Los presidentes de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea han enviado un mensaje a las instituciones europeas y a los Estados miembros.
La Iglesia Católica en la Unión Europea, representada por los presidentes de las Conferencias Episcopales de los Estados miembros, desea dirigir un mensaje de esperanza y un llamamiento a la solidaridad a las instituciones europeas y a los Estados miembros en esta crisis que nos ha sobrecogido.
Un mensaje en el que reafirmamos nuestro compromiso con la construcción de una Europa que ha traído la paz y la prosperidad a nuestro continente, y con sus valores fundacionales de solidaridad, libertad, inviolabilidad de la dignidad humana, democracia, Estado de derecho, igualdad y defensa y promoción de los derechos humanos. Los Padres Fundadores de la Unión Europea estaban convencidos de que Europa se forjaría en la crisis. Con nuestra fe cristiana en el Cristo Resucitado tenemos la esperanza de que Dios puede convertir todo lo que sucede en algo bueno, incluso aquellas cosas que no comprendemos y que parecerían malas. Esta fe es el fundamento último de nuestra esperanza y de nuestra fraternidad universal. Como Iglesia Católica en la Unión Europea, junto con otras Iglesias hermanas y comunidades eclesiales, proclamamos y damos testimonio de esta fe y, junto con miembros de otras tradiciones religiosas y personas de buena voluntad, nos comprometemos a construir una fraternidad universal que no deje a nadie fuera. La fe nos llama a salir de nosotros mismos y ver en el otro, especialmente en aquellos que sufren y están marginados, a un hermano y una hermana, y a estar dispuestos igualmente a dar nuestra vida por ellos.
La pandemia que nos ha azotado en estos últimos meses ha sacudido muchas de nuestras seguridades anteriores y ha revelado nuestra vulnerabilidad y nuestra interconexión. Los ancianos y los pobres de todo el mundo han sufrido lo peor. A esta crisis que nos sorprendió y nos pilló desprevenidos, los países europeos respondieron al inicio con miedo, cerrando las fronteras nacionales y exteriores, algunos incluso negándose a compartir entre sí los muy necesarios suministros médicos. A muchos nos preocupaba que la propia Unión Europea, como proyecto económico, político, social y cultural, estuviera en peligro. Nos percatamos entonces, como dijo el Papa Francisco, que estamos en el mismo barco y que sólo podemos salvarnos a nosotros mismos si permanecemos juntos. Con una renovada determinación, la Unión Europea comenzó a responder de forma conjunta a esta dramática situación. Demostró su capacidad para redescubrir el espíritu de los Padres Fundadores. Es de esperar que el Plan de recuperación del COVID-19 y el Plan reforzado del presupuesto de la UE para el periodo 2021-2027, que se han acordado en la reunión del Consejo Europeo de julio y que actualmente se negocian entre el Consejo y el Parlamento Europeo, reflejen ese espíritu.
El futuro de la Unión Europea no depende únicamente de la economía y las finanzas, sino también del desarrollo de un espíritu común y una nueva mentalidad. Esta crisis es una oportunidad espiritual para la conversión. No debemos limitarnos a dedicar todos nuestros esfuerzos a volver a la “vieja normalidad”, sino que debemos aprovechar esta crisis para lograr un cambio radical para mejorar. Ello obliga a replantear y reestructurar el actual modelo de globalización garantizando el respeto al medioambiente, la apertura a la vida, la importancia de la familia, la igualdad social, la dignidad de los trabajadores y los derechos de las generaciones futuras. El Papa Francisco, con su Encíclica Laudato Si’, ha proporcionado una brújula para conformar una nueva civilización. En su nueva Encíclica Fratelli Tutti, firmada hace unas semanas sobre la tumba de San Francisco de Asís, llama a toda la humanidad a la fraternidad universal y a la amistad social, sin olvidar a los marginados, a los heridos y a los que sufren. Los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, como la dignidad humana y la solidaridad, así como la opción preferencial por los pobres y la sostenibilidad, pueden ser los principios rectores para construir un modelo diferente de economía y sociedad tras la pandemia.
La solidaridad es un principio fundamental de la Doctrina Social de la Iglesia y es el núcleo del proceso de integración europea. Más allá de las transferencias internas de recursos de acuerdo con las políticas de cohesión, la solidaridad debe entenderse en términos de “actuar juntos” y de “estar abiertos para integrar a todos”, especialmente a los marginados. En este contexto, cabe mencionar que la vacuna COVID-19, cuando esté disponible, debe ser accesible a todos, especialmente a los pobres. Robert Schuman señaló que las naciones, lejos de ser autosuficientes, deben apoyarse mutuamente, y que la solidaridad supone la convicción de que el interés real de cada nación es reconocer y aceptar en la práctica la interdependencia de todos. Para Schuman, una Europa unida prefigura la solidaridad universal de todo el mundo sin distinciones ni exclusiones. Por ello, la Declaración de Schuman señaló la responsabilidad especial de Europa con respecto al desarrollo de África. En la misma línea, pedimos ahora el incremento de la ayuda humanitaria y la cooperación para el desarrollo, y la reorientación de los gastos militares hacia los servicios sanitarios y sociales.
La solidaridad europea debe extenderse urgentemente a los refugiados que viven en condiciones inhumanas en los campos y están seriamente amenazados por el virus. La solidaridad hacia los refugiados no sólo significa la financiación, sino también la apertura proporcional de las fronteras de la Unión Europea, por parte de cada Estado miembro. El Pacto sobre la Migración y el Asilo presentado por la Comisión Europea puede considerarse como un paso hacia el establecimiento de una política europea común y justa en materia de migración y asilo, que debe evaluarse cuidadosamente. La Iglesia ya se ha pronunciado sobre la acogida, distinguiendo entre los distintos tipos de migración (regular o irregular), entre los que huyen de la guerra y la persecución y los que emigran por motivos económicos o ambientales, y la necesidad de tener en cuenta las cuestiones de seguridad. Sin embargo, pensamos que hay ciertos principios, valores y obligaciones jurídicas internacionales que siempre deben ser respetados, independientemente de las condiciones de las personas involucradas, principios de actuación y valores que son la base de la identidad de Europa y tienen su origen en sus raíces cristianas. También recomendamos que se faciliten vías seguras y legales para los migrantes, y corredores humanitarios para los refugiados, mediante los cuales puedan venir a Europa con seguridad y ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados. En este sentido, es conveniente colaborar con las instituciones eclesiásticas y las asociaciones privadas que ya trabajan en este campo. Europa no puede ni debe dar la espalda a las personas que proceden de zonas de guerra o de lugares donde son discriminadas o no pueden gozar de una vida digna.
Un elemento crucial para la Iglesia en muchos Estados miembros durante la pandemia es el respeto de la libertad de religión de los creyentes, en particular la libertad de reunirse para ejercer su libertad de culto, respetando plenamente los requisitos sanitarios. Esto es aún más evidente si consideramos que las obras de caridad nacen y también se arraigan en una fe vivida. Declaramos nuestra buena voluntad de mantener el diálogo entre los Estados y las autoridades eclesiásticas para encontrar la mejor manera de conciliar el respeto de las medidas necesarias y la libertad de religión y de culto.
A menudo se ha dicho que el mundo será diferente después de esta crisis. Pero depende de nosotros que sea mejor o peor, si salimos de esta crisis fortalecidos en la solidaridad o no. Durante estos meses de pandemia, hemos sido testigos de muchos signos que nos han despertado la esperanza, desde el trabajo del personal sanitario y el de quienes cuidan de los ancianos, hasta los gestos de compasión y creatividad de las parroquias y comunidades eclesiales. Muchos, en estos meses difíciles, han tenido que hacer considerables sacrificios, renunciando al reencuentro con sus seres queridos y estando cerca de ellos en momentos de soledad y sufrimiento, y a veces, incluso, de su fallecimiento. En su mensaje Urbi et Orbi del Domingo de Pascua, el Papa Francisco se dirigió en particular a Europa, recordando que “después de la Segunda Guerra Mundial este continente pudo resurgir y superar las rivalidades del pasado, gracias a un proyecto concreto de solidaridad”. Para el Papa es más urgente que nunca “que esas rivalidades no recobren fuerza, sino que todos se reconozcan parte de una única familia y se sostengan mutuamente. Hoy, la Unión Europea se encuentra frente a un desafío histórico, del que dependerá no sólo su futuro, sino el del mundo entero”.
Aseguramos a todos los que lideran y trabajan en las instituciones europeas y en los Estados miembros, que la Iglesia permanece a su lado en el esfuerzo común de construir un futuro mejor para nuestro continente y el mundo. Todas las iniciativas que promuevan los auténticos valores de Europa serán apoyadas por nosotros. Confiamos en que de esta crisis podamos salir más fuertes, más sabios, más unidos y más solidarios, cuidando más del hogar común y siendo un continente que impulse al mundo entero hacia una mayor fraternidad, justicia, paz e igualdad. Ofrecemos nuestras oraciones por todos y les bendecimos de todo corazón. ¡Que el Señor nos acompañe en nuestro peregrinaje hacia un mundo mejor!
S.Em. Gualtiero Cardenal Bassetti, Arzobispo de Perugia-Città della Pieve, Italia
S.E. Mons. Georg Bätzing, Obispo de Limburgo, Alemania
S.Em. Jozef Cardenal De Kesel, Arzobispo de Malinas-Bruselas, Bélgica
S.E. Mons. Éric Marie de Moulins d’Amieu de Beaufort, Arzobispo de Reims, Francia
S.E. Mons. Stanisław Gądecki, Arzobispo de Poznań, Polonia
S.E. Mons. Jan Graubner, Arzobispo de Olomouc, República Checa
S.E. Mons. Gintaras Linas Grušas, Arzobispo de Vilna, Lituania
S.Em. Jean-Claude Cardenal Hollerich, S.J., Arzobispo de Luxemburgo, Presidente de la COMECE
S.E. Mons. Philippe Jourdan, Administrador Apostólico, Estonia
S.E. Mons. Czeslaw Kozon, Obispo de Copenhague, Dinamarca, Conferencia Episcopal Nórdica
S.E. Mons. Dr. Franz Lackner, O.F.M., Arzobispo de Salzburgo, Austria
S.E. Mons. Eamon Martin, Arzobispo de Armagh, Irlanda
S.Em. Juan José Cardenal Omella y Omella, Arzobispo de Barcelona, España
S.E. Mons. José Ornelas Carvalho, S.C.I., Obispo de Setúbal, Portugal
S.E. Mons. Aurel Percă, Arzobispo de Bucarest, Rumanía
S.E. Mons. Christo Proykov, Obispo Eparca de San Juan XXIII de Sofía, Bulgaria
S.E. Mons. Zelimir Puljić, Arzobispo de Zadar (Zara), Croacia
S.E. Mons. Sevastianos Rossolatos, Arzobispo de Atenas, Grecia
S.E. Mons. Charles Jude Scicluna, Arzobispo de Malta
S.E. Mons. Youssef Antoine Soueif, Arzobispo de Trípoli del Líbano (Maronita), Chipre
S.E. Mons. Viktors Stulpins, Obispo de Liepāja, Letonia
S.E. Mons. Johannes H. J. van den Hende, Obispo de Róterdam, Países Bajos
S.E. Mons. András Veres, Obispo de Győr (Raab), Hungría
S.E. Mons. Stanislav Zore, O.F.M., Arzobispo de Ljubljana, Eslovenia
S.E. Mons. Stanislav Zvolenský, Arzobispo de Bratislava, Eslovaquia