Querido Luis, Vicario del Opus Dei en Granada;
querido don Julián;
querida comunidad de madres jerónimas;
queridos hermanos y hermanas:

Perdonad también mi voz, que no es esta voz profunda, sino también es que participo de esa condición de los que estamos acatarrados en estos días.

Me da mucha alegría poder celebrar este inicio de Novena de la Inmaculada, organizado por los Centros y Residencias del Opus Dei en Granada. No os podéis imaginar la alegría que me da. Estoy en familia y me han pedido que hable de vocación y mira por dónde empieza en esta Novena, el primer día, con la fiesta del Apóstol San Andrés. Hablar de vocación no es un tema para hablarlo con el psicólogo. Hablar de vocación es de llamada, es de saberse querido por Dios y no como un verso suelto en la existencia humana. No como alguien decía que era un personaje absurdo o una novela idiota. Tenemos un sentido y todos somos fruto del amor de Dios. No estamos arrojados a la existencia por una casualidad, sino que Dios, razón suprema, está detrás de nuestras vidas y lo experimentamos a lo largo de los años de los acontecimientos.

Vamos encontrando esa mano de Dios que nos protege, que nos cuida. Ese amor misericordioso de Dios que nos envuelve. Y lógicamente, la vocación es una llamada; una llamada a una misión, una llamada a un papel en la historia. Y la historia para un cristiano es historia de salvación. Y hoy acabamos de escuchar la llamada que nos da el evangelista San Mateo de la elección de Andrés y su hermano Pedro, Santiago y Juan, pescadores a los que Jesús llamó. No tuvo que consultar al jefe de personal. Tenían sus defectos, que en el Evangelio aparecen innegables. No los esconde. Para mostrarnos que eran como nosotros, o mejor dicho, nosotros como ellos, para hacer realidad esas palabras de Jesús que “no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” que “no tienen necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos”, que somos, en definitiva, queridos por Dios y Dios se mete en la vida de estos hombres y les cambió la vida, y sus defectos fueron superados por el amor y la misericordia de Jesús, que cuando los llama a una misión, a una tarea, a un puesto en la vida…, hay muchas clases de llamada, una llamada profesional, hay una vocación profesional, pero hay una vocación cristiana.

Y esa vocación cristiana es la vocación a la santidad. Esa vocación a la santidad que tanto proclamó el fundador del Opus Dei, san José María Escrivá de Balaguer. Que no es la santidad para unos cuantos, sino que todos estamos llamados a vivir como hijos e hijas de Dios, en medio de nuestras circunstancias ordinarias, en medio de nuestro trabajo, en medio de nuestros quehaceres, en medio de nuestra vida social, de nuestra vida familiar, y a una santidad canonizable, no una santidad de mediocridad, no una santidad de segunda categoría. Y esa vocación universal a la santidad, que así la define el Concilio Vaticano II, es la vocación que nace de la condición de cristianos. “Somos Alter Christus de Cristo”, repetía san José María, recordando las palabras del Apóstol San Pablo, que, con palabras muy expresivas, decía que “hemos sido injertados en Cristo”, que “hemos sido revestidos de Cristo”, que “somos criaturas nuevas”. Decía San Pablo de sí mismo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. Decía: “Mi vivir es Cristo”. Pues, esa es la vida cristiana, que es el despliegue de nuestra condición de bautizados, lo que somos porque hemos sido bautizados y la Redención de Cristo se ha operado en nosotros por el bautismo a través de la Iglesia. La desplegamos después en una vida que el Catecismo señala como la vida en Cristo. La vida moral no es un código estoico, no es un código de comportamiento sin más o de buenas prácticas como ahora se dice. La vida cristiana, la vida moral cristiana es la vida en Cristo, y eso es una llamada. Es una llamada a vivir en coherencia con lo que somos como cristianos. Eso es la santidad, la vocación universal a la santidad.

Pero el Señor no nos llama al montón, como no nos quiere en serie. Nos quiere a cada uno con nuestro nombre. “Tú me has elegido, tú eres mío”, dice la Sagrada Escritura. Por tanto, vemos en la Sagrada Escritura, después, esas llamadas personales de Cristo a los Apóstoles. El propio San Juan nos relata su vocación junto con la de Andrés, que eran discípulos de Juan el Bautista. Y pasa Jesús. Y Juan el Bautista les dice: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Y se van detrás de Jesús. Y cuando Jesús se da cuenta, dice “¿qué buscáis?”. Aquellos dos jóvenes: “¿Dónde moras, Maestro?”. “Venid y lo veréis”. Y nos dice el evangelista que pasaron la tarde con Él. Jesús los llama y se convirtieron en discípulos. Fueron llamados a ser apóstoles por Jesús. Y esa llamada también se produce en el aquí y ahora de nuestras vidas. Pero estamos en la Novena de la Inmaculada y la gran llamada es la llamada a la Virgen, cuando la Anunciación, cuando el Ángel Gabriel le comunica que va a ser la Madre de Dios a aquella doncella nazarena, la que llama en fecha, se ruboriza. Aquella doncella contesta porque usa su razón. La fe de la Virgen es una fe que piensa, es una fe que razona. ¿Cómo podrá ser esto cuando le dice que va a ser la Madre de Dios? “Concebirás un hijo, darás a luz, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre”. Es que “el Espíritu Santo vendrá sobre ti” y la Virgen acepta aquello.

Fijaros si no hay que echarle fe. Y responde: “Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según Tu Palabra”. Y es la coherencia a esa llamada. Al igual que Andrés y el resto de los apóstoles, dejaron las redes e inmediatamente siguieron a Jesús. María pone toda su vida a disposición de ese designio de Dios. Cuando el Evangelio nos relata que una mujer encabeza aquella gentes de los que nosotros también nos unimos, que a lo largo de la historia hemos dicho a Jesús “bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”, no hacemos ahora otra cosa que viene a decir “viva la madre que te trajo al mundo”, ciertamente. Pero Jesús pone el punto exacto. “Bienaventurados más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”, porque eso es lo que hizo la Virgen. O en otra ocasión, cuando Jesús está y le dicen “ahí fuera están tu madre y tus parientes”. Y Jesús, dirigiendo una mirada a sus discípulos: “¿Quiénes son mi madre y mis parientes? El que escucha la Palabra de Dios y la cumple, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Y no es sólo ella para la Virgen, sino que nos muestra lo que Él pide, por otra parte, a todo creyente, a todos y cada uno de nosotros: hacer lo que Dios nos pide. Y la vocación es la manifestación de Dios, para nuestro puesto en la vida, para hacer lo que Dios nos pide. Entonces, esa pregunta: ¿estoy haciendo lo que Dios me pide? Y hay una escala básica que es el cumplimiento de los Mandamientos.

La Virgen es grande porque hizo lo que Dios Le pedía. “Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según Tu Palabra”. Y el Señor nos ha dicho que “no todo el que dice ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la Voluntad de mi Padre, ése entrará”. Y entonces, tenemos que preguntarnos: ¿estoy siguiendo yo la Voluntad de Dios en mi vida, en mis circunstancias? Y en una Voluntad radical de Dios, con una llamada específica, cada uno, a unos en el sacerdocio, a otros en la vida entregada a Dios, otros en la vocación del santo matrimonio. Pero tenemos que descubrirla. Sí, os cuento una anécdota. Yo iba de capellán, cuando estaba en Madrid, a una casa de religiosas, y había allí una chica que me encontré y le digo, “¿tú qué haces aquí?, ¿tú qué eres?”; “Yo soy periodista”, y entonces yo, “hombre, colega”. “Y qué, parece que vienes por aquí, ¿vas a ser monja? Y me dice… no, si, no, si, no, no, si…”, y digo: “ufff”. Y entonces le dije, “¿cuánto tiempo llevas así?”. Y me dice, “meses y meses”. Y yo, “qué estás en la rotonda y no sabes qué camino escoger”. Pasó el tiempo y me la encontré de monja y me dijo (yo ya la conocía), pues iba vestida de monja y claro, pues no es lo mismo; y me dice, “don José María, yo soy la de la rotonda”. Y entonces, con Dios no podemos estar en la rotonda. Con Dios no podemos tener todas las posibilidades abiertas. Con Dios no podemos jugar a estar dando vueltas y lo fastidioso que es estar dando vueltas en una rotonda. No sé si conducís y os dais vueltas cuando no sabéis dónde vais. ¿Y por qué se dan vueltas en la rotonda? Porque no se quiere entregar. Porque se quiere mantener la libertad y se piensa en una concepción errónea de la libertad, que la entrega imposibilita la libertad o agota la libertad. No.

Porque cuando se opta, se acepta el querer de Dios, que es muy educado y nos pide permiso, porque quiere que Le queramos. Y fijaros, en castellano podemos utilizar la misma palabra para decir cariño y libertad. Querer porque quiero. Y entonces, nosotros también tenemos que pensar en esos niveles de llamada de vocación. Vocación cristiana. Estoy viviendo y me estoy planteando mi santidad o vivo un cristianismo de esa extraña modalidad de creyente y no practicante, o esa extraña modalidad de la Semana Santa, como si el resto de las semanas no fueran santas o sólo cuando me van las cosas mal y entonces, Dios en caso de emergencia. ¿Estoy tomándome en serio la Voluntad de Dios viviendo los Mandamientos o sólo cuando me gusta lo que me gusta? O según mire, ¿usted cuánto y depende? Tomémonos en serio a Dios. Tomémonos en serio la santidad, que es responder ante Dios. Y Dios nos va a llamar un día, nos va a juzgar de amor, nos va a preguntar si en nuestro papel hemos sabido hacer la Voluntad de Dios. “No todos los que dicen ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la Voluntad de mi Padre”.

PidámosLe a la Virgen que nos ayude a clarificarnos. ¿Y cómo se clarifica uno? Mejor dicho, ¿cómo se aclara uno? Pues, uno se aclara rezando y dejando y poniéndose, poniendo las cartas sobre la mesa ante Dios. A Dios no Le engañamos, a Dios no podemos marear, con Dios tenemos que ser muy sinceros, con Dios y con nosotros mismos y ver nuestra vida ante los ojos de Dios, que son de misericordia. Y no cabe decir “yo es que no sé, yo es que no puedo, yo es que no valgo”. Dejaros en el equipo de Jesús.

Vamos a pedirLe al Señor que nos dé luces y las luces que vienen del Espíritu Santo. Que nos dé la luz para saber acertar, discernir, como dice el Papa en la oración. Y discernir también en la dirección espiritual, es decir, consultar a las personas que me quieren, que me ayuden con un respeto exquisito a nuestra propia libertad, porque tenemos que querer queriendo y porque en la entrega a Dios no se puede forzar a nadie. Vivir con este sentido sobrenatural, de esas dimensiones de la vocación, vocación a la santidad, vocación específica que Dios quiere para ti en tu vida y no estemos en la rotonda.

Vamos a pedirLe también a Santa María que nos ayude a ser generosos en nuestra respuesta a Dios. Y Dios no admite respuestas a plazos. Dejando inmediatamente las redes siguieron a Jesús.

Que Santa María nos ayude, nos dé esa fuerza, nos dé esa capacidad de saber decir sí. Porque nos jugamos la vida eterna. Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor

30 de noviembre de 2022
Monasterio de San Jerónimo

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