Querido D. Francisco;
queridos hermanos sacerdotes concelebrantes;
señor Vicario de la ciudad, D. Francisco, D. Manuel;
queridos hermanos en el Señor:
Estamos en un acto muy solemne, en la sencillez al mismo tiempo de una comunidad cristiana. Don Francisco está tomando posesión de la parroquia. Pero yo quiero rectificar esa palabra: la parroquia toma posesión de ti. Los sacerdotes estamos expropiados, no nos pertenecemos y estamos con disponibilidad donde el Señor nos envía. Has estado antes en la parroquia de San José en el Albaicín, y en la vida irán pasando, como pasó D. Alejandro, a quien el Señor llamó en Su presencia.
El sacerdote es un mediador, es un instrumento. Es alguien -como dice la Carta a los Hebreos- tomado de entre los hombres y puesto al servicio de los hombres en las cosas que a Dios se refiere. La Iglesia, como hemos escuchado en el decreto de nombramiento, os entrega un sacerdote. Un sacerdote para que os acompañe. Un sacerdote, como dice el Papa Francisco, que ha de ir delante de todo el pueblo de Dios, guiando por el camino que Jesús nos está pidiendo en este momento, en esta hora. Aunque es una parroquia antigua, venerable, con mucha historia, que acoge en su seno esta venerable Cofradía, que vive una vida de piedad; que muchos de sus fieles son ya de edad, no es una parroquia en decadencia.
Querido D. Francisco y queridos hermanos y hermanas de la parroquia de San Matías, no sois administradores de decadencia. Esta parroquia no puede estar como menguando siempre con el paso del tiempo; como cayendo en una mentalidad de aguantar hasta que el último apague la luz y cierre la puerta. No podemos estar así, queridos hermanos. Tenemos que tomar de nuevo la fuerza del Espíritu Santo con un renovado ardor apostólico. Tenemos que traer mucha gente a que se encuentre con el Señor. D. Francisco irás delante guiando, animando, e irás en medio acompañando a esta gente que el Señor pone en tus manos, con sus dolores, sus sufrimientos, sus fatigas, pero también sus ilusiones y sus esperanzas. Escuchando mucho, porque Dios actúa en la gente y está en medio de la gente, en medio de su pueblo. Porque el Espíritu se mueve donde quiera y, entonces, tenemos que tener esa capacidad de escucha, porque Dios habla también a través del Pueblo santo de Dios.
Eso es la sinodalidad de la que nos habla el Papa: caminar juntos. No puede ir el cura por su cuenta, la gente por su cuenta y la cofradía por su cuenta. Todos a una, porque estamos en el mismo Pueblo de Dios, dando testimonio de Jesucristo, de quien hacemos memoria. Como nos escribía San Pablo en la Segunda Carta, en la Carta a Timoteo, “haz memoria de Jesucristo “. Él es el centro. Por lo tanto, en medio de tu pueblo, en medio de tu gente. El cura no tiene que estar aislado. El cura tiene que estar entre la gente, pero en las cosas que a Dios se refieren, no es un técnico de otras cosas. Tienes que ser un hombre de la escucha, un hombre de la compasión, un hombre de acompañamiento, un hombre que sea cercanía, que sea consuelo de Dios; que sea bálsamo de Dios para los que sufren; que comparta la alegría de quienes se alegran (que también los hay, hermanos, no todo es negro).
Huid del pesimismo, queridos hermanos. El pesimismo es muy malo, es contagioso. Y renovad la alegría, la ilusión de quien pone empeño por ser mejor en esta sociedad nuestra. Que sea una comunidad viva. Una comunidad en sus circunstancias, en su barrio, del barrio de San Matías. Eso es lo que te pide, D. Francisco: que acompañes a esta comunidad, que te santifiques en tu trabajo ministerial en medio de este pueblo santo que Dios pone en tus manos. Los sacerdotes estamos para ser usados, para servicio. Eso nos lo dice nuestro Maestro, que “no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida por muchos”. Desgastarte en ese Ministerio que tiene esa dimensión de anunciadores de la Palabra y de entregado a la Palabra de Dios, que anuncies a Jesús, que des esperanza a la gente, que consueles a quien sufre, que anuncies el Evangelio con valentía. No te calles. A tiempo y a destiempo. Alimenta tu vida con la Palabra de Dios, para que puedas vivir conforme a lo que crees y a lo que enseñas. Conforma tu vida con esa Palabra.
Después, te daré las llaves de la puerta para que sea una iglesia abierta, una iglesia acogedora, no una iglesia cerrada. Esta iglesia no es un museo, no es un parque temático, no es el recuerdo de una historia gloriosa sin más. Es un presente y es un futuro. Eso tenemos que tenerlo muy en cuenta, porque si no hacemos en la iglesia un parque temático, como si fuéramos administradores no sólo de una decadencia, sino de un anacronismo. Jesucristo, a quien anunciamos y de quien vivimos, no es un personaje ilustre que se nos pierde en la noche de los tiempos; es alguien vivo: “Jesucristo, ayer, hoy siempre”. Y está vivo en el ministerio apostólico. Está vivo en el ministerio sacerdotal, de Su presencia a través de los sacerdotes, del obispo, del colegio episcopal, del Papa, a pesar de los pesares, de nuestras debilidades, somos hombres con defectos. El Señor escogió a sus apóstoles con defectos. No hizo una selección de personal por méritos. Escogió a los apóstoles cuyos defectos no nos los niega el Evangelio, y Jesús los conocía. Él nos dijo que no tienen necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos; que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Y nos dice la Carta a los Hebreos también que no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino que, probado en todo igual a nosotros, tomó nuestros pecados. Él, que no tenía pecado, para salvarnos, para curarnos.
Te llevaré después al confesionario, para que administres el Sacramento del perdón. Hay que confesarse, hermanos. No somos santos. Necesitamos el perdón de Dios. Para nosotros, tener ese perdón y esa paz con la que iluminar nuestro mundo, tan enfrentado, tan polarizado de unos contra otros. Necesitamos la paz del perdón de Dios. Necesitamos los Sacramentos. Te daré las llaves del Sagrario, donde se queda Cristo, que es el principal vecino, que viene para estar con nosotros. “Dios con nosotros”, Emmanuel. En esto serás su servidor en medio de tu pueblo, Francisco. Irás detrás también, porque hay que pensar en la gente que no viene nunca o en la gente que hemos espantado, por nuestra debilidad, por nuestro escándalo, o esa gente que pasa. Hay que atraerla. No son los sacerdotes de lanzallamas, sino hermanos y que abrazan y acogen. Eso no lo puede hacer el cura solo. La comunidad cristiana no es el cura sin más. Y hay que sacar a la Iglesia también fuera, y no sólo en la Semana Santa. No sólo con el paso, sino con la propia vida del testimonio. Hay muchas maneras de estar Cristo en medio de la gente, y sobre todo Él nos ha dicho que “estoy en medio de vosotros, como el que sirve”. Luego, el ejercicio de la caridad es la presencia continuada de Cristo, especialmente en los más necesitados, en los que más sufren, en los enfermos, en esos que no salen de casa y que han de ser tus preferidos.
Esta es la labor del sacerdote y no atraer a los periódicos, no recibir el aplauso humano, y se desgastará como tantos curas de Granada. Esa es la labor de ese sucederse. Pero, queridos hermanos y hermanas de la parroquia de San Matías, los sacerdotes no están en el cielo sin más. Son una llamada de Dios ciertamente, pero nacen en las familias, nacen en la educación de los hijos, nacen en las familias cristianas. Y hay que rezar por las vocaciones. Tenemos 15 seminaristas en el Seminario Diocesano y 10 en el Redemptoris Mater. Como comprenderéis, en una ciudad con 60.000 universitarios, ya veis para lo que damos. ¿Y qué pasa? ¿Que Dios no sigue llamando? Sí, sigue llamando. Y hay que rezar. Hay que ofrecer el sacrificio y la enfermedad, y hay que decirle “Señor -haciendo caso a su oración- envía obreros a tu mies”.
Queridos hermanos, hoy que el Señor nos muestra la curación de estos leprosos, primero de Naamán el sirio, un hombre importante en la corte siria, que le dice a una criadita que hay un hombre santo que le puede curar en su tierra, en Israel; va queriendo ganárselo con poder y con regalos, esperando que le digan cosas difíciles. Lo único que le dice es “vete y báñate en el Jordán”. Y aquel hombre obedece. Y reconoce que quien le ha salvado es el Dios de Israel, y era un extranjero, alguien no bien visto. Vemos también que son diez leprosos. “Jesús, ten compasión de nosotros”, como muchas veces nosotros, con tantas letras que tenemos, no en el cuerpo, gracias a Dios, pero sí muchas veces en nuestros defectos, en nuestro egoísmo. Necesitamos también, como esos leprosos, acudir a Jesús, pero sólo uno vuelve. Era un samaritano, un extranjero también. ¡Qué casualidad! Jesús echa de menos a los otros, como muchas veces a nosotros, que somos muy pedigüeños: “Señor, dame esto, Señor, también lo otro. Señor, concédeme esto. Señor…”, pero luego qué poco damos gracias. Y es de bien nacidos el ser agradecidos, dice el dicho. Pues que volvamos a Jesús a dar gracias, por tantas cosas, y lo hagamos en la Eucaristía cada domingo, que es la acción de gracias por antonomasia. Eucaristía significa “acción de gracias a Dios”. Decía Santa Teresa que es el mejor momento para tratar de negocios con el Señor.
Queridos hermanos, Jesús dice una cosa muy bonita hoy. Le dice a ese leproso que vuelve a dar gracias y echa de menos a los otros, como tantas veces a cada uno de nosotros también: “Tu fe te ha salvado”. La fe nos salva. La fe hay que vivirla, hay que testimoniarla, la fe hay que hay que contagiarla, hay que transmitirla. Pero que nuestra fe sea auténtica. La fe no está en un bote y se conserva, y sólo la guardamos o la sacamos en caso de emergencia. La fe tiene que dominar nuestra vida.
Vamos a pedírselo a la Virgen, que es nuestra Madre; que la primera bienaventuranza del Evangelio se le dirige a ella, precisamente, porque ha creído: “Bienaventurada tú, porque has creído lo que se te ha dicho de parte del Señor”.
Ahora, todos juntos vamos a confesar nuestra fe, pidiéndoLe al Señor que nos ayude a vivirla cada día.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor de Granada
9 de octubre de 2022
Parroquia San Matías (Granada)