Bienvenidos todos a esta preciosa ciudad. La belleza de la ciudad suena mucho pero la Iglesia que hay en Granada es mucho más bella que la ciudad. Y eso os lo puedo decir por experiencia.
Quisiera poder decir algo que sea significativo y he pensado que lo más significativo es el testimonio de mi propia vida. Desde que recuerdo, he sido un crío con una curiosidad a 360º; al que le gustaba –y al que le sigue gustando- todo en la vida. Cuando tenía 15 años en una película de Antonioni oí una frase que decía una de las protagonistas a la que preguntaban “y a ti qué te gusta”, y ella respondía: el whisky, esquiar y, además, todo. Y justo porque me ha gustado siempre la vida, y me ha apasionado la vida, no puedo dar suficientes gracias porque justo al comienzo de mi adolescencia, un sacerdote a quien comenté que había visto precisamente la película, me dijo que también la había visto y merecía la pena hablar de ella. Hablamos de aquella película durante un buen rato. Me iluminó. Nos hicimos amigos de alguna manera. La diferencia entre él y yo era de 30 años casi. Ese sacerdote fue ordenado obispo el mismo día que a mí me ordenaron obispo, hace 31 años.
Qué puedo yo decir de cuál fue su relación conmigo y con toda una serie de seminaristas en aquel momento, y luego sacerdotes. Era alguien a quien nada de lo que a ti te importase le era ajeno.
A mi me gustaba mucho leer libros, de todas clases. Soy consciente de que el hecho de leer muchos libros que él no hubiera leído si no es porque sentía la necesidad de leerlos para poder hablar conmigo de esos libros después.
Si estoy donde estoy es porque desde los 13 años pude recibir en la Iglesia un tipo de afecto, lleno de respeto, lleno de interés por todo lo que a mí me interesaba. Alguna vez me han preguntado: “¿Cuál ha sido el principio clave de tu educación?”. Yo digo: Una cosa: que la voluntad de Dios coincidía con mi felicidad y que si realmente estaba abierto a la voluntad de Dios, aquello que mi corazón me mostrase como más bello, como más pleno, como más verdadero, era lo que Dios quería para mí. Y por eso, en definitiva, soy sacerdote. Y por eso el Señor ha querido después encomendarme la misión de obispo, y al menos los 11 años que fui obispo auxiliar de Madrid vosotros erais mi tarea, mi misión, mi pasión y mi afecto. Y os puedo decir: “lo habré hecho mejor o peor… No me importa”. Eso sólo Dios en la última meta lo juzgará. Sí que puedo deciros que no sé hacer otra cosa que acompañar. Eso restringe el número. A quienes les importe mucho los números se han equivocado de Encuentro, porque cuando uno se pone a acompañar te cabe en la vida la gente que te cabe. Al Señor le cupieron 72. Hubo momentos de 5.000… Hubo momentos… “como Cracovia”. Pero Cracovia vale la pena porque luego en una pequeña realidad humana, que es el grupo de mi parroquia o que es el grupo de la comunidad religiosa con la que he venido, de mi colegio, o de la realidad eclesial a la que pertenezco, alguien se interesa por mí, alguien se preocupa; y es capaz de leer en una conversación aparentemente banal un acento que se insinúa y que muestra la amargura del corazón, que hay una herida, o al contrario, que muestra un horizonte bellísimo que se abre ante los ojos de un joven de lo que él quisiera ser, y de cómo quisiera él que se cumpliera su corazón, que rebosase su corazón lleno de esperanza, de esperanza simplemente de ser feliz, de que la vida cumpla sus promesas.
Si uno está atento a eso, y si uno tiene claro que la voluntad de Dios para cada uno de nosotros es nuestra propia felicidad; si uno tiene claro que efectivamente Cristo es la plenitud que yo anhelo; si aquel sacerdote al que yo le conté la película que había visto hubiese aprovechado la ocasión para echarme un sermón o para convencerme de lo importante que era ser cura, o para cualquier cosa de ese tipo, os aseguro que habría desconectado a los cinco minutos. La compañía requiere gratuidad; requiere que uno no tenga objetivos sobre las personas; que uno no se sienta parte de un programa; que uno no se sienta parte del proyecto de otro (aunque ese otro sea una cosa muy buena, como puede ser una congregación religiosa, o una institución eclesial, o un movimiento, o un grupo).
A Dios le importo yo. Ha sido Dios el que ha saltado la distancia para acercarse a donde yo estaba. A san Juan Pablo II le gustaba decir que Dios se ha hecho hombre para poder acompañar a cada hombre y a cada mujer en el camino de la vida. Y en alguna otra ocasión ha dicho: Y el camino de la Iglesia no puede ser diferente. Es decir, esto no es una tarea para los jóvenes sólo porque sois jóvenes. Es que la Iglesia no es otra cosa mas que una compañía para el hombre. Pero una compañía para que el hombre sea plenamente hombre. Y sólo se es plenamente hombre en Cristo y desde Cristo. Sólo Cristo permite amar lo humano, en tanto que humano en todas sus dimensiones. Todas. Sin censurar ninguna. Ni el cuerpo, ni el saber, ni el amor humano, ni los horizontes de la ciencia, ni las heridas, ni curar las heridas que hay en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra historia. Sólo Él es capaz de reconciliarnos con nuestra historia, con nosotros mismos, con nuestro pasado y con nuestro futuro.
Recuerdo una vez un universitario. Estaba yo empezando a ser obispo. Era en el despacho de la capilla de Derecho de la Universidad Complutense. Estaba hablando con un chico y me contaba una historia familiar muy cruda, y en un momento me dijo: “Mi problema es que a mí no me quiere nadie”. Le dije: “Es mentira. Hay alguien que te quiere. Te quiere Jesucristo. Te lo puedo decir con toda seriedad y con toda verdad porque tengo la experiencia de ello”. Él me dijo: “Y cómo puedo yo saber que Dios, que Jesucristo me quiere si no hay nadie de carne y hueso que me quiere”. Le dije: “Tienes toda la razón. Perdona. Te he ofendido con mi respuesta. Sólo te puedo decir que te ofrezco mi amistad y si quieres, cuentas conmigo”.
Ni siquiera se trata de convertir a la gente. El mundo de hoy está lleno de lógicas manipulativas. Casi todo el mundo nos quiere vender algo. ¿Cuál es la diferencia cristiana?: que no vendo nada, que me ofrezco por ti, que me importas tú, me importa tu vida, me importa tu alegría, me importa que estés contento. Cristo ha venido para que tú puedas estar contento. Y la Iglesia existe para que tú puedas estar contento. Esto se juega vida a vida, drama a drama, persona a persona, corazón a corazón. No hay otra manera de hacerlo.
Os pongo otro ejemplo de un ecologista, que hacía un razonamiento sobre la tierra, hablando de la realidad de la tierra y de la productividad de la tierra. Decía: si una cantidad equivalente a lo que es el Campo de Gibraltar y una buena parte de la provincia de Cádiz, por motivo de un tsunami o de una desgracia natural cualquiera, o de gran un terremoto, se hundiese de repente en el mar, muchas de las universidades del mundo se pondrían inmediatamente a estudiar cómo se puede prevenir un próximo caso de eso. Pero si la misma cantidad de tierra que es el Campo de Gibraltar se pierde cada seis meses en el mundo, porque en cada hectárea de tierra que existe en el planeta perdemos un kilo, nadie será capaz de hacer un proyecto… Sólo hay una manera de curar eso y es que cada uno empieza a responsabilizarse de la hectárea de tierra en la que vive. Aquella imagen me ha resultado sumamente luminosa.
Queremos la nueva evangelización y queremos enseguida empezar por miles y miles. El Señor que amaba más la vida de los hombres que la podemos amar ninguno de nosotros y no empezó por miles y miles, y no quiso llegar muy pronto a miles y miles. Acompañó a unos pocos. Con algunos estuvo una tarde, nada más, al principio. Muchos años después, San Juan se acordaría de que eran las cuatro de la tarde cuando encontró a Jesús. Habrá personas con las que a lo mejor no puedes estar más que unas horas, pero esas horas pueden ser banales, falsas, o pueden ser verdaderas. Cómo miraría Jesús a San Juan. Cuál sería su mirada. Cuál sería su modo de interesarse por la vida de aquellas personas, de aquellos dos –Juan y Andrés, que estuvieron con Él aquella tarde, y al día siguiente decían “hemos visto al Mesías”. No hubo discursos. Dijeron: “Hemos visto al Mesías”.
Señor, danos algo de esa mirada. No podemos saltarnos la media hectárea de tierra en la que yo vivo, en la que viven mis amigos, en la que vive mi familia. No podemos saltarnos eso para organizar eventos en los que participe mucha gente simplemente por el número. Estaríamos rompiendo la lógica de la Encarnación. La misión de la Iglesia es acompañar al hombre. Pero al hombre sólo se le puede acompañar “a cada hombre”. Si no, es una palabra vacía, es abstracto.
Me diréis: muchos de los jóvenes seguramente no tienen interés por lo que tenemos que decirle. No se trata de que lo tengan. Se trata de saber si nosotros tenemos interés por lo que ellos tienen interés, y si nosotros tenemos una certeza de que cómo aquello de lo que ellos tienen interés, aquello que aman, que les preocupa o que les duele, encuentra su luz y su respuesta en Cristo. Si yo tengo esa certeza y soy capaz de amar el interés que el otro tiene, estoy acompañando.
Que aprovechéis el día de mañana todo lo que podáis y que disfrutéis mucho estando juntos, porque siempre es una gracia de Dios poder estar.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
28 de abril de 2017
Salón de actos de la Facultad de Ciencias UGR