¿Cómo fue tu camino hasta llegar a Granada?

Yo he nacido en Polonia, en Varsovia. Luego emigramos con mi familia y mis padres cuando tenía 14 años a Inglaterra. Yo desde siempre he sentido la vocación. Si contara ahora toda la historia, los signos por los que el Señor me ha llamado… Lo que sí que puedo decir es que el Señor me ha llamado en una realidad concreta que es el Camino Neocatecumenal. Cuando he terminado mi bachillerato en Inglaterra, vi como un momento oportuno el poder postularme para entrar en un seminario, que además se caracteriza especialmente por la misión. Por eso dejamos en la casa familiar el lugar en el que me gustaría estar y nos mostramos dispuestos a ir cualquier seminario del mundo.

Hace 9 años me destinaron aquí a Granada. El seminario diocesano Redemptoris Mater de aquí de Granada sin que supiera yo nada de español. Al principio me costó un poquito, pero bien, he aceptado completamente el destino y me ha encantado desde el primer día. “No hay pena más grande, mujer, que la de ser ciego en Granada”, ¿no?

¿Conocías el Camino Neocatecumental de antes?

Yo he nacido dentro de una familia que pertenecía al Camino, por eso desde muy pequeño conocía a los sacerdotes misioneros y, a través de su ejemplo, es como el Señor ha suscitado el deseo de poder seguirle a Él a través de la misión, a través del presbiterado, como ellos. Al principio era el deseo de viajar, de ver sitios, de vivir experiencias parecidas que luego se fue concretizando en una vocación muy concreta en el servicio a la Iglesia, a la comunidad, al presbiterado.

¿Qué es lo que más aprendido viviendo en el ambiente de Granada?

Pues no sé si las migas o las patatas a lo pobre… (risas). En realidad me he sentido muy acogido y he agradecido mucho la familiaridad de estar con la gente. Me encanta la vista de Sierra Nevada que se puede ver casi desde cualquier punto de Granada.

Nosotros, como parte de nuestra formación, los domingos vamos precisamente a pasar el día con las familias. Jugar con los niños, los juegos de mesa, las salidas que hemos hecho al campo… Es muy significativo para nuestra misión apoyar a todas estas familias. Su presencia ha sido muy importante durante estos últimos 9 años de formación. Hemos podido celebrar las Navidades, las vacaciones de verano, etc. El hecho de poder servirles ahora en este ministerio diaconal después de estos años significa mucho.

¿Qué destacarías de tu vida en estos años en el Seminario Mayor San Cecilio?

Como sabes, vivimos en el mismo edificio, en dos alas distintas. La formación propia la hacemos por separado pero luego compartimos vida en algunas clases, en la cocina… especialmente con los compañeros del mismo curso. He tenido la suerte de tener un curso bastante grande (puede que 6 personas no es tanto en relación a otros seminarios), y nos hemos llevado bastante bien.

Nosotros nos alegrábamos más por sacar un 5 o un 6, y ellos han destacado mucho más. Pero también en esta comunión, el cómo nos hemos repartido las tareas, los partidos de fútbol… Muchas veces partimos de algún punto de incomprensión, pero tantos años de convivencia lo cambian todo. Yo luego estuve dos años de misión en México y al regreso mis compañeros se habían ordenado, pero igualmente el último curso del grado lo hice con Juan de Dios y con Rubén, que fueron mis compañeros en el sexto curso, y yo creo que desde el principio hemos empatizado muy bien.

¿Cómo viviste la ceremonia de consagración como diácono en la Catedral?

Es verdad que la mayoría de los invitados de fuera me han felicitado pero vendrán más por el presbiterado, ya que las fechas además son cercanas. Sí que han venido mis padres, mi hermana con su familia, otro hermano mío… Espero que por mayo-junio puedan venir los demás. Unos días antes me fui con ellos a disfrutar de Granada con ellos, pasear, comer juntos. También estuvo el que si se puede decir es mi mejor amigo y que fue seminarista aquí antes que yo, Darek Smigielski, estuvo dos años antes de dejar el seminario, y desde entonces siempre hemos estado en contacto.

El domingo mismo lo viví con la tensión. Yo siempre tengo el estómago revuelto, en los momentos de estrés… no tanto por los nervios, porque al final entras como en un misterio, no sabes lo que te espera, lo que el Señor tiene preparado. Son esos momentos previos pues hasta que el obispo no te impongan las manos. ¡Incluso ahora!, cuando me revisto y me pongo la estola como que pienso un poco “¿qué estoy haciendo?”, pero bien.

Luego fuimos con la comunidad de Granada, que prepararon un ágape espléndido, en los salones de la parroquia de la Inmaculada, donde yo camino. Estuvimos allí hasta la noche, cantando, yo saludando a todo el mundo… Muy cansado, me dolían las piernas y todo. Cuando ya bajó la tensión veía que sí, estaba reventado.

Ignacio Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Arzobispado de Granada