Queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos hermanos y hermanas:
Feliz día de Reyes. Feliz día de la Epifanía del Señor.
Este día, dentro de la Navidad, nos ha pasado una cosa: que nos hemos olvidado un poquito del sentido litúrgico y del sentido profundo de este día. Y no digo que lo hayamos infantilizado, porque siempre acordarse de los niños y poner en este día, tomando pie de esos obsequios que le llevan a Jesús estos Magos, estos hombres especiales que vienen de Oriente, pues es muy bonito. Esta tradición, y además muy cristiana, y además muy humana, de expresar, unos a otros, a través del regalo de una ofrenda, nuestro cariño, nuestro aprecio; y si lo hacemos con los más pequeños, pues mucho más. Pero los Magos no son una cosa de Walt Disney. No son una cosa de cuentos. Y no nos podemos dejar llevar tampoco en este día simplemente del consumo. Tenemos que tener detalles. Los más mayores nos acordamos cómo eran nuestros reyes, con qué sencillez, incluso nos guardaban los juguetes de un año para otro, nos los sacaban y luego los recogían cuando pasaban unos días, y hasta el año que viene. Y volvíamos luego a nuestros juegos, que eran los juegos estacionales, los juegos según la temporada. Pero vivimos en esta sociedad nuestra, hoy, cuando, por ejemplo, la Primera Comunión, aquello parece una lista de regalos de bodas. Y los niños, quedan saturados. Pero está bien que regalemos y que tengamos muy presente a los niños en este día. Pero, sobre todo, para pedir al Señor por ellos, por los más pequeños, para que el Señor los proteja, los cuide; para que los mayores los protejamos, los cuidamos y, sobre todo, para que no sólo les demos cosas, sino que nos demos a nosotros mismos. Que los padres se den a sí mismos. El mejor regalo para unos críos es el regalo de una familia unida; es el regalo del cariño de sus padres; es el regalo del hogar; es el regalo de la unidad y del seno en el que crecer, y de formarse y aprender todas esas virtudes que sólo se adquieren en el ámbito del hogar, donde, como decía san Juan Pablo II, somos valorados, no por lo que tenemos, sino por lo que somos. Incluso, es más querido, más protegido, más cuidado quien más lo necesita. Esta fiesta, que tiene esa profunda raigambre familiar e infantil, pero no nos quedemos ahí.
Esta fiesta tiene un sentido litúrgico de la Navidad y es la Epifanía: la manifestación de Dios a todos los pueblos en la figura de los Magos. Y por eso, la oración colecta que hemos dirigido a Dios y que será la que recoja las intenciones de la Iglesia en todas las celebraciones litúrgicas de hoy Le hemos dicho al Señor Dios, que ha llevado todo al conocimiento de Jesucristo a los pueblos gentiles por medio de una estrella, concede a los que ya Te conocemos por la fe llegar un día a contemplar la hermosura infinita de Tu Gloria. Fijaros qué cosa más bonita Le hemos pedido al Señor hoy. Dios se ha manifestado a todos los pueblos y eso es lo que hoy celebra la Iglesia, que la fe, que la vida cristiana, que la salvación, no sólo es de unos pocos, no es sólo del pueblo de Israel, es de todos los pueblos. Dios quiere que todos los pueblos –nos dice la Sagrada Escritura- se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. El corazón de Dios no sabe de fronteras. Y eso es lo que expresa la Iglesia con su catolicidad, con su universalidad. Y entonces, todos estamos llamados. Dios llama a todos los hombres. Dios no hace acepción de personas. Esa universalidad de la salvación que después San Pablo en la Carta a los Efesios, que hemos escuchado un fragmento, nos dice que se ha revelado el Misterio de Dios en Su Hijo Jesucristo y Él lo lleva a los gentiles. Él lo proclama a los que no son judíos. Y ahí estamos todos. Y todos hemos llegado al conocimiento de Cristo. Luego, este es un día de la universalidad de la fe, de la universalidad de la salvación. En estos hombres peculiares, vemos estos Magos, estudiosos de las estrellas, que, a través de una tradición y a través del seguimiento de los astros, ellos descubren la aparición de una estrella nueva; hay unos hombres inquietos, y el ser humano es un ser inquieto.
Y por eso, en nuestra época, en que tan plano estamos muchas veces, en que el sentido de Dios se ha obviado y que vivimos de tejas para abajo, en esta sociedad del bienestar en que sólo nos preocupamos de una visión muchas veces sólo superficial de la vida, del comamos y bebamos que mañana moriremos y la paz; en este nihilismo ambiental, en este secularismo, que ha quitado de esta dimensión trascendente, todo lo que sobrepase a la muerte y sólo trae en el tener, en el vivir bien, pues, entonces, qué bien nos viene mirar a estos Magos de Oriente, a estos buscadores de Dios, en definitiva. Y el ser humano es el ser que pregunta, es el ser que quiere, es una pregunta andando en la historia personal y colectiva. Y la humanidad ha recorrido la Historia acumulando saberes que han beneficiado a los que vienen detrás. Y el ser humano es pregunta. Somos preguntas permanentemente. Preguntamos por las cosas, porque somos seres que no sólo buscamos medios de vida, sino las razones por las que vivir. No nos basta hacer cosas, no nos basta sobrevivir, no nos basta tener el estómago lleno, no nos basta tener. Necesitamos saber el porqué, de dónde venimos, a dónde vamos, cuál es el sentido de nuestra vida, en qué merece la pena los esfuerzos. El ser humano, ya se ve desde un niño, es alguien que pregunta, que pregunta. Y así es toda nuestra historia personal y la historia de la humanidad. Y ésa es la historia del pensamiento humano, de lo que quiere y de lo que pregunta. Pues, estos hombres son los seres humanos, deseosos de saber, de trascender, de buscar el sentido a los astros, a lo físico, de no quedarse en las cosas, de no quedarse en cómo se utilizan, de no quedarse en lo instrumental, buscan el sentido y buscan sobre todo a Dios. Y Dios que puede ser rastreado, como nos dice San Pablo en la Carta a los Romanos, a través de las cosas creadas, a través de la belleza de la Creación, a través de las maravillas, cuando hay un corazón limpio y unos ojos que saben rastrear a Dios en las cosas, y no se queda en las cosas, sino que busca al Dios que las ha creado, que ha hecho maravillas. Y estos Magos preguntando. Buscan y encuentran a Jesús. Y les lleva esa estrella hasta Jesús. Y preguntan y se equivocan. Preguntan mal, preguntan a quien no deben. Y vemos también cómo en medio de esta historia, que nos ha narrado San Mateo, hay también un personaje que no busca el bien, que no busca la verdad, que se busca a sí mismo, que busca el poder a costa de lo que sea como celebramos el Día de los Santos Inocentes.
Y eso es también la historia humana. Y cuando nos quedamos en las cosas, cuando nos quedamos en el poder, cuando nos ensimismados, cuando el egoísmo ocupa nuestra primera escala de valores, cuando Dios está ausente y el sentido de la vida, y sólo el tener y el poseer, nos dejamos. ¿Qué ocurre después? Que vemos que estos Magos descubren de nuevo la estrella y se alegran. ¿Y donde les lleva? Les lleva a Jesús, les lleva a la pobreza de Belén, le lleva a descubrir en aquel niño inerme el Misterio del Dios Revelado. ¿Y qué le ofrecen? No le ofrecen cosas, no le ofrecen una vajilla, no le ofrecen pañales, no le ofrecen cosas que hubiesen sido necesarias. Primero -nos dice el evangelista- que se arrodillan. Se arrodillan, porque lo reconocen como Mesías, como Dios, y le ofrecen oro como Rey, dice la Tradición. Le ofrecen incienso, como a Dios. Le ofrecen mirra, con la que el cuerpo es preparado para la sepultura y que recuerda la cruz. Es su condición humana. Y nos está mostrando ese inclinarse de esos hombres buscadores de la verdad antes de Dios.
Queridos hermanos, nosotros también necesitamos mantener viva esa inquietud y necesitamos presentar a Jesús a los demás, a la gente buena, a la gente que busca el sentido de su vida, a la gente que no sólo se preocupa de tener. Está en el corazón de todas las personas. Hay un sentido de Dios. Lo que pasa es que los cristianos estamos muy apagados. Los cristianos estamos muy ensimismados. Y tenemos que anunciar a Jesucristo con un consejo, con el ejemplo, con una intuición que hacemos y que manifestamos a los otros. Pero está. Ser anunciadores de Cristo. Llevar a la gente a Cristo. Que nosotros también seamos luz de estrella para los demás. Jesús nos ha dicho en el Evangelio: “Vosotros sois la luz del mundo, y no se enciende una luz para ponerla debajo del celemín, sino para ponerlo sobre el candelero que alumbre a todos los de la casa”. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre del Cielo. Cuando nos bautizaron, se nos encendió la vela del cirio pascual. Recibid la luz de Cristo. Caminad como hijos de la luz.
Queridos hermanos, llevemos la luz de Cristo a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a todos los deseosos de Dios, en el fondo, a todas los personas que conozcamos, que buscan el sentido de la vida y que un día plenamente lo descubriremos. Esa belleza infinita de la Gloria de Dios. Porque ya las respuestas ya no las necesitaremos. Porque Dios mismo es la Respuesta. Ya no necesitaremos rastrear la belleza, porque estaremos ante la Belleza suprema. Y sobre todo, estaremos ante Aquél que confesamos como el amor a María, que mostró a los Magos de Oriente, a esos buscadores de Dios, a Jesús, como le decimos también en la Salve: “Muéstranos a Jesús. El fruto bendito de tu vientre”.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor de Granada
6 de enero de 2023
S.I Catedral