El XI Simposio de Derecho Matrimonial que se ha celebrado en nuestra diócesis tiene por lema: “El matrimonio hoy, situaciones y circunstancias”. ¿Qué valoración haría de la realidad actual que viven los matrimonios?
Estamos ahora mismo en una sociedad bastante descristianizada, con valores culturales distintos a los que han regido hasta ahora. Sobretodo yo veo que los compromisos a la fidelidad, a la palabra dada, a la responsabilidad, en la gente joven de hoy ¬-no te digo que no exista porque no se puede generalizar- pero ha disminuido muchísimo. Hay una cierta frivolidad en la toma de decisiones porque se pueden arrepentir o hacer otra cosa, no solo en el ámbito del matrimonio sino en general. En lo matrimonial esto de probar tiene sus consecuencias, como el divorcio.
Desde su perspectiva como docente, ¿qué desafíos viven los jóvenes a la hora de plantearse en su vida personal la decisión de contraer matrimonio?
Siendo profesora de universidad y teniendo alumnos jóvenes que se plantean estos temas les insisto mucho en que si tienen dudas se lo piensen porque no es una decisión frívola, sino que debe tomarse con conciencia y responsabilidad. Mejor dar marcha atrás aunque te cueste, te sientas solo, defraudes a tu familia, defraudes a tu novio o novia, mejor dar que afrontar una ruptura matrimonial con hijos o no, que es muchísimo peor. Que dialoguen desde el principio y en el noviazgo cosas básicas como si se quieren tener hijos, cómo van a organizar la vida.
Usted lleva casi cuarenta años en el ejercicio de su profesión como abogada en casos civiles y también canónicos, en su opinión, ¿cómo cree que debe actuar un buen abogado que trabaja en estos procesos dolorosos?
Digamos que en la profesión estamos en contacto con la “patología del matrimonio”. La gente va a los abogados para que les resuelvan los problemas matrimoniales, al final son problemas familiares. Intervenimos en la cara negativa, son matrimonios que fracasan.
Nuestro cometido principal es acompañar. Muchas veces los abogados somos psicólogos, hay que dedicarles a las personas el tiempo que necesiten, escucharles. En cualquier conflicto siempre apuesto por el entendimiento y el mutuo acuerdo, minimizando los daños entre los esposos y los hijos. En los procesos de nulidad es muy gratificante cuando la persona queda tranquila y en paz con su conciencia. Tiene sentido mi vida con esto.
Su ponencia trataba sobre la exclusión de la prole en los procesos de nulidad, ¿qué significa esto?
Quiere decir que la pareja se casa con el firme propósito de ambos o de uno de ellos de no tener hijos. O de dilatar el tener hijos indefinidamente que es prácticamente como el deseo de no tenerlos, o poner condiciones de tener hijos dependiendo de una circunstancia concreta. Hay gente que el matrimonio lo entiende como una unión personal para progresar afectivamente, profesionalmente, pero no contempla tener hijos en común.
El proceso de nulidad es un proceso de veracidad en el que se pretende buscar y encontrar la verdad, lo que está en juego es quedar en paz en su conciencia cristiana.
Los hijos sufren en cualquier caso de ruptura…
En una separación civil lo que está en juego es qué es lo mejor para los hijos menores de edad. A veces no es lo que les parece mejor a los esposos que se están separando, sino que lo que se debe buscar es lo mejor para ellos en relación a custodia, educación, lo que se busca y analizan los jueces es el beneficio del menor. Por ellos es necesario entenderse.
¿Cómo valora su participación en el Simposio?
Para mí es casi una reunión de amigos, he asistido a casi todos los simposios celebrados en Granada con lo cual conozco a la mayoría de los compañeros que participan. Compartir experiencias, establecer contactos, ver otros puntos de vista diferentes es algo importante.
¿Cree que la Iglesia podría incrementar sus esfuerzos en la preparación al matrimonio de las parejas que quieren casarse por la Iglesia?
El acompañamiento anterior a que las dificultades se produzcan es necesario, pero también el acompañar después de casados estando cerca de los esposos aún en esos momentos difíciles para que no pierdan el contacto con la vida cristiana y comprometida. Las bases para la formación integral de una persona están en la infancia, la familia… no solo en los cursillos prematrimoniales. Las raíces son más profundas.
María José Aguilar
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Arzobispado de Granada