Fecha de publicación: 14 de abril de 2014

 

 

Queridísima Iglesia del Señor:

Pocas palabras necesita la Pasión de comentario. Lo único que yo quiero subrayar es justamente por qué dos mil años después leemos la historia de una muerte, que se parece como una gota de agua a otra gota de agua, a tantas muertes que la miseria humana, la injusticia, la envidia en unos casos, la ambición y el orgullo en otros han causado, siguen causando, en nuestro mundo, en el mundo de los hombres, en nuestra humanidad, herida por el pecado.

Por supuesto, leemos esta muerte porque, aunque es igual que tantas otras, víctima de la tortura y de la miseria humana a lo largo de la historia, es una muerte única. Es una muerte que revela el infinito amor de Dios por cada persona humana. Es una muerte que revela que Dios, que el hijo de Dios, se despojó de su rango y quiso gustar de nuestra condición humana hasta lo más hondo, hasta la soledad del sepulcro. La alegría con la que celebramos y acogemos la noche de Navidad es la premisa necesaria para que esto pudiera suceder. Si sólo hubiera la noche de Navidad, podríamos tener la sospecha de que aquello no era más que un disfrazarse de Dios para enseñarnos algunas cosas. No. Dios se ha hecho hombre,ha bebido el cáliz de nuestra humanidad hasta el fondo.

Pero eso significa una cosa muy grande, que es la que yo quiero que el Señor me conceda el don de poder explicaros brevemente para vivir mejor estos días. De lo que va la Semana Santa no es de algo que pasó hace dos mil años. De lo que va la Semana Santa y de lo que va la Pasión es de ti, de tu historia, de tu vida; es de mí, de mi historia, de mi vida, de mis pecados, de mi muerte. De lo que va la Semana Santa es ese matrimonio que no termina de sentir que pueden quererse y que a lo mejor aceptan la idea de vivir en un infierno sencillamente porque ya después de tantos años no merece la pena otra cosa.

De lo que va la Semana Santa es del dolor de una madre que ha perdido a un hijo pequeño, o que ha perdido a un hijo no tan pequeño pero que sigue siendo hijo de sus entrañas, por una sobredosis. De lo que va la Semana Santa, de lo que va la Pasión de Cristo, es del dolor de ver cómo el tiempo se va y cómo los sueños y los proyectos de nuestra vida se quedan sin hacer o a medio hacer o sencillamente nunca hubo la ocasión de llevarlos a cabo. De lo que va la Semana Santa y la Pasión de Cristo es del hecho de que nuestra salud se gasta, de que nuestro corazón se gasta, y parece que se hace más difícil querer, querer la vida, querer a los demás, no estar siempre lamentándose o protestando de todo.

De lo que va la Semana Santa es de nuestro dolor y de nuestro pecado. Digo que va de eso porque lo que sucede en la Pasión de Cristo es justamente ese abrazo que Dios hace a todo eso, y la lista podía ser interminable. Cada uno de nosotros podría hacer su propia lista, y también la lista sería mucho más larga que lo que yo acabo de decir. Lo que yo acabo de decir no son más que unos trazos gruesos, a brocha gorda, de heridas o de dolores que uno sabe que en un grupo humano, incluso relativamente pequeño, están presentes.

Un poeta hablaba una vez del océano de la miseria humana. Bueno, pues ese océano es el que el Señor ha querido incorporar, Dios ha querido incorporar a su vida. Decía una mujer cristiana, gran escritora, norteamericana, del siglo XX: El centro del cristiano es, que a pesar de toda la miseria que hay en la historia, y basta abrir un periódico o conectar un telediario para ver por una ventanilla, como por un agujero, algo de esa miseria, pero basta pensar en nuestra propia historia para ser conscientes de esa miseria que no está nunca sólo fuera de nosotros, que siempre está también dentro de nosotros.

Que el Señor haya creído que valía la pena morir para decirnos su amor, que el Señor haya creído que merece la pena vivir nuestra pasión, pasión que millones de hombres han vivido para decirnos: mi amor por ti es más fuerte que la muerte, mi amor por ti, seas quien seas, sea cual sea tu historia, sean cuales sean tus heridas, tus cicatrices, tus limitaciones, tus torpezas, tus mezquindades, sea cual sea el daño que hayas sufrido o el daño que hayas hecho, yo soy el Dios del amor, mis caminos no son tus caminos; yo te he llamado a esta vida para que puedas participar de la mía, inmortal, eterna, gloriosa, resplandeciente de belleza porque resplandeciente de un amor en el que uno jamás en toda la eternidad acabaría de sumergirse y de explorar y de descubrir su gloria y su belleza infinita. Eso es lo que el Señor nos dice en su Pasión. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Domingo de Ramos, 13 de abril de 2014
Santa Iglesia Catedral

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