¿Cómo fue su llamada vocacional?
Tuve una infancia difícil porque mi padre enfermó y con 12 años tuve que hacerme cargo de la panadería y el negocio familiar. Me volví muy egoísta, materialista, la gente me engañaba porque me veían muy joven, también era una época difícil en España, había hambre y paz racionado. En esa lucha cada vez fue perdiendo más la ilusión por vivir, no tenía ilusión por nada. Un amigo me regaló el Nuevo Testamento y ahí encontré mi razón, en el proyecto de Jesús, que merecía la pena y que quería darlo a conocer, era algo nuevo y extraordinario para mi. A través de Acción católica comencé a trabajar con niños y a partir de ahí me sentí llamado a ser sacerdote. Entré en el Seminario en 1961, a los 29 años.
¿Qué significa para usted cumplir el próximo 20 de septiembre 50 años como sacerdote?
Le doy muchas gracias a Dios porque yo no merecía nada de esto. El perdón de Dios, su amor y su misericordia es tan extraordinario que hace de nosotros personas nuevas. Agradezco la delicadeza de Dios por fijarse en mí, he sido muy feliz, y a través del Espíritu Santo creo que he podido anunciar el mensaje de Cristo, decirle al mundo que merece la pena el proyecto que Jesús ha traído al mundo.
Hablemos de sus destinos pastorales en la diócesis.
Mi ministerio pastoral comenzó en Loja, Riofrío, anunciando con mucha alegría el Evangelio, un Dios que está con nosotros cada día, yo he disfrutado mucho de eso, me compré una moto e iba a todos lados en ella cantando salmos y bendiciendo al Señor de alegría por haberme llamado a este camino. He estado siempre muy volcado con la gente joven. También he estado en Montefrío, tres años en misión en Venezuela, luego Órgiva, Cájar y por último el Monasterio de Santa Isabel La Real.
¿Cuál es la principal bendición de la vida sacerdotal para usted?
Lo primero la elección de Dios para seguirle como sacerdote y también por supuesto la gente a la que uno sirve y se va encontrado.
¿Y el principal desafío?
El mundo actual, el contexto tan materialista y también ateo en el que vivimos, que todo se pone en duda, que prescinde de Dios, eso nos influye incluso sin darnos cuenta. El peligro es que los cristianos nos dejemos arrastras por lo mundano, sin duda es la gran tentación.
¿Qué le diría a los jóvenes que se sienten llamados a ser sacerdotes?
¡Les daría la enhorabuena! Y los animaría a no tener miedo, Dios está con nosotros cada día de nuestra vida. ¡Merece la pena seguir a Cristo!
¿Cuáles son las principales diferencias de la vida del sacerdote cuando se ordenó a la sociedad de hoy en día?
En décadas anteriores la vida parroquial era mucho más dispuesta. Hoy en día es más difícil atraer a las personas a la Iglesia por lo que los sacerdotes tenemos que ser mucho más cercanos, un trato más personal, de tú a tú, de casa en casa, gran ejemplo de esto es la forma pastoral del Papa Francisco. Hay que comunicarse con la gente, compartir con ellos lo bueno y lo malo.
¿Merece la pena seguir a Jesús?
¡Sin duda! Para mí no hay otra cosa. Mi vida sin Dios no tiene sentido.
¿Cuál hubiera sido su vida si hubiera elegido otro camino fuera del sacerdocio?
Mis planes antes de que el Señor me llamara eran formar un hogar, casarme, tener una familia. Hubiera seguido trabajando en la panadería aunque para mí era una responsabilidad demasiado grande. Hubiera vivido una vida cansado de esa responsabilidad y quizás también me hubiera gustado dedicarme a la pintura, siempre me ha encantado pero por cuestión de recursos mis padres no pudieron enviarme a ninguna escuela. Aun así en mi vida sacerdotal he seguido pensando, tengo más de mil obras propias.
María José Aguilar
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Arzobispado de Granada