Queridos hermanos y amigos de Comunión y Liberación:
Me da mucha alegría celebrar esta memoria, este recuerdo, esta fiesta. Estamos celebrando la memoria de un hombre de fe: D. Giussani. Hay un texto en la Carta a los hebreos, en el capítulo XIII, que nos dice: “Acordaos de aquellos superiores vuestros que os expusieron la Palabra de Dios. Fijaos en el desenlace de su vida. Imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”.
Estas palabras de la Carta a los hebreos escrita para cristianos perseguidos nos viene muy bien para hacer memoria de Don Giussani. Acordaos, la memoria. El Papa Francisco nos dice que tenemos que ser memoriosos, con ese neologismo. No podemos olvidarnos de dónde venimos y quienes nos han ayudado, quienes han sido para nosotros referentes en el camino cristiano.
“Es de bien nacidos el ser agradecidos”. Luego, esta celebración y su Eucaristía es una acción de gracias a Dios. Y esa acción de gracias a Dios por un hombre de fe, por un santo. Con alguien que se ha encontrado con Cristo y no se ha encerrado, sino que ha salido a seguirlo. “Acordaos”. Y mantened la memoria de quienes han sido referentes es para nosotros no simplemente un recuerdo; es, al mismo tiempo, una mirada y es un espolear nuestra vida para ver si realmente reproducimos en nosotros los rasgos de aquellos de los que Dios ha querido servirse para manifestarnos Su camino, nuestro camino. Aquellos que han sido y son para nosotros ejemplo como Pablo lo es, y nos dice en una de sus cartas: “Sed imitadores míos como yo lo soy de Jesucristo”. Eso también podría decir yo de Don Giussani, especialmente a sus hijos y a sus hijas: “Acordaos de aquellos superiores que os expusieron la Palabra de Dios. Imitad, fijaos en el desenlace de su vida”.
Y cuál ha sido el desenlace testimonial de la vida de Don Giussani. Como decía Ratzinger de aquella homilía en el Duomo, aquel púlpito tan magnífico, tan llamativo, tan glorioso; decía que Don Giussani se había encontrado con Cristo, buscando la belleza encontró a Cristo. Es un hombre de búsqueda, es un hombre de inquietud. Es un hombre que resume en sí en su vida toda la problemática del hombre de su tiempo, del hombre contemporáneo, en medio de las incertidumbres, en medio de toda esa crisis que ha azotado el siglo XX. Él supo mantener la tensión y la búsqueda del sentido. La búsqueda del sentido en una sociedad que sólo busca medios de vida. Buscar las razones por las que vivir. Es un hombre de pensamiento. Expresa en sí la búsqueda humana. Esa búsqueda humana y esa razón humana que Dios no nos la ahorra en la hora de su búsqueda. Como decía Chesterton, Dios al entrar en la iglesia nos pide que nos quitemos el sombrero, no que nos quitemos la cabeza.
Esa búsqueda de un hombre inquieto. Inquieto por la belleza. Es verdad que en la Tradición occidental la belleza ha estado un poco separada de la búsqueda de Dios. En esto nos dan ejemplo nuestros hermanos de oriente. Nosotros hemos sido más de la razón, más de la verdad; más que de la belleza. Sólo hay en la liturgia –al menos que yo he descubierto- una oración en la que le pedimos al Señor contemplar la Belleza infinita de Su Gloria. Y es precisamente, en la celebración de la Epifanía del Señor, donde se nos pone delante, no los regalos de los Reyes Magos. Se nos pone delante a unos buscadores de Dios. Y la oración colecta dice: “Oh, Dios, que has revelado tu Hijo a los pueblos gentiles por medio de una estrella. Concede a los que ya Te conocemos por la fe encontrar, buscar, acoger, contemplar –sobre todo- la Belleza infinita de Tu Gloria”.
Y ese camino de los Magos, ese itinerario de búsqueda es el que sigue Don Giussani. La búsqueda también de la belleza. De la belleza que la encuentra en Cristo, plenitud. Cristo, alfa y omega. Cristo el que es, el que era y el que viene. Y así continúa la Carta a los hebreos. “Fijaos en el desenlace de su vida”. Esa búsqueda de Dios. Esa búsqueda de la belleza le lleva a Cristo. Y Cristo se convierte en el centro de su vida. Y esto no lo podemos perder de vista, la centralidad de Cristo. Ratzinger recuerda unas palabras de san Benito en su Regla, tomada de uno de los grandes Padres de la Iglesia, de Cipriano de Cartago, en su comentario al Padrenuestro. Y dice no anteponer nada a Cristo. Cristo es el centro. “Cristo ayer, hoy y siempre”, así dice la Carta a los hebreos a continuación. “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”. Y ha pasado de la búsqueda del atributo de Dios a la contemplación de Dios mismo en Su Verbo manifestado, en Su Hijo. “Quien me ha visto a mi, ha visto al Padre”, le dirá Jesús a Felipe. “Muéstranos al Padre”. Nos basta. “Quien me ha visto a mi ha visto al Padre. El Padre y Yo somos una sola cosa”.
Y Don Giussani en su itinerario, en esa búsqueda de Cristo, encuentra a Cristo, pero hace otro paso más que es el que nos hace falta continuamente: sigue a Cristo. De tal manera, que Cristo está ya en sus palabras, en sus obras, en toda su vida. Y ese itinerario de la vida de Cristo, ese seguimiento, esa sécula de Cristo –secular Christi que llamaban los clásicos de la espiritualidad-; ese seguimiento de Cristo
–“Camino, Verdad y Vida”- (san Agustín dice que Cristo es camino y es meta al mismo tiempo), eso le lleva a coger el itinerario de la cruz, que no está exenta en la vida de Don Giussani en las dificultades . Y como reza el frontispicio de san Pablo de extramuro, “Por la cruz a la luz”, sabrá iluminar con la iluminaria de la fe, en la centralidad de Cristo, su itinerario vital. Y así lo enseñará a otros. Y le toca la encrucijada de la revolución del 68 y mantiene firme el timonel sabiendo que hay tormentas, sabiendo que hay contrariedades, sabiendo que hay confusión. Pero mantiene esa belleza de ese encuentro en Cristo; que no es encontrarse con una ideología. Es encontrarse con Alguien personal. Esa es la manifestación “fijaos en el desenlace de su vida, imitad su fe”. Esas son las tonalidades de la fe de Giussani. Y esas son las tonalidades de la fe que os ha transmitido. Y esas son las tonalidades de la fe que debéis testimoniar en la Iglesia, en el aquí y ahora, y en el momento que nos toca vivir. Una fe explícita. Pero una fe metida en las entrañas del mundo para anunciar a Jesucristo, el que es, el que era y el que viene. Para decirle al hombre que no está la felicidad en las ideologías; que está en un encuentro personal. Pero, hay que ponerse en camino, amigos míos.
La fe, y así lo vivió Giussani, que pasó por la cruz, por incomprensiones, pero también por la incomprensión de los buenos; por la incomprensión, por la cruz, por la persecución (vamos a decirlo), y también por el camino del sufrimiento personal, no sólo anímico, sino también con su enfermedad. Y ese itinerario es el que el Señor nos pone a cada uno de nosotros porque es la exigencia del olvido de sí. Dice san Pablo: “Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mi”. El reflejar a Cristo es el sentido de nuestra vida. De tal manera que seamos reconocibles como Cristo por Dios mismo. Que vea reflejado en nosotros el Cristo, del que formamos parte. Porque otro de los rasgos de Don Giussani es su amor a la Iglesia. Un amor a la Iglesia no exento de dolor y de sufrimiento. Pero un amor, porque está basado, no en las preferencias personales (me gusta este Papa o me gusta el otro; o estoy de acuerdo, no estoy de acuerdo…), sino con una fe confiada en el Sucesor de Pedro. Una fe confiada de la que nos da ejemplo a todos en momentos de confusión, cuando hay gente que ataca al Romano Pontífice. Y una fe confiada, eclesial es la que vive Comunión y Liberación en estos momentos también. Y el Papa ese carisma lo ha puesto en manos de la Iglesia; ya no es propiedad sólo de los que siguen el ejemplo y las enseñanzas de Giussani. Sino que es un carisma al cuidado de la Iglesia, para servicio de la Iglesia y, si queréis, para Gloria de Dios.
Y la fidelidad del carisma está en ese rasgo de la centralidad de Cristo de mantener siempre la tensión de búsqueda hasta la plenitud que es Cristo total, Cristo mismo. El alfa y el omega. Pero, al mismo tiempo, acompañados en una comunión, que es la comunión eclesial. Eso es lo que nos pide el Señor y os pide el Señor. Y a los pastores, cuidad, alentad ese carisma, que ponéis, que ha puesto Dios al cuidado de su Iglesia, Madre nuestra como la entendió siempre Giussani.
Vamos a pedir por este hombre de fe. Sabemos y tenemos la confianza de que está ya gozando de la visión de Dios. Confiamos en que un día pueda estar en los altares, pero pedimos y lo sometemos al juicio de Nuestra Madre Iglesia. Con esa confianza, que nos lleva a orar por él, hacer memoria y, al mismo tiempo, a buscar también lo que nos decía la Carta a los hebreos: “Acordaos. Fijaos en el desenlace de su vida. Imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”.
Que Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, como en las bodas de Caná también a nosotros, que muchas veces sólo tenemos el agua incolora, inodora e insípida de nuestra vida, nos dice que hagamos lo que Jesús nos dice, para que se convierta en un vino oloroso de virtudes.
Que así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
20 de febrero de 2023
Iglesia parroquial Sagrario Catedral