudadnos en la misión evangelizadora.

Me pongo bajo la protección de Nuestra Señora de las Angustias, Madre y Señora de Granada. “María –decía S. Juan Pablo II, del que el próximo mes de noviembre se cumplirán 40 años de su visita a Granada- es lo que debe ser la Iglesia”. Que ella nos ayude a ser una Iglesia en comunión, en participación y misión compartida, en sinodalidad.

Que S. Cecilio, S. Juan de Dios, el beato Fray Leopoldo y demás santos granadinos, intercedan por nosotros.

Gracias a todos por vuestra presencia y mi agradecimiento de manera especial a los que habéis trabajado tanto por preparar esta celebración y mi llegada: liturgia, coro, logística, etc. Perdonad tanto trabajo. Gracias a todos. ¡Dios os bendiga!

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo Coadjutor de Granada